El 2022 que se viene
Como esta es mi columna de cierre de fin de año en este espacio que generosamente me brinda LA RAZÓN, quiero hacer algunas reflexiones en clave prospectiva, para ver qué de lo ocurrido ahora nos da pistas de futuro… o, al menos, de futuro inmediato para escudriñar oportunidades y opciones.
Mientras escribo, ríos de tinta se vacían en medios escritos de comunicación, discutiendo el tema del momento —la corrupción en Santa Cruz—, simultáneamente, terabytes de información se vuelcan al ciberespacio entre aquellos que replican las noticias de un lado y otro y entre los muchos que discuten su propia interpretación de la noticia, siempre en función de su preferencia política.
Ahí encontramos una clave que viene sonando como estruendo hace al menos un par de lustros: aquello que llamamos “opinión pública” se juega cada vez más en el ciberespacio. La masificación del smartphone se masifica a pasos acelerados y tiene como consecuencia que lo primero que ven millones de personas en la mañana, incluso antes de saludar a su primer pariente, es la pantalla de su celular. La información del mundo, y cómo deben interpretarlo, llega así a sus manos.
Las noticias del momento llegan tan frescas como pueden estar a primera hora de la mañana. Lo interesante es que el portal de acceso a las noticias hace rato que ha dejado de ser la web oficial del medio de comunicación. Ahora este portal son las redes sociales y las referencias a los medios oficiales que en estas se difunden. Individuos, empresas y entidades se han percatado hace mucho de este fenómeno y hacen una verdadera ingeniería social para modificar la cantidad del tiempo de pantalla de las audiencias a su favor.
La conclusión es obvia: para expresar un mensaje, para promocionar un producto o introducir un tema de discusión, hay que tender la línea hasta la red social y posicionarse. Y si se logra el posicionamiento en la más íntima de todas las redes —la cadena de WhatsApp— la victoria es segura.
En el mundo de la virtualidad, que ha sido generosamente ensanchado durante las primeras olas de la pandemia, los patrones de consumo de la población se han volcado hacia las redes. El comercio virtual llegó para quedarse. En Bolivia tenemos un amplio rango de modalidades: como menciona Claudia Méndez en un artículo especializado, la casera de nuestra tienda de confianza ya tiene WhatsApp para atender pedidos. Más allá del ejemplo, esa misma casera acepta pagos vía QR y en algunos casos (poco frecuentes por ahora) hasta tiene modos de enviar su mercadería en moto hasta el hogar de su cliente.
En 2022 esta tendencia se va a reforzar. Bancos, comercios y entidades de apoyo a la micro y pequeña empresa tienen una cancha abierta para generar oportunidades de crecimiento en este espacio del comercio electrónico del otro lado del muro de pago.
Ampliando la mirada hacia el ámbito de la educación, también encontramos tendencias interesantes. Aún recuerdo la noticia de que hace años, luego de que el gobierno entregó enormes lotes de computadoras Kuaa a los escolares, dos de ellos se las ingeniaron para hackear una de estas.
Travesuras aparte, el dato nos indica que hay áreas en las que chicos y chicas de colegio (especialmente en los fiscales) tienen conocimientos más avanzados que los de sus profesores. Esos conocimientos provienen hoy en día en gran medida de los creadores de contenidos educativos que se encuentran en las redes sociales.
La conclusión obvia de este ejemplo nos dice que parte de la propuesta educativa debería apuntar a tener mayor ancho de banda, más cobertura y precios más bajos. La instalación de antenas de 5G tiene todo el sentido del mundo solo por eso. Diez pasos más allá, está la promoción activa de creadores de contenido educativo bolivianos, que los hay por cientos, pero como botones de muestra solo menciono a dos: Cristian Apaza en TikTok y el “profe Marco” en YouTube. Ensanchar las vías de acceso a estas opciones es clave para el presente y el futuro de la educación boliviana.
Más allá de cómo se mueva el entorno político, la gente necesita soluciones para su vida cotidiana. El traslado forzoso a lo virtual que la pandemia ha ocasionado abonó miles de iniciativas de solución que están impactando en los ingresos y en el bienestar. Estas son solo algunas tendencias de futuro que tienen potencial para el progreso social e individual.
Pablo Rossell Arce es economista.