Meritocracia, gran mentira para el desarrollo
Desde tiempos inmemoriales las instituciones encargadas de la formación profesional y la capacitación, asociadas a un sistema que salvaguarda los capitales de unos pocos, han insertado en las sociedades del mundo la idea de que la riqueza para las personas llegará a través de una constante absorción de conocimientos, mismos que deben de estar acompañados de “papeles” que demuestren lo importante y prestigioso que puede ser el centro de estudio que refiere estos documentos.
En 2012 fue publicado el libro de Joseph Stiglitz El precio de la desigualdad, que dejó a muchos fanáticos de la justa asignación de los mercados y la reconfigurada meritocracia fuera de lo que las sociedades realmente necesitan para alcanzar los niveles óptimos de desarrollo y desde luego, el crecimiento asociado a la inclusión, la justicia y la equidad.
Dentro de las principales aseveraciones que plantea el Premio Nobel de Economía está el hecho de que el 90 por ciento de las personas que nacen ricas, morirán en la misma condición; mientras que el 90 por ciento de las personas que nacen pobres al morir, mantendrán esa misma condición hasta el final de sus días. Esto significa que el tan vendido sueño americano no es otra cosa que una falacia comprada por gran parte de las clases medias de las sociedades en Latinoamérica, mostrando así que la movilidad social es casi inexistente y que a través de medios de comunicación que romantizan la superación personal desde la pobreza, se oculta la contundente realidad de que los jóvenes, especialmente en los Estados Unidos, dependen más de los ingresos y patrimonio de sus padres que de cualquier otro factor que se encuentre al alcance de sus manos.
La idea de que el mercado es eficiente y el motor de la competitividad es también duramente criticada. La participación del Estado en algunos mercados rompe un esquema repleto de monopolios y explotación por parte de los que históricamente han sido los dueños de multinacionales y de gobiernos en diferentes regiones del mundo. El impulso a un nuevo pacto social entre sociedad, Gobierno y mercado cada vez se vuelve más necesario, donde el capital será un elemento importante de la solución, sin que esto signifique una ampliación de lo ya sucedido en el neoliberalismo. Este capitalismo debe ser “domesticado” de manera que pueda servir a las sociedades, principalmente en los países donde la pandemia ha cobrado los más altos costos en la renta de las familias.
Las determinantes irruptoras del profesor Stiglitz han echado por tierra lo que durante décadas han enseñado en las universidades, principalmente a economistas que se han encargado de reproducir un discurso promercado, convirtiéndose así en instrumentos útiles para el continuismo del modelo mundial que busca enriquecer a los más ricos. Lo que resulta ser particularmente insólito es que, para el caso de Bolivia, estos asociados a lo ortodoxo de la economía han etiquetado a quienes propugnan una nueva postura respecto al desarrollo desde una perspectiva más humana, como economistas cuasi-políticos y faltos de innovación, cuando los que defienden una postura caduca y retrógrada se muestran como “plenos” motores de la cuarta revolución industrial.
La búsqueda de sociedades más justas y equitativas es una máxima de la actual agenda mundial. Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se ha planteado pilares que buscan mejorar los niveles de igualdad y acceso a bienes y servicios de familias que se encuentran en grupos poblacionales más desfavorecidos, tarea que debe ser enfrentada desde los gobiernos, dejando atrás recetas macroeconómicas que solo buscan reforzar la idea de un Estado empresarial.
Ahora bien, las personas deben superarse y encontrar mecanismos que les brinden a ellos y a sus familias mejores estándares de vida. Eso debe ser algo que sirve en lo particular e individual; pero un gobierno que no encuentre en los planteamientos de Stiglitz una verdadera misión para con la sociedad que lidera, se convertirá en un asociado del privado enriquecido, un poderoso propulsor de la desigualdad costosa para los países y, por ende, el responsable de niveles bajos de desarrollo inclusivo.
Mike Gemio es magíster en Gestión y Políticas Públicas y doctorante en Desarrollo y Políticas Públicas.