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Más problemas = más destrezas

En las últimas semanas he analizado con curiosidad una serie de aristas de la gran transformación que el COVID- 19 está ocasionando en el mundo. Insisto en que el momento que estamos viviendo es fundacional, en el sentido de que exige un replanteo de casi todos los parámetros de la vida.

Solo para dar una idea de la magnitud de los cambios, es importante destacar que 2021 es el año en que el orden constitucional estuvo en cuestión en los Estados Unidos. mediante un conato de toma del edificio del Congreso por parte de una multitud de fanáticos, cuya principal fuente de formación ideológica provino de las redes sociales. También es el año en el que —por primera vez— los billonarios más poderosos lograron viajar al espacio. En el ámbito financiero, tenemos que el bitcoin está entre los 10 activos con mayor capitalización de la bolsa estadounidense, superando el valor de mercado de Facebook (ahora Meta), Visa, Walmart y del Banco de América. Para mí, estos son signos de cambios mayores, que implican que hacer más de lo mismo nos va a dar como resultado menos de lo mismo.

Coyunturalmente, las modificaciones en la economía mundial nos favorecen: observamos incrementos en los precios de los minerales, hidrocarburos y productos agroindustriales. El primer propulsor de esta tendencia alcista es, por supuesto, el desconfinamiento generalizado en todo el mundo, que ha hecho posible el incremento de la demanda para todo tipo de consumo de una manera más o menos brusca desde el tercer trimestre del año pasado.

En este contexto, los sectores extractivos — hidrocarburos y minería— no lograron ponerse al día con la demanda porque, si bien es relativamente fácil abandonar un pozo o una mina, reactivar su producción implica un esfuerzo logístico significativo. A eso, se suma una acumulación de años de desinversión: por ejemplo, hoy se estima en más de $us 500.000 millones el déficit de inversión en el sector hidrocarburos a nivel mundial. Por su lado, la demanda de alimentos se reactivó rápidamente luego de la primera ola y eso favoreció el incremento de precios.

Pero además el mundo pretende realizar una transición energética: más allá de la cumbre climática COP 26, recientemente realizada en Inglaterra. Prácticamente todos los países del mundo han estado invirtiendo más o menos sistemáticamente en lo que llaman “energías verdes”, que incluyen hidroeléctrica, eólica, solar y geotérmica.

El tránsito hacia estos nuevos tipos de energía implica la fabricación masiva de nuevos dispositivos para la generación de energía y para su conservación; paneles solares, aspas para torres eólicas, baterías, etc. Esto implica un uso intensivo de estaño, zinc, litio, cobre y un amplio abanico de minerales necesarios para la fabricación de los nuevos dispositivos requeridos por esta transición energética. La especialista Alicia Valero ha realizado estimaciones que indican que para los próximos 20- 30 años la demanda mundial va a sobrepasar las reservas conocidas de estos minerales.

Mientras tanto, el avance de la urbanización en todo el mundo indica que la demanda global de energía va a aumentar. Tendencialmente, la transición energética implica más una adición de nuevas fuentes que la sustitución de las viejas. Por lo tanto, los hidrocarburos todavía van a tener una participación relevante en el futuro previsible.

Para que el país pueda beneficiarse de esto, que puede ser un largo ciclo de materias primas con buenos precios, se requiere algún tipo de replanteo del marco de relaciones que tenemos actualmente, para incrementar significativamente la inversión, consolidar reservas y superar nuestra capacidad de producción. Mientras más pronto, mejor.

La complejidad de los actores que están involucrados en cada nivel —empresas, contratistas, comunidades, entidades cívicas, sindicatos y otros grupos organizados de la población, etc.— nos hacen prever que navegar el entramado institucional y organizacional será complejo. Lo cual no es esencialmente malo; Jim Rohn decía que pedir menos problemas no nos hace crecer; más bien, ante los problemas, debemos pedir más destrezas, pues estas son las que nos hacen crecer.

Al menos necesitaremos dos tipos de destrezas en el futuro previsible: ingeniería política para articular un entramado social e institucional que nos posicione para aprovechar el nuevo contexto de mercado y, por otro lado, inteligencia de negocios, en el sentido de encontrar oportunidades de crecimiento en medio del desorden que marca la actual transición post-pandémica global.

Pablo Rossell Arce es economista.