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Tuesday 23 Apr 2024 | Actualizado a 07:44 AM

El rey destronado

/ 24 de diciembre de 2021 / 23:13

Ninguna figura de la realeza contemporánea exhibe una personalidad tan controvertida como el que fuera monarca español por cuatro décadas, Juan Carlos I. Nacido en 1938, acompañó desde pequeño a su padre don Juan de Borbón en su exilio en Portugal, donde a sus 18 años tuvo la desgracia de matar por accidente a su hermano menor Alfonso. Desde allí, Francisco Franco lo rescató para ser formado como futuro rey, designándolo legítimo sucesor, en 1969, un episodio que cuando menos fue calificado de deslealtad hacia su progenitor, también pretendiente al trono. Estos antecedentes y su camino hacia la corona hasta la caída y exilio son relatados por la más autorizada de sus biógrafos Laurence Debray, hija de Regis, quien purgó cinco años en la cárcel de Camiri por su implicación en la guerrilla del Che. En efecto, ya en 2013 escribió Juan Carlos de España en base a su tesis de grado en historia defendida en la Sorbona y ahora su obra Mon roi déchu (Mi rey destronado, Ed. Stock, 270 páginas), aparecida recientemente, es un retrato del rey destronado menos por su propio hijo Felipe VI que por las circunstancias de las desventuras creadas por él mismo. Su biógrafa, que lo siguió hasta su ostracismo en Abu Dabi, evoca sus observaciones y conversaciones con aquel, confesando la admiración que desde siempre sintió por quien fuera en su juventud un hombre bello, deportista y apuesto monarca. Siguiendo todos sus escritos, la Debray condimenta sus reflexiones con datos de su propia vida como hija de revolucionarios que admiraban al presidente galo François Mitterrand, mientras ella colaba en su dormitorio la efigie de Juan Carlos, un vínculo platónico que devela ella misma y que se detecta en sus opiniones edulcoradas sobre la disipada vida de Juan Carlos I. “Su vida es una novela”, dice y añade “Juan Carlos ha devenido mi novela”. Su héroe vivió una singular existencia, marcada como cazador de elefantes, catador de mujeres, permisivo, cultor del vino y de la buena mesa. Todo lo cual no impidió que salvara la democracia amenazada por el golpe acaecido en 1981 o sea el forjador de la Constitución que brindó a España la seguridad de sólidas instituciones republicanas. Lamentablemente, puesto que “poderoso caballero es don dinero”, aceptó —en 2008— aquel regalo del rey de Arabia Saudita, de $us 100 millones que fueron depositados sigilosamente en Suiza y que se sospecha provienen de comisiones ilegales. Ese dolo y otros tropiezos provocaron la erosión de su imagen y la suave abdicación en favor de Felipe VI. Ahora pasa sus días en aquella isla artificial en el archipiélago de los Emiratos Árabes Unidos, donde habita una villa con comodidad, pero sin lustre palaciego. Cuidan su seguridad cuatro guardias españoles y la pareja filipina que se ocupa de la intendencia doméstica. Antiguo militar, a sus 84 años, se levanta a las siete de la mañana, lee la prensa española en su inefable tableta, dialoga telefónicamente con sus abogados, acude a la piscina para reeducar sus piernas averiadas que lo obligan a usar muletas y cuida de su salud, deteriorada por 20 operaciones y un triple baipás. A su conocido buen humor, algo disipado por la amargura que su hijo Felipe VI haya rechazado su parte de herencia y, además, le hubiese cortado su pensión vitalicia de 192.000 euros anuales, se añade la decepción que su antigua amante, la aristócrata alemana Corinne Larsen, se hubiese convertido en colaboradora eficaz en los juicios que lo persiguen por reproches fiscales. Entretanto, Juan Carlos I, el bon vivant, declara que lo que más extraña de su país es la comida y que añora servirse un buen jamón serrano.

Carlos A. Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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Chile vs. Perú, seis años después

El fallo de La Haya sobre el diferendo peruano-chileno tuvo antecedentes muy paradójicos, en los que Santiago siempre alegaba que tenía la razón. Hasta en la decisión en su contra, Chile se mostró con argumentos a su favor, como decir, por ejemplo, que las mejores anchovetas se encuentran en la parte rica de su mar.

/ 2 de febrero de 2014 / 04:01

El lunes 27 de enero, después de seis años de suspenso, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), en La Haya, emitió su fallo inapelable acerca de la demanda presentada por Perú, el 16 de enero de 2008, cuando el entonces presidente Alan García declaró: “Los espacios marítimos de Perú y Chile se superponen parcialmente”.

Aunque era un pleito anunciado, su eventual efectividad fue recibida agriamente por Santiago, cuyo canciller, Alejandro Foxley, afirmó: “El Gobierno de Chile lamenta profundamente esta presentación, ya que en ella se desconocen tratados vigentes”. Se refería a la Declaración sobre Zona Marítima signada por Chile, Perú y Ecuador en 1952 y al Convenio referente a la Zona Especial Fronteriza de 1954.

Entonces comenzaron los enredados procedimientos que rigen las controversias admitidas por ese alto tribunal, cuya secuencia cronológica vale la pena registrar, así sea como ejercicio didáctico, para comprender las actitudes subjetivas de ambos gobiernos y el logro de resultados objetivos por una de las partes.

19 de marzo de 2009: Correspondió a Perú la presentación de la memoria que sustentaba su reclamación. El papel fue redactado por el equipo peruano asesorado por juristas internacionales, cooperación externa que, por su parte, también contrató la Cancillería chilena. Allan Wagner, excanciller, de elevada estatura y dicción puntual en los idiomas oficiales de la Corte, ese día comentó que “es un juicio ante el máximo tribunal del mundo”.

La presidenta Michelle Bachelet respondió: “Estamos preparados porque tenemos la razón”. 9 de marzo de 2010: Un año tardó Chile para depositar su contramemoria a través del agente Alberto van Klaveren, que enfatizaba: “No tenemos dudas de la solidez de nuestros argumentos”.

9 de noviembre de 2010: Un legajo sietemesino constituyó la denominada réplica peruana, que rebatía las razones sostenidas por Chile. Cierto aire triunfalista llevó al ministro de Relaciones Exteriores limeño, José Antonio García Belaunde, a exclamar: “El costo de desconocer un fallo de la Corte es demasiado alto”.

Al día siguiente, Bolivia, que seguía de cerca la controversia, por boca de su canciller David Choquehuanca dijo: “Podemos solicitar un informe para conocer la situación, pero no tenemos por qué interferir en temas entre los dos países”.

También Ecuador miraba de palco el entuerto.

11 de julio de 2011: Chile presentó su dúplica, que, según Van Klaveren, contenía antecedentes nuevos, y el canciller Alfredo Moreno añadió: “Hemos incluido diversa evidencia empírica (sic)”. Y su homólogo peruano reaccionó: “No hay en la dúplica nada que no sabíamos antes”.

Como se ve, la polémica rebalsó los límites de La Haya, con el propósito de nutrir a la opinión pública interna de los países respectivos, con  material informativo que aliente expectativas patrioteras e incida en los sondeos de popularidad de sus gobernantes. 22 de marzo de 2012: La CIJ anunció la etapa de alegatos orales.

3 de diciembre de 2012: Se inició el turno peruano, y el agente Wagner dijo: “No existe ningún tratado con el que se establezca una frontera marítima entre Perú y Chile”. Ésa fue la base para el reclamo peruano, que Alain Pellet, el abogado francés contratado por Lima, reforzó diciendo: “(El Perú pide) el reconocimiento de los derechos que el derecho del mar entrega a todos los Estados costeros”. Otro jurista del equipo, Michael Wood, afirmó terminantemente: “Ninguno de los dos instrumentos (Declaración de 1952 y Declaración de Santiago) pretendía buscar frontera, ambos eran instrumentos provisionales”, con lo cual se desea desbaratar la tozudez chilena apegada a una ciega intangibilidad de los tratados. 4 de diciembre de 2012: Al cabo del segundo día del alegato peruano, el nuevo canciller Rafael Roncagliolo  alabó que sus juristas sean “elocuentes y contundentes”.

6 de diciembre de 2012: En los alegatos orales, fue entonces el turno de Chile. Van Klaveren insistía en que “la Declaración de Santiago estableció la frontera marítima en forma completa y exhaustiva”, corroborado por su abogado galo Pierre Marie Dupuy. A ello se sumó el canciller Alfredo Moreno para martillar que “Chile y Perú fijaron sus límites en un tratado hace 60 años y que fue señalizado en 1968”.

El agente peruano repuso: “Hasta ahora no nos prueban cuándo se firmó el tratado de delimitación marítima”.

Alegatos. 7 de diciembre de 2012: Era la continuación del alegato chileno, con la participación del abogado Georgios Petrochilos, quien sostuvo: “Perú ha descrito todo lo que no hay y niega todo lo que hay”. Un segundo jurista, Luigi Condorelli, opinó que “la interpretación de la Declaración de Santiago, basta para demostrar que Chile, Ecuador y Perú efectivamente delimitaron entre ellos sus zonas marítimas”.

11 de diciembre de 2012: En el cierre de los alegatos orales, imperturbable el agente peruano exclamó que “este caso va a ser recordado como el de dos países serios”. En cambio, Moreno creía que hay que esperar el fallo “con calma, tranquilidad y confianza”.

14 de diciembre de 2012: Chile pidió a la CIJ que declare improcedente las declaraciones del Perú, en su totalidad. Perú retrucó que “Chile no ha logrado demostrar la existencia de un límite marítimo”. Finalmente, el agente santiaguino indicó: “La CIJ no necesita establecer un límite marítimo entre

Perú y Chile. Nuestros países ya gozan de un límite operativo, estable, claro y pacífico”.
13 de diciembre de 2013: Después de un año de estudio y deliberaciones internas ultrasecretas, la CIJ anunció que la lectura del fallo se hará el 27 de enero de 2014.

Ante esa noticia, el canciller Moreno declaró: “El fallo es obligatorio para ambos países y ambos son respetuosos del Derecho Internacional. Una vez que tengamos el fallo, ambos países lo vamos a aplicar”.

La secuencia de la presentación de la demanda por parte del Perú, de su memoria, de la contramemoria chilena, de la réplica peruana, la duplica chilena, los alegatos orales de ambas partes y el año que se tomaron los 15 jueces de la CIJ para redactar su fallo y anunciar su lectura para el 27 de enero, fue seguida con atención y en las últimas semanas con angustia por los gobiernos y la opinión publica de los dos países.

Mientras en Lima flotaba un aire de optimismo, en Santiago los rumores de un fallo negativo proliferaban. Se hablaba que filtraciones provenientes del interior de la Corte alertaron a las partes en pugna. Sin embargo, se aseguró que nada de esto aconteció en los 157 casos previos que atendió la CIJ en sus 70 años de vida. Aunque, como se sabe, cada país litigante nombra un conjuez para acompañar las deliberaciones de la Corte. Por cuenta de Chile ocupó ese puesto Francisco Orrego, a quien las malas lenguas atribuyen algún nivel de infidencia que provocó el pesimismo chileno. Políticos y sectores nacionalistas, civiles y militares, se pronunciaron abierta y encubiertamente ante la posibilidad de que el fallo les fuera adverso.

El 20 de enero de 2014, el presidente Sebastián Piñera convocó a una reunión de urgencia de Cosena (Consejo de Seguridad Nacional), compuesto por los presidentes de los tres poderes del Estado, los comandantes militares, de Carabineros y el Contralor de la República.

Al término de la reunión, este cuerpo emitió una declaración que en su parte principal decía: “Chile… conforme a su conducta permanente de respeto al Derecho Internacional, cumple y exige el cumplimiento del fallo de la CIJ de La Haya, así como su debida ejecución, resguardando los legítimos intereses del país”.

La declaración del Cosena no fue nada más ni nada menos que una  capitulación ante la aparente ventaja del Perú. Fue una estrategia para preparar a la opinión pública chilena en vista de una inminente derrota. También se trató de evitar desbordamientos de las Fuerzas Armadas tratando de contener el avance desordenado de barcos pesqueros peruanos, irrumpiendo ante los nuevos límites fijados por la CIJ.

Argumentos. Otros estamentos del Gobierno de Santiago se adelantaron a considerar varios escenarios posibles, como la invasión de pesqueros peruanos y sus consecuencias en la pesca principalmente de la anchoveta, destinada a la lucrativa exportación de harina.

Curándose en salud, fue el propio Canciller que se encargó de minimizar la pérdida que significaría un fallo adverso, con razones tan baladíes como que “la mejor anchoveta se encuentra cerca de la costa”, pero admitiendo que Chile perdería una parte de lo que hasta hoy era su zona económica exclusiva.

Algún senador desorientado (Jorge Tarud) sugirió convocar a un plebiscito para que el pueblo decida si acepta o no el fallo de La Haya, pero sensatamente el Cosena desestimó radicalismos superfluos.

En el terreno político, el ejemplo de la controversia Nicaragua-Colombia, en la cual el veredicto contrario a Colombia la privó de 75.000 millas cuadradas, significó también una considerable pérdida de popularidad para el presidente Juan Manuel Santos. Igual efecto podría tener el fallo del 27 de enero para la esmirriada imagen de Piñera, al término de su mandato. Como consuelo, éste demanda que la ejecución de la sentencia judicial sea gradual, para ajustar la legislación interna a la nueva realidad internacional. Por el contrario, el presidente Ollanta Humala fue categórico en proclamar el inmediato cumplimiento de la sentencia.

El ambiente de victoria que se vivió en Perú culminó con la llamada al abanderamiento general pedido por el expresidente Alan García, quien se siente el verdadero triunfador de la jornada, por ser él que inició el pleito con Chile sobre este asunto.

Días después, la Marina de Guerra peruana se desplazaba al triangulo externo recientemente concedido en el fallo de la CIJ y las escuadras chilenas estaban atentas ante esos movimientos. Pareciera que Perú piensa que Grau vive y que la lucha sigue.

Un fallo sin falla

El fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha producido, naturalmente, inquietud acerca de la expectativa de Bolivia con referencia a su propia demanda interpuesta ante el mismo tribunal requiriendo de la parte de Chile la obligación de negociar, con buena fe y eficiencia, con el fin de alcanzar un acuerdo que otorgue un acceso plenamente soberano al océano Pacífico.

Comentarios y análisis aparecidos en la prensa nacional y, particularmente, chilena, señalan que el veredicto de La Haya ha puesto un tapón geográfico a la demanda boliviana y que no queda otro camino que retornar a la mesa de negociaciones con voluntad política más que con razones jurídicas. Sin embargo, Bolivia no espera de la CIJ una receta para satisfacer su aspiración, sino únicamente el reconocimiento de la existencia de una negociación truncada por la mala fe de una de las partes.

Por ello, tiene relevancia en el fallo el apartado G, en sus artículos 131, 132 y 133, en los cuales se describe con minucia las negociaciones tripartitas realizadas en 1975/1976 conocidas popularmente como el “abrazo de Charaña”. Esas tratativas, inscritas por Chile en su contramemoria, revelan, primero, la existencia de un problema irresuelto y, segundo, la voluntad que manifestó Chile en ésa como en otras oportunidades de resolver el diferendo, mediante la cesión de una franja de terreno con soberanía plena, acceso al mar, plataforma continental y zona económica exclusiva.

La CIJ,  al haber aceptado considerar la demanda boliviana, solo tendría que ejercer la influencia de su decisión para que Bolivia y Chile retomen el hilo de sus conversaciones al respecto, sin las chicanerías que acostumbra usar su diplomacia.

En consecuencia, resulta ocioso discurrir cuál sería la mejor avenida para satisfacer la petición boliviana. Cada cosa a su tiempo.

El 17 de abril de 2014, con la presentación de la memoria boliviana, se iniciará una larga batalla jurídica, la cual, no impide que —paralelamente— se promueva el diálogo político en la cumbre, que culmine en un desistimiento voluntario de Bolivia de su demanda presentada a la CIJ.

En momentos en que la tradicional arrogancia chilena ha sido aplanada por el veredicto de la CIJ, es posible que ese país opte por evitar un nuevo fallo adverso en su enfrentamiento con Bolivia y que ese camino incierto sea evitado por la adopción de una inteligente solución política.

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Chile vs. Perú, seis años después

El fallo de La Haya sobre el diferendo peruano-chileno tuvo antecedentes muy paradójicos, en los que Santiago siempre alegaba que tenía la razón. Hasta en la decisión en su contra, Chile se mostró con argumentos a su favor, como decir, por ejemplo, que las mejores anchovetas se encuentran en la parte rica de su mar.

/ 2 de febrero de 2014 / 04:01

El lunes 27 de enero, después de seis años de suspenso, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), en La Haya, emitió su fallo inapelable acerca de la demanda presentada por Perú, el 16 de enero de 2008, cuando el entonces presidente Alan García declaró: “Los espacios marítimos de Perú y Chile se superponen parcialmente”.

Aunque era un pleito anunciado, su eventual efectividad fue recibida agriamente por Santiago, cuyo canciller, Alejandro Foxley, afirmó: “El Gobierno de Chile lamenta profundamente esta presentación, ya que en ella se desconocen tratados vigentes”. Se refería a la Declaración sobre Zona Marítima signada por Chile, Perú y Ecuador en 1952 y al Convenio referente a la Zona Especial Fronteriza de 1954.

Entonces comenzaron los enredados procedimientos que rigen las controversias admitidas por ese alto tribunal, cuya secuencia cronológica vale la pena registrar, así sea como ejercicio didáctico, para comprender las actitudes subjetivas de ambos gobiernos y el logro de resultados objetivos por una de las partes.

19 de marzo de 2009: Correspondió a Perú la presentación de la memoria que sustentaba su reclamación. El papel fue redactado por el equipo peruano asesorado por juristas internacionales, cooperación externa que, por su parte, también contrató la Cancillería chilena. Allan Wagner, excanciller, de elevada estatura y dicción puntual en los idiomas oficiales de la Corte, ese día comentó que “es un juicio ante el máximo tribunal del mundo”.

La presidenta Michelle Bachelet respondió: “Estamos preparados porque tenemos la razón”. 9 de marzo de 2010: Un año tardó Chile para depositar su contramemoria a través del agente Alberto van Klaveren, que enfatizaba: “No tenemos dudas de la solidez de nuestros argumentos”.

9 de noviembre de 2010: Un legajo sietemesino constituyó la denominada réplica peruana, que rebatía las razones sostenidas por Chile. Cierto aire triunfalista llevó al ministro de Relaciones Exteriores limeño, José Antonio García Belaunde, a exclamar: “El costo de desconocer un fallo de la Corte es demasiado alto”.

Al día siguiente, Bolivia, que seguía de cerca la controversia, por boca de su canciller David Choquehuanca dijo: “Podemos solicitar un informe para conocer la situación, pero no tenemos por qué interferir en temas entre los dos países”.

También Ecuador miraba de palco el entuerto.

11 de julio de 2011: Chile presentó su dúplica, que, según Van Klaveren, contenía antecedentes nuevos, y el canciller Alfredo Moreno añadió: “Hemos incluido diversa evidencia empírica (sic)”. Y su homólogo peruano reaccionó: “No hay en la dúplica nada que no sabíamos antes”.

Como se ve, la polémica rebalsó los límites de La Haya, con el propósito de nutrir a la opinión pública interna de los países respectivos, con  material informativo que aliente expectativas patrioteras e incida en los sondeos de popularidad de sus gobernantes. 22 de marzo de 2012: La CIJ anunció la etapa de alegatos orales.

3 de diciembre de 2012: Se inició el turno peruano, y el agente Wagner dijo: “No existe ningún tratado con el que se establezca una frontera marítima entre Perú y Chile”. Ésa fue la base para el reclamo peruano, que Alain Pellet, el abogado francés contratado por Lima, reforzó diciendo: “(El Perú pide) el reconocimiento de los derechos que el derecho del mar entrega a todos los Estados costeros”. Otro jurista del equipo, Michael Wood, afirmó terminantemente: “Ninguno de los dos instrumentos (Declaración de 1952 y Declaración de Santiago) pretendía buscar frontera, ambos eran instrumentos provisionales”, con lo cual se desea desbaratar la tozudez chilena apegada a una ciega intangibilidad de los tratados. 4 de diciembre de 2012: Al cabo del segundo día del alegato peruano, el nuevo canciller Rafael Roncagliolo  alabó que sus juristas sean “elocuentes y contundentes”.

6 de diciembre de 2012: En los alegatos orales, fue entonces el turno de Chile. Van Klaveren insistía en que “la Declaración de Santiago estableció la frontera marítima en forma completa y exhaustiva”, corroborado por su abogado galo Pierre Marie Dupuy. A ello se sumó el canciller Alfredo Moreno para martillar que “Chile y Perú fijaron sus límites en un tratado hace 60 años y que fue señalizado en 1968”.

El agente peruano repuso: “Hasta ahora no nos prueban cuándo se firmó el tratado de delimitación marítima”.

Alegatos. 7 de diciembre de 2012: Era la continuación del alegato chileno, con la participación del abogado Georgios Petrochilos, quien sostuvo: “Perú ha descrito todo lo que no hay y niega todo lo que hay”. Un segundo jurista, Luigi Condorelli, opinó que “la interpretación de la Declaración de Santiago, basta para demostrar que Chile, Ecuador y Perú efectivamente delimitaron entre ellos sus zonas marítimas”.

11 de diciembre de 2012: En el cierre de los alegatos orales, imperturbable el agente peruano exclamó que “este caso va a ser recordado como el de dos países serios”. En cambio, Moreno creía que hay que esperar el fallo “con calma, tranquilidad y confianza”.

14 de diciembre de 2012: Chile pidió a la CIJ que declare improcedente las declaraciones del Perú, en su totalidad. Perú retrucó que “Chile no ha logrado demostrar la existencia de un límite marítimo”. Finalmente, el agente santiaguino indicó: “La CIJ no necesita establecer un límite marítimo entre

Perú y Chile. Nuestros países ya gozan de un límite operativo, estable, claro y pacífico”.
13 de diciembre de 2013: Después de un año de estudio y deliberaciones internas ultrasecretas, la CIJ anunció que la lectura del fallo se hará el 27 de enero de 2014.

Ante esa noticia, el canciller Moreno declaró: “El fallo es obligatorio para ambos países y ambos son respetuosos del Derecho Internacional. Una vez que tengamos el fallo, ambos países lo vamos a aplicar”.

La secuencia de la presentación de la demanda por parte del Perú, de su memoria, de la contramemoria chilena, de la réplica peruana, la duplica chilena, los alegatos orales de ambas partes y el año que se tomaron los 15 jueces de la CIJ para redactar su fallo y anunciar su lectura para el 27 de enero, fue seguida con atención y en las últimas semanas con angustia por los gobiernos y la opinión publica de los dos países.

Mientras en Lima flotaba un aire de optimismo, en Santiago los rumores de un fallo negativo proliferaban. Se hablaba que filtraciones provenientes del interior de la Corte alertaron a las partes en pugna. Sin embargo, se aseguró que nada de esto aconteció en los 157 casos previos que atendió la CIJ en sus 70 años de vida. Aunque, como se sabe, cada país litigante nombra un conjuez para acompañar las deliberaciones de la Corte. Por cuenta de Chile ocupó ese puesto Francisco Orrego, a quien las malas lenguas atribuyen algún nivel de infidencia que provocó el pesimismo chileno. Políticos y sectores nacionalistas, civiles y militares, se pronunciaron abierta y encubiertamente ante la posibilidad de que el fallo les fuera adverso.

El 20 de enero de 2014, el presidente Sebastián Piñera convocó a una reunión de urgencia de Cosena (Consejo de Seguridad Nacional), compuesto por los presidentes de los tres poderes del Estado, los comandantes militares, de Carabineros y el Contralor de la República.

Al término de la reunión, este cuerpo emitió una declaración que en su parte principal decía: “Chile… conforme a su conducta permanente de respeto al Derecho Internacional, cumple y exige el cumplimiento del fallo de la CIJ de La Haya, así como su debida ejecución, resguardando los legítimos intereses del país”.

La declaración del Cosena no fue nada más ni nada menos que una  capitulación ante la aparente ventaja del Perú. Fue una estrategia para preparar a la opinión pública chilena en vista de una inminente derrota. También se trató de evitar desbordamientos de las Fuerzas Armadas tratando de contener el avance desordenado de barcos pesqueros peruanos, irrumpiendo ante los nuevos límites fijados por la CIJ.

Argumentos. Otros estamentos del Gobierno de Santiago se adelantaron a considerar varios escenarios posibles, como la invasión de pesqueros peruanos y sus consecuencias en la pesca principalmente de la anchoveta, destinada a la lucrativa exportación de harina.

Curándose en salud, fue el propio Canciller que se encargó de minimizar la pérdida que significaría un fallo adverso, con razones tan baladíes como que “la mejor anchoveta se encuentra cerca de la costa”, pero admitiendo que Chile perdería una parte de lo que hasta hoy era su zona económica exclusiva.

Algún senador desorientado (Jorge Tarud) sugirió convocar a un plebiscito para que el pueblo decida si acepta o no el fallo de La Haya, pero sensatamente el Cosena desestimó radicalismos superfluos.

En el terreno político, el ejemplo de la controversia Nicaragua-Colombia, en la cual el veredicto contrario a Colombia la privó de 75.000 millas cuadradas, significó también una considerable pérdida de popularidad para el presidente Juan Manuel Santos. Igual efecto podría tener el fallo del 27 de enero para la esmirriada imagen de Piñera, al término de su mandato. Como consuelo, éste demanda que la ejecución de la sentencia judicial sea gradual, para ajustar la legislación interna a la nueva realidad internacional. Por el contrario, el presidente Ollanta Humala fue categórico en proclamar el inmediato cumplimiento de la sentencia.

El ambiente de victoria que se vivió en Perú culminó con la llamada al abanderamiento general pedido por el expresidente Alan García, quien se siente el verdadero triunfador de la jornada, por ser él que inició el pleito con Chile sobre este asunto.

Días después, la Marina de Guerra peruana se desplazaba al triangulo externo recientemente concedido en el fallo de la CIJ y las escuadras chilenas estaban atentas ante esos movimientos. Pareciera que Perú piensa que Grau vive y que la lucha sigue.

Un fallo sin falla

El fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha producido, naturalmente, inquietud acerca de la expectativa de Bolivia con referencia a su propia demanda interpuesta ante el mismo tribunal requiriendo de la parte de Chile la obligación de negociar, con buena fe y eficiencia, con el fin de alcanzar un acuerdo que otorgue un acceso plenamente soberano al océano Pacífico.

Comentarios y análisis aparecidos en la prensa nacional y, particularmente, chilena, señalan que el veredicto de La Haya ha puesto un tapón geográfico a la demanda boliviana y que no queda otro camino que retornar a la mesa de negociaciones con voluntad política más que con razones jurídicas. Sin embargo, Bolivia no espera de la CIJ una receta para satisfacer su aspiración, sino únicamente el reconocimiento de la existencia de una negociación truncada por la mala fe de una de las partes.

Por ello, tiene relevancia en el fallo el apartado G, en sus artículos 131, 132 y 133, en los cuales se describe con minucia las negociaciones tripartitas realizadas en 1975/1976 conocidas popularmente como el “abrazo de Charaña”. Esas tratativas, inscritas por Chile en su contramemoria, revelan, primero, la existencia de un problema irresuelto y, segundo, la voluntad que manifestó Chile en ésa como en otras oportunidades de resolver el diferendo, mediante la cesión de una franja de terreno con soberanía plena, acceso al mar, plataforma continental y zona económica exclusiva.

La CIJ,  al haber aceptado considerar la demanda boliviana, solo tendría que ejercer la influencia de su decisión para que Bolivia y Chile retomen el hilo de sus conversaciones al respecto, sin las chicanerías que acostumbra usar su diplomacia.

En consecuencia, resulta ocioso discurrir cuál sería la mejor avenida para satisfacer la petición boliviana. Cada cosa a su tiempo.

El 17 de abril de 2014, con la presentación de la memoria boliviana, se iniciará una larga batalla jurídica, la cual, no impide que —paralelamente— se promueva el diálogo político en la cumbre, que culmine en un desistimiento voluntario de Bolivia de su demanda presentada a la CIJ.

En momentos en que la tradicional arrogancia chilena ha sido aplanada por el veredicto de la CIJ, es posible que ese país opte por evitar un nuevo fallo adverso en su enfrentamiento con Bolivia y que ese camino incierto sea evitado por la adopción de una inteligente solución política.

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El tiburón y las sardinas

Estados Unidos ha expresado su interés de sana convivencia con América Latina, región a la que había ignorado en los últimos años por su atención a Medio Oriente. Ahora es otra realidad política, con gobiernos de izquierda y democracias que el gigante deberá respetar.

/ 1 de diciembre de 2013 / 04:00

Una semana antes de que en Ginebra se logre el histórico acuerdo entre las grandes potencias e Irán, por el control de la evolución en la energía nuclear persa, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, se dio tiempo de aparecer en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) y pronunciar un extenso discurso acerca de las relaciones interamericanas.

A lo largo de su alocución se pudo observar una actitud paternalista, edulcorada con expresiones de ejercitada modestia, iniciadas como se estila en la oratoria gringa, con frases de fino humor. Su disertación se hace más importante por lo que no dijo que por sus divagaciones acerca de la buena vecindad.

Por ejemplo, sólo tres tenues palabras acerca del narcotráfico que asola la región, como dejando pasar el mensaje de que ese tema ya no es prioritario para Washington.  Tampoco se refirió a las iniciativas que últimamente culminaron en estructuras tales como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) o la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), en las que se excluye expresamente la participación estadounidense.

Se ocupó más bien de subrayar la circunstancia que el ejercicio de gobiernos democráticos son ahora más la regla que la excepción, contrariamente a lo que acontecía hace algunos años. En esa categoría citó reiteradamente la excepción cubana, al felicitarse por las tímidas aperturas que ha iniciado La Habana, al permitir el comercio en varios rubros de los trabajadores por cuenta propia. Ponderó como una cooperación indirecta a la economía cubana el hecho de que “cientos de miles” de turistas americanos visitasen anualmente Cuba, dejando en sus estadías millones de dólares ávidamente requeridos por el régimen castrista. Igualmente dijo que la liberalización para el envío de remesas de los exiliados a sus parientes en la isla era muy significativa. Todo ello, en la esperanza de que pronto se puedan realizar elecciones libres en las que los cubanos puedan escoger sin limitaciones a sus gobernantes. Alabó la observancia de  los adherentes a la Carta Interamericana Democrática que estatuye la garantía de respetar las libertades individuales y el gobierno representativo. Su retórica enfatizó que “la democracia no es un destino final, sino un viaje sin fin”.

Nota evidente fue su contento por que una relativa prosperidad se vislumbre en la región que, en los últimos años, registró un crecimiento sostenido del 4%, sacando a 73 millones de personas fuera del nivel de la extrema pobreza.

Remarcó que el área de libre comercio con acuerdos que favorecen a Colombia y Panamá posibilitaron, por ejemplo, la inserción en el mercado norteamericano de productos exportados por 800 empresas, sólo en el último año. Comparó ese logro con el crecimiento exponencial de la NAFTA (acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos, México y Canadá)

Repitió una y otra vez, en español, el adagio de que “la unión hace la fuerza”, explicando que la doctrina Monroe quedó atrás y que de hoy en adelante Estados Unidos ya no ejercitará injerencia en los asuntos internos de sus vecinos. Sin embargo, soslayó referirse a las interferencias informáticas reveladas recientemente.

En suma, pienso que la estrategia geopolítica de Estados Unidos, para encarar el surgimiento de bloques que, como el Alba, proponen una economía estatizada y una reticencia al sistema capitalista, es nutrir a la Alianza del Pacífico de los elementos suficientes para estimular su crecimiento económico en base a las inversiones extranjeras, la economía social de mercado, la seguridad jurídica y los acuerdos  de libre comercio que abran el enorme mercado americano a sus productos y en igual esquema a los mercados asiáticos y europeos.

Esa modalidad contrasta con la ingeniería económica del Alba y se espera que a la larga se coteje los dos modelos y se vea la diferencia de países como Cuba o Venezuela, donde la oferta de productos de consumo básico es precaria (en ocasiones, inexistente), cuyos precios están sometidos a una inflación galopante y donde impera el desempleo.

En cambio, en los países de la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, México y Colombia) la inversión extranjera es promotora de empleos, las barreras aduaneras desaparecen paulatinamente con  sus socios en Estados Unidos, en Europa y, a través del convenio transpacífico, en los populosos mercados del Asia.

Por añadidura, los países de la Alianza están regidos por los gobiernos representativos, con alternancia en el mando político y transparencia en la administración de la Justicia.

Como corolario, se espera que a mediano plazo las mismas poblaciones serán árbitros que comparen y  definan cuál modelo es más efectivo para  obtener las premisas básicas del buen vivir, con pan y libertad.  Ésa parece ser la nueva estrategia norteamericana para enfrentar los retos que suponen los regímenes que pregonan el socialismo del Siglo XXI y otros de semejante horizonte.

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Un divorcio conflictivo

Las relaciones entre Bolivia y Estados Unidos no son normales, más con el anuncio de alejamiento de la NAS, la agencia contra las drogas que cooperaba en el país. La decisión estadounidense coincide con la demanda de La Paz contra Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya y la consolidación del bloque Alianza del Pacífico, en el que está Santiago, que respalda Washington.

/ 2 de junio de 2013 / 04:02

La decisión unilateral de clausurar en Bolivia la Oficina de Asuntos Antinarcóticos (NAS, por su sigla en inglés) nos empuja a efectuar serias reflexiones referentes a las relaciones de Bolivia con el coloso del norte.

Tanto en el desarrollo social y político de Estados Unidos como de Bolivia se han operado trascendentales mutaciones que las nociones de antiimperialismo como de autodeterminación de los pueblos han variado en sustancia y forma durante los últimos 30 años.

La encarnizada lucha por ganar espacios de influencia en época de la Guerra Fría, en la que todo valía, efectivamente, dejó los malos recuerdos del apoyo a las dictaduras militares por parte del Gobierno estadounidense, en detrimento de los países latinoamericanos, bajo el manto de la “doctrina de seguridad del Estado”. Paralelamente, la explotación intensiva de los recursos naturales en la región, regentada por compañías americanas o multinacionales afines, tipificó un modelo neocolonialista de hegemonía económica y sometimiento político de nefarias consecuencias.

La aparición del libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de la América Latina (1971) respondida 25 años más tarde por Mendoza, Montaner y Vargas Llosa (el pequeño) con un Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) avivó el debate acerca del rol reservado a la única superpotencia mundial, luego de la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética. El primero sigue siendo la biblia de los termocéfalos y el segundo es la guía de los cavernarios del neoliberalismo.

Al diferendo se añadió el fenómeno de la globalización no sólo en términos de expansión de mercados y de la multiplicación positiva del comercio planetario, sino también en el campo de la cultura a través de la revolución informática y en la arena social con el despertar de los movimientos populares que reavivaron la solidaridad intercontinental de los pueblos débiles frente a la avalancha del capital financiero y la rapiña bancaria.

En América Latina, lejos quedaron en los repositorios de la arqueología política los grandes logros de la Revolución Nacional boliviana de 1952 y de la Revolución Cubana de 1959. Ambos modelos propuestos no respondieron a las exigencias cada vez mayores de sus poblaciones. Fracasada la lucha armada como medio de captura del poder político, al mesiánico cambio esperado sólo le quedaba el camino de las urnas. El voto tumbaría a la bota. Y así, una a una las dictaduras dieron paso a las democracias representativas y éstas, a una nueva concepción de ejercicio democrático participativo. Cuando el fin de la historia estaba al alcance de la mano, irrumpe en la región Hugo Chávez como portaestandarte de la “revolución bolivariana” que renueva la lucha antiimperialista y la unidad de la nación latinoamericana. Tener un propósito político y poder sustentarlo con el maná petrolero fue la simbiosis que posibilitó la difusión de la proclama y el acopio de otros países a la iniciativa venezolana. Bolivia acudió a la convocatoria el 22 de enero de 2006, por el voto universal que lleva a Evo Morales a la presidencia, y desde entonces comienza una era de difícil relacionamiento con Washington.

    La primera divergencia se produce en 2008, con separación de Bolivia de la APTA  (Ley de Preferencias Arancelarias Andinas) y de la ATPDEA (Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga, traducida del inglés). Ese mismo año, en septiembre, el embajador Philip S. Goldberg es declarado persona non grata. Se prosigue en 2009 con la expulsión de la DEA (Administración de Control de Drogas). Finalmente, el 1 de mayo de 2013, Usaid (Agencia para la Cooperación y el Desarrollo Internacional) es también expulsada, y tres semanas después, la NAS decide alejarse del país. En breve, no queda institución estadounidense alguna para monitorear la producción, distribución y exportación de drogas en el país.

Las razones manifiestas y encubiertas de esa agresiva secuencia son de compleja explicación, sea calculando la consolidación de una popularidad adquirida o por un golpe de disuasión ante la hostilidad del adversario externo. Lo cierto es que se ocasionó una ruptura tácita del vínculo normal en las relaciones bilaterales.

Acuerdo. Los esfuerzos para restablecer la confianza mutua mediante el Acuerdo Marco firmado entre ambos países el 7 de noviembre de 2011 fueron vanos, y el intercambio de embajadores, postergado sine die.

Fue el masivo voto latino en favor de la reelección de Barack Obama y el vacío que dejó la muerte de Chávez, el 5 de marzo último, lo que motivó una reconsideración de los cuatro años de indiferencia que Washington mostró hacia América Latina. Es cuando, en aquello que denominan el “patio trasero”, durante el último lustro se crearon organismos regionales de integración que, como la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) y el Alba, excluyen a Estados Unidos y pretenden reemplazar a la OEA, considerada, como se dice, “el ministerio de colonias”.

Esos intentos integracionistas, naturalmente, creyeron enterrar la idea del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y a la vez provocaron el anticuerpo gestado por los países rezagados, que, bajo el estímulo de Estados Unidos, signaron convenios de libre comercio aparentemente más interesados en el suceso económico que en las jaculatorias de unidad bolivariana. En ese marco, emerge la Alianza del Pacífico, que une a México, Colombia, Perú y Chile, en un conglomerado de 215 millones de consumidores, un Producto Interno Bruto (PIB) combinado de $us 1,6 mil millones y un ingreso medio de $us 13.000 anuales por habitante. Irónicamente, Ecuador, costero del Pacífico, fue dejado de lado.

Sin embargo, recientemente en Cali, fruto de un frenético trajín diplomático, Costa Rica se incorporó a esa alianza como miembro pleno, y Uruguay, Paraguay, Panamá y Honduras, como observadores, al igual que Estados Unidos, que solicitó su admisión. Mientras, España, Canadá, Japón y Australia ya observan el proyecto.

En vista de que la iniciativa económica en el mundo se ha volcado del Atlántico hacia el Pacífico, la estrategia de la alianza es más una lucha de mercados, donde su acción mancomunada aumentará el grado de competitividad para sus productos. Casi todos sus socios tienen acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y con Europa. Otros tantos, con potencias asiáticas.

Es decir, la idea del ALCA ha resucitado con todo el peso del sostén americano y apuesta a que su éxito económico, en el corto plazo, por la generación de empleos que logre, tenga también un impacto político que contrarreste la gestión populista de los gobiernos del Alba. Se espera que de la inevitable emulación entre los dos modelos surja una saludable síntesis que evite un caos social previsible.

   Para estimular esa corriente, el vicepresidente estadounidense Joe Biden visita Colombia y Brasil, y en Trinidad-Tobago se reunirá con los gobernantes de 11 Estados caribeños.

Entretanto, Obama, después de su entrevista con el presidente de México y de haberse reunido, en junio, en San José con los gobernantes centroamericanos, recibirá en la Casa Blanca a los mandatarios de Chile y Perú. En ambos casos se ha ignorado a Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina. Esos datos nos señalan que ha estallado una guerra fría en América Latina, tanto a nivel ideológico como en la competencia comercial.

En cambio, en el ámbito nacional, el alejamiento de la NAS puede obedecer al intento deliberado de USA de dejar desguarnecido el territorio boliviano que sería fácil presa para la mexicanización del país, vulnerable al embate de los carteles narcoterroristas.

Región. Curiosamente, se dice que la cuota presupuestaria que era asignada a la NAS para Bolivia ha sido destinada al Brasil para igual objetivo. Eso confirma que Estados Unidos ha decidido confiar a Brasilia el rol de gendarme regional en la lucha contra el tráfico de drogas, particularmente en el caso de su vecino boliviano.

La hermandad con Venezuela acarrea otro punto de diferencia con Washington, que no reconoce hasta hoy la victoria electoral de Nicolás Maduro y más bien fomenta el suspenso y la contestación de su rival Henrique Capriles.

Un asterisco en la discordia sucedió en el mosaico mundial, donde Washington ha registrado debidamente que el Alba, durante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) acerca de la resolución sobre Siria, ha votado en bloque —negativamente— contra la corriente mayoritaria.

En la política externa boliviana, si bien por múltiples razones la posición antiimperialista es comprensible, debe recordarse que ésa es una batalla de largo aliento que bien podría mitigarse por el momento, porque el país está ahora enfrascado en una guerra sin fusiles que se libra en La Haya contra Chile, que fue y es el adversario principal de la diplomacia nacional.

Es prudente constatar que todos los pleitos internacionales están al arbitrio de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad que, singularmente, también lo son en la Corte Internacional de Justicia, porque un pentágono semejante está reservado para jueces de Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido y China, mientras los otros diez sitios —rotativamente—  se atribuyen a magistrados idóneos de los 190 países restantes.

Los argumentos anotados nos muestran un Tío Sam viejo, empobrecido y cansado, pero que aún dispone de garfios bien afilados para preservar sus intereses y para embestir a sus enemigos donde más pueda dolerles.

Biblioteca breve del antiimperialista

– La Historia me absolverá, Fidel Castro. 1953. Premonitorio discurso del Comandante que aún espera el veredicto final.

– Los condenados de la Tierra, Franz Fanon. 1961. Evangelio de las luchas anticoloniales, principalmente en África.

– La guerra de guerrillas, Ernesto Che Guevara. 1960. Recetas para una época superada.

– ¿Revolución dentro de la Revolución? Regis Debray. 1967. La justificación teórica que faltaba a la Revolución Cubana

– Los conceptos elementales del materialismo histórico, Marta Harnecker. 1969. Guía didáctica para iniciarse en la filosofía marxista.

– El hombre unidimensional, Herbert Marcuse. 1964. Fiero ataque contra la ideología de la sociedad industrial avanzada.

– Para leer al Pato Donald, Ariel Dorfman y Armand Mattelart. 1972.  Reflexiones sobre la comunicación de masas y el colonialismo.

– Dependencia y desarrollo en América Latina, Fernando Henrique Cardozo y Enzo Faletto. 1969. El vertiginoso ascenso del Brasil a ser la sexta potencia económica mundial, destruye la argumentación de esos profetas.

– Hacia una teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez. 1971. Un apoyo teológico a la lucha armada que capituló.

– Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano. 1971. 40 años después parece que la transfusión de la globalización ha servido para devolverle buena salud al paciente latinoamericano…

Nota del recopilador: Estas diez obras que con sorna se cita en el Manual del Perfecto Idiota latinoamericano (1996) han sido, obviamente, superadas por lo que el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre llama el espacio-tiempo-histórico, como lo fue su propia tesis contenida en El antiimperialismo y el APRA (1928).

Por las mismas razones, las críticas de la troika que descubrió al idiota latinoamericano y alabó al proceso neoliberal quedan obsoletas ante la irrefrenable crisis del capitalismo en Estados Unidos y en Europa.

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Chávez y el mar

Es indudable la solidaridad que el presidente Hugo Chávez tenía con la demanda boliviana de acceso soberano al mar. Mientras me desempeñaba como director de protocolo en la Cumbre de Presidentes de 2003, en Santa Cruz, dijo que algún día quisiera bañarse en playas bolivianas.

/ 10 de marzo de 2013 / 04:00

La XIII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno realizada en Santa Cruz de la Sierra, los días 15 y 16 de noviembre de 2003, se preparó meses antes con la cooperación entusiasta de las autoridades locales, bajo la orientación de la Cancillería. Los aspectos protocolares tan importantes para una reunión semejante estuvieron bajo mi responsabilidad, como Director del Ceremonial del Estado.

Organizar el arribo ordenado de los aviones de 23  jefes de Estado, más algunas personalidades equivalentes como el Secretario General de Naciones Unidas y otros, en pocas horas de la mañana de ese 15 de noviembre, fue tarea sumamente compleja. Cada uno de los visitantes debía ser recibido con honores militares y rito ceremonial parejo. Sendas banderas de idéntica dimensión fueron confeccionadas y desplegadas apropiadamente. Para contingencias inesperadas carros-ambulancia aguardaban pacientemente su rol.

Decenas de motocicletas policiales hacían guardia junto a conspicuos “hombres de negro” encargados de seguridad. Dos ensayos realizados el día anterior, con simulacros exactos en distancias y circunstancias, nos familiarizaron para enfrentar la realidad en perfecta armonía.

Por fin llegó la hora de la verdad y muy temprano me dirigí con mis ayudantes al aeropuerto de Viru Viru. Uno a uno los aviones presidenciales aterrizaban con intervalos de media hora. Mientras los reyes de España llegaban en dos enormes aeronaves, el presidente Nicanor Duarte, de Paraguay, lo hacía en una modesta avioneta y Kofi Annan, patrón de la ONU, en línea aérea comercial. Pronto se sucedieron en cascada, el brasileño Lula da Silva, el colombiano Álvaro Uribe, el argentino Néstor Kirchner, el ecuatoriano Lucio Gutiérrez, el salvadoreño Francisco Flores, el peruano Alejandro Toledo, el portugués Jorge Sampaio y los demás. A último momento, Fidel Castro se excusó de su asistencia y se hizo representar por su vicepresidente Carlos Lage. El protocolo era indefectiblemente el mismo, el avión carreteaba hasta un punto determinado y yo subía a la nave y en nombre del presidente Carlos Mesa, daba la bienvenida al ilustre huésped y le explicaba brevemente la ceremonia que tendría lugar. Juntos descendíamos de la nave y se pasaba revista a la unidad militar formada en columna de honor. Al término de la alfombra roja, la hilera de autoridades locales recibía el saludo del visitante y enseguida éste, desde la plataforma expresamente colocada para el efecto, pronunciaba su mensaje ante la prensa, que apiñada en una tribuna captaba fotografías y filmaba el acto. De inmediato, el Presidente y su comitiva montaban en sus automóviles y se alejaban velozmente hasta el hotel Los Tajibos, sede de la cumbre.

Ese ritual se repitió 23 veces sin mayor contratiempo, salvo cuando le tocó el turno a Hugo Chávez, quien dijo textualmente: “Bolivia tuvo mar y aunque se molesten algunos en este continente, lo lamento mucho, Venezuela seguirá reclamando solidaridad con Bolivia en su derecho a las costas sobre el mar. No es justo que se le haya arrebatado la salida al mar (…)”.

Luego, con marcada emoción y enfática retórica, manifestó que el día más feliz de su vida sería aquél cuando pudiese bañarse en playas bolivianas.

Como Chávez se extendió demasiado en su discurso, el avión chileno que se encontraba rondando el espacio aéreo decidió descender y permanecer a la espera de su turno. Ello posibilitó al presidente Ricardo Lagos escuchar el mensaje de su homólogo venezolano. Cuando lo encontré ya presto para salir de su avión, estaba tenso y parecía presuroso por reaccionar contra la inesperada declaración de su colega. Ante el micrófono, rememoró anteriores diálogos que sostuvo con mandatarios bolivianos y manifestó verbatim: “No es con la mirada puesta en el pasado en que podemos afrontar los desafíos de vivir en un mundo global, complejo, donde los países más pequeños tenemos que trabajar unidos y codo a codo (…)”.

Debido a esa significativa controversia, los corrillos de la Cumbre se nutrieron de comentarios entre los concurrentes. Alabarderos de la diplomacia chilena, alborotados corrían, armados de sus celulares, de uno a otro lado. Presidentes y ministros alimentaban murmullos en agitadas tonalidades. Antes de que la reunión se inaugurara solemnemente, Chávez había detonado una sonora bomba mediática cuyo estruendo ya se propagaba en radios, televisiones y prensa continental. Fue un golpe sensacional, ajeno a la tibia agenda cimera habituada a soslayar los puntos candentes que incomodan a la conciencia de las naciones participantes.

También, como sucede en ocasiones similares, la comunidad contestataria convocó a una cumbre paralela que se denominó “Encuentro Social Alternativo” con la participación de cientos de militantes ávidos de difundir sus aspiraciones y expresar sus frustraciones. Ante el estruendo de los aplausos, aparecieron como figuras estelares Hugo Chávez, Carlos Lage y Evo Morales, éste entonces portavoz de los movimientos sociales bolivianos. Estaba aún lejana la instauración de la Alianza Bolivariana  para los Pueblos de Nuestra América (Alba).

Aquella fulgurante invocación por la reivindicación marítima recitada por el líder venezolano en suelo cruceño nos muestra la entrañable amistad y solidaridad sin límite alguno que desde siempre sintió Hugo Chávez por la Hija Predilecta del Libertador.

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