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Grandes derrotas

KAMCHATKA

Son tantas las preguntas que se hace nuestra sociedad hoy. ¿Cómo es posible que Richard Choque hubiera estado conviviendo en nuestra sociedad como uno más?, ¿cómo fue posible que se le otorgue detención domiciliaria a quien cuenta con una sentencia ejecutoriada por el delito de asesinato?, ¿cómo se entiende que para este fin alegue tener enfermedades que no tiene y nadie sea capaz de comprobarlo?, ¿cómo es posible que esta increíble medida haya sido determinada solo por 18 meses hace ya seis años?, ¿cómo es que ocurre que la Policía les responda a madres que buscan a sus hijas que ellas se deben haber ido con sus novios?, ¿cómo pasan meses, años sin que aparezcan mujeres jóvenes y adolescentes y esto pase como algo absolutamente normal?, ¿cómo puede ser que ante lo único que nos queda que es la indignación social la gente nos siga diciendo a las feministas que somos unas exageradas y unas escandalosas? Múltiples interrogantes, preguntas sin respuestas lógicas.

El lugar más común de coincidencia entre bolivianas y bolivianos en toda su diversidad se ha vuelto la inequívoca certeza de que nuestro sistema judicial ya no solamente agoniza sino que ha muerto hace mucho tiempo. Y aunque a veces se trate de sectorializar este problema, lo cierto es que, si un Estado no tiene la capacidad de garantizar igualdad y justicia, es un Estado que está fallando en su totalidad.

Vivimos en una sociedad obligada a normalizar la violencia contra las mujeres sencillamente porque hemos perdido la posibilidad de seguirle el ritmo. La recurrencia y velocidad con la que nos violentan de todas las formas conocidas a todas nos lleva la delantera por mucho y no encontramos la manera de ponernos al día. Cuando las preguntas son tantas y están por todo lado queda más claro que nunca el carácter patriarcal del Estado y de nuestra sociedad. Ese del que tanto se burlan las mujeres y hombres machistas caricaturizando a las feministas, tildándolas de locas y escandalosas. Ese patriarcado que las feministas denunciamos constantemente y que a quienes lo viven con comodidad les encanta tildar de invento progresista que atenta contra la naturalidad de la sociedad machista.

No hay exageración alguna en la constante denuncia que se hace de que todas las mujeres vivimos en una sociedad y un país que amenaza constantemente nuestras vidas. Así como tampoco la hay en la aseveración de que nadie está haciendo su trabajo en lo que a esta problemática respecta: a la mayoría de policías, fiscales, jueces, autoridades y medios de comunicación no les interesa que las cosas cambien, lo natural y cotidiano es que las mujeres seamos las víctimas. Y son estas certezas, así como la cantidad de preguntas, las que hacen más urgente que nunca que nos mantengamos juntas, nos creamos entre nosotras, nos apoyemos y no claudiquemos en nuestra lucha aunque hayan días como éstos en que el derrotismo se adueñe de nuestros anhelos.

He pasado todo este día pensando en todo lo que trae consigo esta desgarradora situación que nos refleja a perfección como sociedad y también desnuda por completo al Estado. Hasta que apareció Lope de Vega y me ayudó a tener permiso para ser pesimista con este soneto: “Quiero escribir, y el llanto no me deja/ pruebo a llorar, y no descanso tanto/ vuelvo a tomar la pluma/ y vuelve el llanto: todo me impide el bien, todo me aqueja”.

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.