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La nostalgia zarista de Putin

En estos días en que se conmemora el trigésimo aniversario de la implosión de la Unión Soviética (26 de diciembre de 1991) ocurrió algo extraordinario que, además del impacto social, conlleva singular gesto político de vasta significación: la boda imperial del archiduque Georges Mikhailovich (40) —un descendiente del zar Nicolás II— con la italiana Rebecca Bettarini (39), connubio al que 1.500 invitados acudieron perifollados a la catedral de San Isaac, en San Petersburgo. Este episodio simboliza el retorno de los Romanov, 104 años después de que el último zar fuera ejecutado en Ekaterimburgo, en 1918, junto a la zarina Alejandra y sus cinco hijos. En un régimen vertical como el que rige la Federación Rusa, nada sucede sin la venia oficial del presidente, se hace evidente que este juzgó oportuno urdir la reconciliación de la nueva Rusia con las notorias tradiciones protagonizadas por aquella familia que dominó el imperio por más de 300 años y que el bárbaro celo bolchevique pretendió erradicar matando incluso a sus inocentes infantes. Irónicamente, ahora, el casamiento fue organizado bajo los ritos ortodoxos y los cánones del protocolo real de otros tiempos. Para esa jornada, se desplazaron monarcas desempleados de las casas reales de Europa entera, ataviados de levita y/o de vistosos uniformes, logrando que San Petersburgo reviva sus luces de la otrora capital imperial.

La figura mayormente visible de los Romanov fue la repleta archiduquesa Maria Vladimirova (68), quien nacida en Madrid es la decana familiar, aunque estén con vida al menos seis pretendientes al imaginario trono moscovita. El escenario parece ser resultado de acuerdos confidenciales del Kremlin con aquel ostentoso clan, por cuanto Putin, al cabo de 21 años de ejercicio omnímodo del poder, desea consolidar un Estado que, sobre los vestigios de la Unión Soviética, pueda ofrecer al pueblo la visión de nación sólidamente amalgamada con las viejas tradiciones de la Santa Rusia, con Vladimir Putin a la cabeza de ese renovado dominio. Como en agosto de 2000, el Concilio Episcopal canonizó al zar y su familia asesinada, se explica mejor la aproximación del presidente con la Iglesia Ortodoxa y sus constantes referencias a la pérdida del poderío soviético como “la más grande catástrofe histórica del siglo XX”. Esas dos señales muestran la irrefrenable añoranza del nivel perdido de superpotencia. A ello obedecen sus aventuras militares de la reconquista de Crimea y la penetración de Ucrania por el Dombass, además del actual despliegue de fuerzas militares en su frontera con aquel país.

Estudiando los orígenes de Putin, su prosapia comienza en la vertiente de sus padres obreros, pero yendo más atrás se sabe que su abuelo Spiridion Putin habría oficiado como cocinero de la familia Romanov, para luego de la Revolución reciclarse en la misma ocupación bajo Lenin y Stalin.

Nacido en 1952, sin ser lúcido estudiante se enroló en el servicio secreto (la KGB) hasta llegar al grado de teniente coronel y espiar en Dresde, donde lo abrumó la caída del muro de Berlín. De retorno a Rusia, siguió fulgurante carrera hasta que el presidente Elsine lo catapultó al cargo de primer ministro, para luego ser elegido por cuatro veces presidente de la federación. Pero solo el poder personal no le satisface en aquel país poco solvente, por ello se empeña en que Rusia fortalezca su potencia militar y extienda su influencia geopolítica hasta los límites de la antigua Unión Soviética. La ambición de Putin podría ser pregonar las glorias de la época zarista ensamblándolas con sus propios logros y llegar a sus 84 años (reelecto como todo autócrata) hasta 2036, término constitucional de su mandato, legando un Estado moderno, actor ineludible en la escena internacional y una renovada autoestima para los rusos. Contando ya con el aval de la influyente Iglesia Ortodoxa, le faltaba la bendición de los herederos del zarismo y con la anuencia de los Romanov en esos fastuosos esponsales, espera se absuelvan los pecados revolucionarios y se inicie una fresca era en la patria donde Vladimir sea el zar de todas las Rusias.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.