Las warmis alteñas
Llegó a mis manos uno de los escritos más potentes y motivadores que he tenido la suerte de leer en estos oscuros tiempos de pandemia. Se trata del libro Feminismos de la ciudad de El Alto: una visión desde los colectivos, que nos trae las potentes voces de alteñas que cuentan su historia y se cuentan a sí mismas desde su rebeldía en la complejidad de la urbe alteña.
El texto, coordinado por la investigadora Tania Montes e impulsado por el Centro Gregoria Apaza, es en realidad un acto colectivo de narrar el entrecruzamiento de las voces de jóvenes feministas de 12 colectivos que reflexionan sobre las barreras que impiden su libertad. Nombres como Bloque Negro, Ciberwarmis, Wiñay Wara, La Casa de la Chola, Las Martinas, Salvaginas, entre otros, van estructurando sus identidades que encuentran núcleos aglutinadores como la clase, lo étnico, identificado en este caso con lo aymara, y lo geográfico, que refiere al lugar situado desde el que hablan y es la ciudad de El Alto.
Atravesadas por la lucha en busca de la sobrevivencia y la dignidad, la polifonía de voces de estos feminismos alteños cuestiona el machismo ancestral y contemporáneo en los que se desenvuelve su vida, potenciando la fuerza colectiva de unirse de manera instintiva para protegerse unas a otras.
Y en esa su gestión de la vida, las feministas de El Alto ejercen sus convicciones protegiendo a mujeres que enfrentan violencia, acompañan abortos, y sobre todo construyendo comunidad con las mujeres de sus barrios.
Como sostiene el libro, los colectivos feministas de El Alto son herederos de tradiciones organizativas tanto del movimiento indígena como de los trabajadores mineros. Son también herederos de un diálogo de saberes con los feminismos de tradiciones organizacionales diferentes, que traen consigo características de otros contextos. La riqueza de los feminismos de El Alto, así como otros feminismos marcados por la colonización —como el chicano y el negro— es que no solamente piensan en las problemáticas de las mujeres por su condición de mujeres, sino en su condición de sujetas subalternizadas, hijas de indígenas y migrantes. Quizá una de las principales características de los feminismos alteños es su disposición a acompañar todas las luchas contra la desigualdad.
El libro nos revela que en la ciudad de El Alto existen múltiples feminismos: los radicales, los decoloniales, aquellos que hablan desde las diversidades sexuales y de género; los feminismos aymaras e, incluso, aquellos que no se etiquetan. El feminismo alteño no es una moda, no se romantiza, e incluso no todas las personas que integran los colectivos se identifican como feministas; muchas leen la sociedad desde una mirada de clase o desde otros enfoques, y otras no se identifican con el feminismo blanco hegemónico por considerarlo ajeno a su realidad.
La violencia desatada en Senkata, y la deslegitimación por parte de la sociedad boliviana de la lucha de El Alto, marcó a los feminismos contemporáneos de esta ciudad. Las entrevistadas sostienen que fue un momento en el que se preguntaron ¿qué hago con mi feminismo ante estos hechos? La respuesta fue la solidaridad y la reafirmación desde lo negado, desde lo indígena, desde lo periférico. Por ello se articularon con más fuerza para apoyar a las familias y a las víctimas de Senkata.
Al ser consultadas sobre la intencionalidad del texto, es decir, por quién buscan ser escuchadas, no dudan en sostener que desean ser leídas por las nuevas generaciones para que sepan que existen otras formas de lucha, que hay mujeres que al igual que ellas se están cuestionando. En fin, que sepan que no están solas.
Lourdes Montero es cientista social.