Los últimos meses de 2021 han traído consigo virajes inesperados en el ámbito sanitario global, el retorno de los dilemas en cuanto a las políticas económicas, cuellos de botella en el funcionamiento de las cadenas globales de valor y nuevas tensiones en las relaciones geopolíticas internacionales. Ninguno de estos fenómenos formaba parte de las previsiones recientes de las principales organizaciones multilaterales, cuya reforma resulta cada vez más necesaria, aunque nada indica que esto pueda darse a corto plazo.

El sistema multilateral no constituye por de pronto un marco de referencia relevante para la solución de los problemas que aquejan a las distintas zonas de la economía mundial. El supuesto orden internacional de la globalización duró poco y fue severamente dañado por las políticas xenófobas, nacionalistas y proteccionistas que adoptó Trump en los Estados Unidos.

En esta época ningún país está en condiciones de diseñar y promover por sí solo un orden internacional multipolar, cooperativo y capaz de resolver los grandes temas del cambio climático, la desigualdad y el despliegue imparable de las revoluciones tecnológicas en curso.

Las negociaciones de un nuevo orden internacional idóneo para resolver los complejos temas económicos, políticos y culturales mediante un sistema de normas globales y foros universales, tendrían que contemplar también el establecimiento de subsistemas regionales de acuerdos de integración y cooperación que coadyuven a la solución de problemas específicos de las distintas zonas económicas y culturales del mundo.

Una perspectiva de tales características podría ser impulsada por los países latinoamericanos, si se avienen a colaborar pragmáticamente en un conjunto de objetivos y metas regionales, superando las actuales diferencias políticas que han provocado la marginalización creciente de América Latina como conjunto en el sistema internacional. Una posición unificada de la región latinoamericana ante los grandes temas globales, permitiría alcanzar resultados y desempeños superiores a los que han caracterizado a la región en los últimos años, sea que se consideren los aspectos sanitarios, las cuestiones financieras o el relacionamiento asimétrico con la China y el Asia-Pacífico. Un sistema latinoamericano de seguridad colectiva basado en los compromisos existentes en términos de zona de paz libre de armamentos nucleares podría constituir también un objetivo alcanzable mediante una serie de acuerdos pragmáticos de beneficio mutuo.

En este orden de cosas, vale la pena considerar que los países suramericanos están todos necesitados de llevar adelante profundas reformas en sus sistemas institucionales, en sus estrategias de desarrollo y en sus esquemas de bienestar social. En tal contexto, es oportuno y necesario incorporar la dimensión del relacionamiento externo, que puede lograr resultados mucho más relevantes en la medida en que agregue volúmenes de mercado, dotación de recursos naturales, tradiciones culturales y capacidades institucionales.

Una visión latinoamericana compartida sobre el futuro a largo plazo puede coadyuvar asimismo a soslayar la incertidumbre imperante, sobre todo en el caso de Bolivia, que carece en este momento de una hoja de ruta verosímil para organizar la gestión de las políticas públicas y de las reformas que son imprescindibles para afianzar la democracia, superar la crisis de la justicia y emprender la reforma intelectual y moral capaz de establecer códigos de conducta que promuevan la tolerancia, la cohesión social y la seguridad ciudadana.

El cambio de costumbres y conductas toma tiempo, requiere mutaciones en el sistema educativo en todos sus niveles y, más que nada, pedagogía del ejemplo de parte de los liderazgos políticos e intelectuales. Es difícil, pero posible. Ojalá el país pudiera encaminarse en esa dirección en 2022.

Horst Grebe es economista.