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¿Qué hacemos con el negacionismo?

Leí un tuit que decía que actualmente nos encontramos viviendo el pasado, el presente y el futuro de la pandemia. El mensaje parece complementarse perfectamente con la meridiana certeza de que también estamos viviendo el pasado, presente y futuro de la política. Pues lo que estamos presenciando a nivel local y global en torno a la palabra del año, según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), “vacunas”, está más relacionado de lo que creemos con las profundas erosiones democráticas y los problemas políticos que se afrontan en esta época.

La pandemia, como suceso global, ha generado un renovado encuentro entre ciencia y política, que no es nuevo pero que usualmente estaba intermediado por varios otros ámbitos. Por un lado, las teorías de conspiración y los procesos desinformativos que de antiguo se conocen han proliferado masivamente, estando —mundo digital de por medio— al alcance de todos, y algunos rápidamente han reaccionado “rebelándose” ante un supuesto y oscuro nuevo orden mundial (hoy, de orden sanitario) que se ve obligado a poner en discusión las libertades y los derechos en pos del bien mayor que es, finalmente, la salud de la sociedad. En el camino, es preciso poner en pie de página el auge de las corrientes libertarias que, como se sabe, aunque con sus matices entre una y otra, privilegian la libertad individual por encima del Estado de bienestar, que entienden como un despropósito cuando no un fracaso. Esto no lleva directamente a la idea de que el negacionismo es de derecha, pues, en el ejemplo boliviano, se encuentra negacionismo tanto entre en evangélicos pro vida como en pachamamistas.

Así, las actuales percepciones/distorsiones en torno a la relación entre libertad y sociedad (la vida individual y en comunidad), que hoy nos llevan a escenarios plagados de negacionismo, son producto de múltiples déficit de cultura democrática y de continuas erosiones al orden democrático que han ido deslegitimándolo como opción política. En una sociedad de la información que rápidamente pasó a ser la de la desinformación y en una del conocimiento que pasó a ser el de la incredulidad, al parecer resulta más fácil dirigir nuestra indignación a quien atenta contra nuestra esperanza a través de la verdad y no así a quien nos la alimenta con la mentira.

A estas nuevas variables globales se suman nuestras características culturales propias, y siendo que tenemos una marcada tendencia al punitivismo, hace bastante sentido que los puntos de vacunación en Bolivia se hayan empezado a llenar estos días, sea gracias al miedo o a la obligatoriedad. Simultáneamente, hemos sido testigos de que los sectores antivacunas se han activado, entre ellos destaca el movimiento Acción Humanista Revolucionaria, que terminó atacando un punto de vacunación en la ciudad de El Alto. Lo que ha cambiado estos días es que quienes sabíamos que estaban ahí hoy toman forma movilizada y empiezan a existir como sujeto social y, en consecuencia, político.

Entonces, ¿qué se hace con el negacionismo? Al parecer, estamos ante una pregunta que no se resolverá solamente en el marco de la pandemia, sino que acusa varios de los graves problemas políticos de este tiempo, actuales y venideros. Las voces van desde “no darles pantalla”, que es como fingir que no están ahí, hasta la inaceptable “dejar que la selección natural se haga cargo de ellos”. No es la idea de esta última columna del año encontrar una respuesta a semejante dilema, lo cierto es que pareciera ser que así como eventualmente se deberá convencer a una buena parte de la población de que la ciencia existe y funciona también deberemos convencer a otra buena parte de que también la democracia aún lo hace. Ojalá para allá sea donde vayamos este 2022.

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.