Defender el patrimonio
Iniciaba la década de los sesenta. Los que entonces éramos niños aprendíamos a bailar, escuchábamos poesía, cantos en el idioma de nuestros padres o abuelos, quienes con infinita nostalgia mencionaban al Líbano. Ese mundo que en nuestras tiernas mentes tenía el aroma de los cedros, el sonido del mar que rompía olas en las rocas de Beirut, y sobre todo el sabor de la comida que se hacía realidad a las 12.00 en el Club Libanés de El Prado de La Paz, donde una pujante comunidad estaba siempre dispuesta a recrear la magia de sus costumbres y a compartir todas las expresiones de su cultura. Con ese fin fundaron esa institución y escogieron un lugar hermoso que cuidaron, conservaron y embellecieron como una ofrenda a la ciudad que eligieron para vivir.
Con el paso de los años las actividades dominicales se fueron espaciando, los descendientes fuimos tomando la posta con el impulso de quien no quiere olvidar. Organizamos conferencias, reuniones, semanas culturales sobre todo cada noviembre, aniversario del Líbano. Así fue hasta 1997 cuando el Club se vendió y allí se instaló el Museo Plaza de Arte Contemporáneo, quedaba el consuelo que sería conservado en su arquitectura y su actividad cultural.
Con tristeza leo la noticia de que el ex Club Libanés, ahora también ex Museo Plaza, tendrá un destino comercial, sin atisbo de arte o impulso cultural. No hay mayor información, lo expuesto es suficiente para sublevar mi espíritu de escenario, mi gusto por el arte, mi pasión por la lectura, la poesía, el cuento, la música y el canto. Mentalmente recorro la entrada al Club de mi niñez, subo sus gradas siempre misteriosas, llego al escenario y recorro el pesado telón de terciopelo, escucho y veo a quienes lo poblaron con sus danzas, con sus palabras.
¿Todo tiene que terminar tan mal como el antiguo Teatro Princesa? Ese hermosísimo espacio con un hall enfarolado en plena calle Comercio del centro paceño que ahora está ocupado por microempresarios, que indudablemente y literalmente son los mismos que también ocupan el ex Cine Bolívar en la Plaza Venezuela con unos cubículos hechos de tela, esos que solo ofrecen la decadencia de lo adulterado para uniformar a los prisioneros de la mediocridad que a manos llenas regala el Facebook. ¿Es justo? ¿Resignadamente debemos esperar que esto suceda? ¿A nadie más le importa?
Lucía Sauma es periodista.