Vamos debatiendo, El Potosí
En su dúplica a mi texto sobre los relatos mediáticos, el director de contenidos del diario El Potosí, Juan José Toro, aceptó la invitación a debatir. El solo hecho ya es ganancia. Primero porque, en un contexto donde abundan los monólogos y las “verdades”, es saludable alentar espacios para la conversación pública. Y segundo porque hay un esfuerzo, todavía parcial y reticente, por dejar de atacar vanamente al mensajero para ocuparse del mensaje.
Claro que una cosa es la disponibilidad para debatir y otra distinta la capacidad de hacerlo. Toro deambula sin responder la pregunta de fondo respecto a un titular segregador del diario en cuestión: “Potosí toma la plaza de armas 10 de Noviembre que estaba llena de campesinos”. Reitero la interrogante: ¿acaso los campesinos no son también Potosí? ¿O esa pertenencia departamental es privilegio exclusivo de los citadinos que salieron a las calles “para resguardar la ciudad”?
En beneficio del director de contenidos reconozco que plantea un “significado básico”: campesino es el que vive y trabaja en el campo. Ya. Además de floja, su definición no aborda la sustancia de mi crítica: relatos mediáticos, cada vez más frecuentes, que oponen a los ciudadanos, activistas, vecinos; de los no-ciudadanos, invasores, hordas. Los campesinos expulsados por los citadinos de la plaza de armas, ¿son ciudadanos? ¿Y potosinos? Toro no sabe/no responde.
Sería cómodo despachar el asunto con la simpleza de que el campesino que migra a vivir y trabajar en la ciudad deja de ser campesino para convertirse en citadino. ¿En serio? Mi interlocutor se queda en la superficie del lugar de residencia, pero olvida (o niega) la identidad. Además de la larga tradición de doble residencia, ampliamente estudiada, quienes se autoidentifican como indígenas, originarios, campesinos no dejan de serlo por arribar un día a la gran ciudad. Ni viceversa.
Pero hay más. El Potosí se lució con otro titular de antología: “Historial educativo revela que Basilio Titi no era campesino”. Titi es el joven que murió en el enfrentamiento del 9 de noviembre en la capital potosina y fue utilizado como bandera política. El gran hallazgo es que Basilio no era campesino porque estudió en la ciudad. ¡Qué tal! Podría ser la historia del mismo Toro. Tan insostenible que debió rectificar: “Historial educativo revela que Basilio Titi no vivía en el campo”. Ser campesino (identidad), vivir en el campo (residencia). ¿Se entiende la diferencia?
En fin. Celebro que podamos debatir libremente estos temas. Más todavía en un escenario de persistente polarización, de “mis verdades” versus “tus mentiras”, de la candidez de creer que la segregación acaba en “los extremos de la mancha urbana” (sic). Seguimos.
FadoCracia innecesaria
1. “Pero qué necesidad”. A su arribo a la ciudad de Tarija, el jefe de Creemos y actual gobernador cruceño fue recibido con música, gritos de “asesino” y huevos. Tuvo que huir de la plaza, con su federalismo bajo el brazo. 2. Desde la barra brava azul la agresión fue ampliamente festejada. “Se lo merece”, por separatista (y cosas peores). 3. Ocurrió igual hace un tiempo en la Alasita paceña, cuando el señor fue malvenido con un choclo. 4. ¿Estamos en el camino correcto? No. Es algo deplorable. Cierto que la democracia implica no solo acuerdo, sino también conflicto, disputa por el poder, antagonismo; pero las agresiones físicas, que pueden escalar rápidamente en belicosidad, vienen sobrando. 5. En política nadie pone la otra mejilla. Y está bien. Pero tampoco se trata de vaciarnos mutuamente los ojos. 6. Cuando los choclos, huevos, sillas, piedras caigan en las cabezas de los señores de la otra vereda, la barra brava verde estará feliz. Y así: venganza infinita. 7. El problema es que la violencia se naturaliza, la democracia se desportilla, la convivencia queda magullada. El respeto es difícil y a veces aburrido, pero rinde. “Para qué tanto problema”.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.