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De carnet, libertades y antivacunas

ARCILLA DE PAPEL

Este es el momento perfecto para llevar al parlamento una propuesta de ley de despenalización del aborto. Podríamos fácilmente congregar a una ciudadanía movilizada, convocándola bajo la consigna “mi cuerpo, mi decisión”. Claro, tendríamos primero que hacer una tramposa campaña de desinformación para desligar la frase del movimiento feminista y convencerlos de que se trata de una campaña en defensa de sus libertades.

Como nunca antes, he oído voces indignadas frente al atropello del Estado que quiere inocular una vacuna en su cuerpo. ¿Serán ahora estas personas más empáticas con las mujeres que luchan contra un Estado que te fuerza a tener un hijo? He escuchado con paciencia los argumentos particulares que han asumido el “diverso” movimiento antivacunas boliviano, pues seguramente podemos encontrar sentidos sociales a los que apelar cuando las mujeres demandamos el derecho a un aborto legal, seguro y gratuito.

Sin duda vivimos un momento histórico de sentidos sociales difícil de comprender. Analizando el contexto norteamericano, nos encontramos frente a una paradoja histórica, con un perverso sentido del humor: en el preciso momento en que la Corte Suprema de Justicia podría revertir el histórico fallo que hace 50 años legalizó el aborto, la derecha estadounidense se ha obsesionado con la autonomía corporal y ha adoptado el lema “Mi cuerpo, mi decisión” en relación con las vacunas y el uso de barbijos.

Varias narrativas antivacunas tiene en el centro de su demanda la defensa de la libertad. Empuñan como argumento incuestionable el derecho sobre sus cuerpos para elegir si se vacunan o no. Para replicar sus argumentos, tratamos de utilizar la ciencia; pero creo que el tema de fondo es acerca de lo que realmente entendemos por libertad.

Y es que sin duda la libertad es una palabra que puede ser estirada como un chicle. Esa caprichosa libertad que en nuestra historia va y vuelve en una permanente espiral de resignificación, en Bolivia es parte de nuestros valores más profundos. Por ello cantamos con especial emoción “Es ya libre, ya libre este suelo, ya cesó su servil condición”. Pero en lo que no nos detenemos a analizar es de qué concepto de libertad estamos hablando.

El “bloque antivacunas” de Bolivia congrega un espectro de actores políticos que, por decirlo de manera amable, es sorprendente: gremiales, juntas vecinales, maestros rurales, organizaciones sociales, profesionales de clase media (¡entre ellos algunos médicos!) se encuentran con iglesias evangélicas y católicas, así como con los diputados Caleb Villarroel (Creemos) y José María Salazar (CC) en su lucha contra la política de salud pública de exigir el carnet de vacunación en espacios donde puede existir riesgo de contagio.

Algunas de estas personas y sectores sociales plantean argumentos que conjugan ideas morales, supersticiosas o religiosas, pero que en el fondo son profundamente egoístas y adscriben los principios liberales de que somos dueños de nuestra libertad y nada ni nadie puede interferir en nuestra vida. Pero esa libertad para elegir, para hacer lo que nos plazca, no puede ignorar al otro. La libertad no es egoísta. Como sostuvo John Stuart Mill, somos libres mientras no hagamos daño a otros.

Y el caso de la vacunación es un hecho que contrapone nuestros valores individuales con el bien común. Vacunarse es simplemente entender la libertad y su vínculo ineludible con la responsabilidad hacia uno y los demás. Veo en las pancartas de los grupos autovacunas la consigna “no hay vida sin libertad” y me pregunto ¿no será que la mayor libertad del ser humano es estar vivo? En una pandemia, nos vacunamos para protegernos y para proteger a los demás.

Lourdes Montero es cientista social.