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Russians are coming!

Tribuna

El 22 de mayo de 1949, gritando “¡Están viniendo los rusos! ¡Están viniendo los rusos! ¡Ya están aquí! ¡He visto a los soldados rusos!” se tiró por una ventana desde el decimosexto piso el ex secretario de Defensa de los Estados Unidos James Forrestal. Quizás fuera un buen militar y una persona decente, pero su mayor inconveniente era su excesiva confianza en la propaganda estadounidense.

Este 31 de enero, a petición de los Estados Unidos, se celebró en el Consejo de Seguridad de la ONU una sesión dedicada específicamente a la situación en Ucrania. Un motivo declarado de este paso fue la preocupación de Washington por un supuesto “comportamiento amenazador de Rusia con respecto a Ucrania y aumento de las tropas rusas en las fronteras con Ucrania y Bielorrusia”. Vale destacar que la representante norteamericana, exhortando a que Rusia busque una salida diplomática de la situación, ha olvidado mencionar la base de tal solución pacífica. Se trata de los acuerdos de Minsk propuestos en su día por Moscú. El conjunto de medidas con el fin de cumplir los acuerdos mencionados fue aprobado unánimemente por la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU Nº 2022 en febrero de 2015.

Desde el 1 de febrero Rusia preside el Consejo de Seguridad y ya había tenido programado celebrar el 17 de febrero una reunión especial para analizar la situación ucraniana centrándose en el cumplimiento de los acuerdos de Minsk respecto a la situación en Donbás.

Parece irónico que acusando a Moscú de un despliegue “impropio” de las tropas en el territorio ruso, los mismos EEUU tengan unas 750 bases militares en más de 80 países del mundo a miles de kilómetros de sus fronteras. La totalidad de los soldados norteamericanos desplegados en el extranjero es de más de 175.000 personas, de las cuales más de 60.000 están en Europa. El presupuesto militar norteamericano en 2020 ascendió a 778.000 millones de dólares, el de Rusia fue de 61.000 millones de dólares, es decir más de 12 veces inferior al de los EEUU. Todos estos datos no le impiden a Washington acusar a Moscú de amenazar la paz y seguridad mundiales. Al mismo tiempo nuestros colegas estadounidenses no presentan ninguna prueba de aquello. Es de entender: todo el mundo recordamos la intervención del entonces secretario de Estado Colin Powell que demostraba en la ONU un tubo de ensayo con una sustancia desconocida a título de la evidencia de la presencia de las armas de destrucción masiva en Iraq. Al fin y al cabo no las encontraron, pero se efectuó una agresión estadounidense a este país bajo un título: “La libertad iraquí”.

Incluso sin las pruebas de una supuesta presencia de 100.000 soldados rusos en la frontera con Ucrania los Estados Unidos siguen tensando la cuerda, amenazando con más sanciones unilaterales en contra de Rusia y sus aliados sin que la ONU lo autorice. Sobre su efectividad vale la pena preguntar a los cubanos, quienes desde la llegada al poder de los “barbudos” vienen resistiendo el asedio a 90 millas de Florida. Fidel ya no está con nosotros, pero sigue vivo su legado. Lo evidencian incesantes sanciones norteamericanas.

Observando la situación actual en torno a Ucrania y tomando en cuenta la retórica antirrusa de los colegas occidentales, puede crearse la impresión de que una autointimidación esquizofrénica de Forrestal se ha metido en las cabezas de los políticos y figuras públicas occidentales. Puesto que de otra manera no se puede explicar ni justificar el grado de histeria con el que los socios europeos y norteamericanos valoran la crisis ucraniana.

¿Desde cuándo una serie de maniobras militares convencionales y el despliegue de unidades de combate en zonas habituales dentro de las fronteras de un Estado se ha empezado a considerar un acto de agresión y una evidencia indiscutible de un ataque en preparación contra un país vecino? Es precisamente Ucrania, cuyo destino preocupa tanto a los Estados Unidos, la que sufre más que nadie debido a una escalada artificial del conflicto.

Rusia no es agresor ni va a convertirse en uno. No obstante, como se sabe, los pensamientos se materializan. Cuanto más los colegas occidentales van a hacer pasar sus fantasías febriles por la realidad, cuanto más enérgicamente se pondrán a irritar a Rusia y hacer oídos sordos a sus requisitos en cuanto a las garantías jurídicas de su seguridad, más efímeras serán las esperanzas de una coexistencia pacífica y de buena vecindad en Europa.

“Están viniendo los rusos!”— gritaba Forrestal y no estaba del todo equivocado. En efecto, vienen los rusos. Vienen y siempre están dispuestos a venir con el fin de llegar a un acuerdo con los que llegan con buenas intenciones y la predisposición a convivir pacífica y cordialmente. La pregunta es, ¿a dónde y para qué viene el Occidente?

Mikhail Nikolaevich Ledenev Es Embajador de la Federación de Rusia en el Estado Plurinacional de Bolivia.