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Cómo dejar de ser pobres

Durante la década de los 60 del siglo pasado, el ingreso per cápita de Bolivia y Corea del Sur era muy similar: $us 102 el primero, mientras que $us 158 el segundo. En 2010, el mismo indicador para nuestro país fue de $us 1.955, y que el de Corea del Sur llegó a casi $us 23.100. ¿Qué pasó? Bolivia se conformó con un modelo de desarrollo agrícola que explica, entre otras cosas, la pujanza económica del departamento de Santa Cruz, inexplicable sin el Plan Bohan y las incalculables transferencias monetarias desde nivel central del Estado durante los años 70; mientras que nuestro virtual competidor pasó de comercializar productos a fabricarlos. Piense en el gigante Samsung, que primero importaba refrigeradores y hoy es el país que produce celulares y computadoras de última generación. Lección: no le hagas caso ni al FMI ni al BM.

El predicamento de nuestra pobreza debe considerar, ineludiblemente pues, el papel de nuestro país en el mercado internacional. Un joven surcoreano puede optar, entre muchísimas opciones, por producir videojuegos o computadoras, mientras que su par boliviano debe contentarse con vender esos mismos bienes, seguramente contrabandeados, en la feria de la 16 de Julio. A mediados del siglo pasado, el PIB de ambos países estaba conformado principalmente por la venta de materias primas o recursos naturales sin valor agregado. La industrialización de nuestra economía no puede ser menos que prioritaria.

La sustitución de importaciones fue una solución plausible durante mucho tiempo para países como Argentina o Brasil, que sin duda alguna tienen mejores niveles de vida que el nuestro. Una recomendación cepalina impensable sin el aporte de categorías propias del análisis marxista de la realidad. Pero Bolivia jamás incursionó comprometidamente por ese camino, pues la intervención estadounidense en la Revolución Nacional de 1952 impuso un modelo de desarrollo agrario y dependiente. “No se arriesguen con invertir en fábricas de coches”, fue el razonamiento de nuestros benefactores gringos, “más bien, limítense a darnos la goma para las llantas”. Y les hicimos caso, razón por la cual estoy acá escribiendo sobre economía en vez de desarrollar programas para computadoras o componer canciones de K-pop.

Hoy, tanto la izquierda como la derecha en Bolivia coinciden en que debemos abandonar el modelo primario exportador. La pregunta es ¿cómo? Los neoliberales apuestan por la inversión extranjera sobre nuestras riquezas naturales, mientras que nosotros, los pluris, preferimos optar por su propiedad y gestión soberana. El famoso dilema del péndulo Estado/mercado de los últimos 90 años.

Pero el primer camino demostró su inviabilidad, pues la época de privatizaciones y capitalizaciones que vivimos durante los años 90 no provocaron más que pobreza y desempleo, mientras que la nacionalización del gas y la intervención decidida del Estado en la economía dieron paso a uno de los periodos más prósperos de nuestra historia, a pesar de sus limitaciones en el bienestar real y cotidiano de nuestros bolsillos. La solución va por allá.

Enriquecer a nuestros empresarios jamás derramará un céntimo de riqueza sobre los pobres. Esos mismos empresarios que en vez de invertir acá preferirán depositar su dinero en paraísos fiscales, como el buen Doria Medina. En vez de ello, debemos sustituir importaciones, pero no televisores o microondas, como muchos piensan, sino medicamentos y tecnología propia del siglo XXI, que no es mecánica ni electrónica, sino informática y biogenética.

Para salir de la pobreza, entonces, podemos estar seguros de solamente tres cosas: primero, los recursos naturales de Bolivia deben ser, incuestionablemente, propiedad del Estado, sea a través de nacionalizaciones clásicas o el control mayoritario de las acciones de empresas estatales: digamos, YPFB; segundo, los ingresos producidos por la explotación de estos recursos deben ser redistribuidos en favor de los sectores más vulnerables: bonos y transferencias económicas condicionadas para mejores sistemas de salud, educación y justicia; y tercero, dichos ingresos deben estimular la industrialización del país, que permitirá que ocho de cada 10 bolivianos dejen de trabajar en el sector informal de la economía y puedan desarrollarse como profesionales con salario, beneficios sociales y formación académica y universitaria como los habitantes del primer mundo.

Una trilogía simple pero difícil de implementar sin el apoyo decidido de la ciudadanía boliviana, cuya comprensión necesariamente debe ampliarse más allá del estereotipo del hombre blanco, clasemediero y heterosexual. Pero ese es, ya, otro problema.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.