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Tartufo, el impostor

Francia celebra con gran fasto el cuarto centenario del nacimiento en París, el 15 de enero de 1622, de Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673), más conocido como Molière. Dramaturgo y actor, favorito de Luis XIV, el rey “sol”, deleitó a la Corte con la treintena de sus obras, hasta que su muerte súbita a los 51 años, aconteció poco después de su última actuación teatral representando irónicamente al enfermo imaginario. El rey sol, fascinado con el vate, se sirvió de su talento y carisma para paliar la soledad y distraerse con las ocurrencias de los personajes inventados por Molière, que ridiculizaban a los contemporáneos con aquellas memorables radiografías de sus debilidades. Numerosas representaciones de esas comedias se estrenaron en Versalles, arrancando las carcajadas de monarca y cortesanos, aunque muchos de ellos se sentían fotografiados por el irreverente escritor.

Mientras esas sátiras retratan con irónica maestría la sociedad de su época, sea El avaro o El enfermo imaginario, ninguna como Tartufo o el impostor, que recobra actualidad en nuestros días a nivel universal. Tartufo, poseedor de excepcional talento para engañar a sus interlocutores, emplea su fluida retórica para proyectar una imagen suya diametralmente opuesta a lo que realmente es. En aquel periodo de extremo apego al culto celestial, personifica al cumplido beato, fervoroso creyente, que pregona ser intermediario del supremo creador. Impecable juez de la moralidad pública y privada de sus congéneres, despertaba respeto y sumisión. Con su florido discurso se introduce a la casa de Orgón, acaudalado señor renacentista, cautivándolo a tal grado que éste, en devota admiración, no solo le ofrece a su hija en matrimonio, sino que lo nombra apoderado de todos sus bienes. Codicioso irrefrenable, Tartufo pretende, además, seducir a la esposa de su benefactor. Siendo finalmente desenmascarado, ensaya echar de su propia casa a Orgon quien, confiado, la había antes hipotecado en su favor. Aparte del final feliz de cualquier farsa, la alegoría puede servir como analogía para compararla con situaciones en que políticos de todo color hacen de la impostura una estrategia para la captura del poder, aparentando lealtad y unción al presidente, para adelantar mejor sus recónditas intenciones de socavarle sus bases, urdir tramoyas que debiliten su figura, obtener poderes especiales, plantar quintacolumnas en el mismo gabinete del patrón, cultivar la mentira hasta teñirla de media verdad, y una vez en posesión del alma y cuerpo del infortunado ingenuo, arrebatarle el mando, despojarlo de sus prerrogativas y hasta tramar su posterior encarcelamiento para que no mortifique el goce del usurpador.

La conducta de Tartufo, a través de los siglos, evolucionó en sinónimo de hipocresía, simulación, impostura, fingimiento, falsa apariencia, presunción, ficción o paripé.

Hace pocos días, en La Paz, apareció el perfecto Tartufo criollo, encabezando una bulliciosa manifestación de los maestros rurales protestando contra la vacunación colectiva, invocando la libertad individual. Su imagen se derrumbó cuando se descubrió que dicho dirigente ya se había vacunado meses antes. Fue una muestra del tartufismo galopante de nuestra comunidad que ha invadido cada uno de los estratos del poder en La Paz, en Santa Cruz o en el Chapare, nefasta epidemia para la cual, lamentablemente no hay vacuna alguna que sirva.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.