Técnicos y políticos
Rumores vienen y van, es el cotilleo de enero. Quizás no pase absolutamente nada, pero la posibilidad de cambios en el gabinete se ha instalado en la discusión pública. Técnico, político o los dos a la vez, esa sería la cuestión. Pero, tal vez, el problema no son tanto las personas sino la estrategia, es decir: ¿para qué y con qué instrumentos?
La escena es repetida, antes era en agosto, ahora en enero: se habla de reemplazos de ministros, los trascendidos, falsos y verdaderos, se “viralizan”, los voceros gubernamentales callan o lo niegan, unos y otros lanzan “globos de ensayo” por ambición u ociosidad, los opositores y medios afines anuncian divisiones y luchas intestinas y un largo etcétera.
En realidad, nadie sabe mucho debido a que esa es una de las decisiones más unipersonales de cualquier gobierno. La respuesta solo la tiene, o mejor aún, la tendrá el mismísimo Presidente en las siguientes semanas. Si al final él decide avanzar, los nombres variarán hasta el último momento. De hecho, en otras oportunidades muchas cosas se definieron en el mismo día del cambio o incluso en horas previas a su anuncio.
Por tanto, entrar a esas quinielas es poco productivo. Me parece más relevante reflexionar sobre el perfil de los colaboradores del primer mandatario: ¿deberían ser técnicos en las tareas de gobierno?, ¿sagaces políticos y negociadores con organizaciones sociales?, ¿leales militantes del oficialismo? Un gobierno equilibrado debería estar conformado por personajes que cumplan todas esas funciones como grupo, ya que hay muy pocas personas que conjugan esas tres habilidades.
El sueño de un gobierno racional-tecnocrático es un ideal inalcanzable y hasta peligroso, pues la gestión de una sociedad requiere racionalidades y experiencias que tienen que ir más allá de los conocimientos académicos o técnico-especializados. De igual manera, una administración obsesionada u obligada por su debilidad a complacer a los grupos sociales o de interés, afines o de cualquier laya, puede resultar nefasta. Tampoco es un camino aconsejable abstraerse de las limitaciones presupuestales o técnicas que implica el manejo de la cosa pública.
De lo que se trata es de encontrar un punto de equilibrio, ahí está el arte. Y eso depende de los objetivos políticos a los que se apunta, de una lectura del momento histórico y de los actores internos y externos que no se pueden olvidar. Habrá situaciones donde hay que reforzar más el polo político, en otras las lógicas tecnocráticas y así. Ese es el rompecabezas del Presidente: ¿qué elenco le permite estabilizar y ojalá proyectar su gestión?, ¿cuáles son sus déficits más graves en este momento?
Cambiar por cambiar sin esas orientaciones puede mantener los problemas, porque se supone que uno solo reemplaza lo que no está funcionando, o incluso profundizarlos. No hay derecho a muchas equivocaciones.
Las mayores críticas se concentran hoy en el débil manejo de la compleja relación gobierno- partido-organizaciones sociales, algo no tan sorprendente considerando que el dispositivo que permitió al MAS gestionar esa relación por 14 años es imposible: Evo Morales ya no puede materialmente ser el articulador único de las tres dimensiones. Hay, al menos, un factor nuevo en esa ecuación que debe considerarse: Luis Arce es el jefe constitucional del aparato gubernamental.
Tampoco me parece que la experiencia y conocimiento sobre los complicados escenarios económicos futuros deba ser minimizada. Gobernar en estos tiempos tiene poco que ver con el momento de bonanza y de facilidades fiscales, la restricción fiscal o la viabilidad técnica de ciertas políticas estratégicas deberá ser administrada y resuelta, condición sine qua non para el futuro del proyecto masista y sobre todo del país.
Pero hay aún una tercera incógnita que debería orientar la selección del equipo ministerial que es crucial y poco visible, me refiero a su potencial para darle sentido a la gestión, explicar a la sociedad lo que se busca —suponiendo que esto está claro— y construir un consenso social mínimo, no únicamente entre los masistas, sobre tales metas. La confrontación simplista, estéril y primitiva, siempre será una opción, hay gente también para eso, pero creo que es bastante riesgoso transitar por esas rutas. ¿Habrá algo mejor que proponer?
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.