Icono del sitio La Razón

Un diálogo sobre el poder

PENSAR

En una conversación entre los filósofos franceses Gilles Deleuze y Michel Foucault, sucedida a comienzos de los años 70, y publicada bajo el título —en español— de Un diálogo sobre el poder, Foucault señala que en los grandes momentos de crisis de la justicia —es decir de crisis de credibilidad en los jueces, corrupción en los tribunales y abusos en las prisiones— lo que él percibe no es el pedido de mejora del funcionamiento de la institución judicial, sino la denuncia de un ejercicio abusivo del poder. Y no es que antes de esta visibilidad de este ejercicio abusivo del poder existiera un ejercicio no abusivo del poder, sino que hasta antes de ese momento el Derecho y sus instituciones hacían pasar ese ejercicio abusivo como algo normal, es decir que se justificaba, y con ello, se legitimaba el ejercicio de poderes tan abusivos y mórbidos como el de la cárcel. No debe olvidarse que cuando Foucault protagoniza esta conversación estaba a punto de crear un grupo de información sobre las prisiones llamado GIP —por sus iniciales—.

Pero volvamos a la conversación entre Deleuze y Foucault. La crisis de justicia no es una crisis de las instituciones jurídicas, sino una crisis del ejercicio de poder, el cual se vuelve escandalosamente abusivo, visible y cínico, imposible de ser contenido por el discurso leguleyo del Derecho. Si bien se pensará que el problema trata sobre la necesaria reforma del Derecho, lo que se pone en cuestión no son en sí las instituciones jurídicas, sino las prácticas y las maneras en las que se practica el poder. No es el Derecho lo que está novedosamente mal —en realidad siempre lo estuvo—, sino son las prácticas las que visibilizan lo irracional del sistema jurídico.

Tanto para Deleuze como para Foucault, el poder es algo relacional, algo que fluye. Nadie, hablando con propiedad, es su dueño. El poder si existe es en acto. Dicho de otra manera: el poder se ejerce. Por ello, el ejercicio de poder puede rebasar el camino predeterminado de su práctica y, en ese rebalse debido a su ejercicio, volverse obsceno y terriblemente visible. Eso trae una vez más la reflexión hecha antes. No es que el ejercicio de poder alguna vez haya sido amable, sino que la predeterminación de su flujo lo hacía tolerable —o justificadamente legal—, pero cuando el ejercicio de poder sobrepasa esta predeterminación y, en consecuencia, se vuelve obscenamente visible, la resistencia al mismo tendrá como punto de partida una denuncia al sistema judicial y los extraños pedidos de reforma a la justicia.

Entonces, para Foucault la crisis de la justicia no es algo a resolver con proyectos de ley, o reformas constitucionales o legislativas, el problema es otro y se trata en sí de un síntoma: la falta de legitimidad en el ejercicio del poder.

Farit Rojas T. es abogado y filósofo.