Tristes guerras
Dice el manido chiste en redes que desde el día de ayer nos toca dejar de lado nuestra experticia en pandemias y que nos corresponde empezar a mostrar nuestros vastos conocimientos como internacionalistas. El chiste, sí. Uno de los tantos que circula en estos espacios digitales y que muestra una pequeña perspectiva sobre cómo se ha empezado a vivir un conflicto bélico de la envergadura que se vive en Europa en estos momentos. A la vez, muchos adultos jóvenes han empezado a sentir el hartazgo que seguramente nos causará el conflicto y sus consecuencias bajo la queja de que no esperaban vivir en su corto tiempo en la tierra una crisis climática, una pandemia y una guerra para después actuar como —se sabe— corresponde en un conflicto de tal magnitud: haciendo memes que simplifiquen y banalicen el conflicto porque luego, por supuesto, corresponde la simultánea indignación por la simplificación y banalización del conflicto cuando lo hacen otros, sobre todo los actores y gobiernos que no nos gustan o cuando se manifiesta en las fiestas a las que no asistimos, como el Carnaval, por ejemplo. Y así en el loop infinito de esta guerra, de este tiempo, de lo que hacemos ante ello en y desde nuestras pantallas.
Casi todo signado por el ruido que emerge de ellas como signo de época, ante todo suceso, ante todo hecho independientemente de su magnitud. Ese estruendo continuo y cotidiano compuesto por una bola de nieve de opiniones que arremeten por donde sea que uno/a abra su pantalla. Promovido —nunca falla— por el comisariado de la opinión, esa gente que se dedica a motivar el incremento del ruido cuestionando la falta de pronunciamiento ante una cosa o la otra, el doble rasero, el whataboutism; todas esas —hoy— falacias comunicacionales que fuerzan a la o el ciudadano de pie a opinar, a posicionarse, a tomar partido, a decir: a no quedarse callado/a. A manifestarse antes que reflexionar. En consecuencia: a publicar antes de informarse.
Ya lo decía ayer Ivan Schuliaquer, un argentino estudioso de la comunicación política: “Es difícil definir cuál es el poder de los medios/redes sobre la ciudadanía a la hora de informar/ desinformar. Pero hay algo que es claro: el poder de los medios/redes es mucho mayor cuando las audiencias conocen poco de lo que se habla. Con Ucrania, la mesa está servida”.
Y es que se trata exactamente de lo que nos ha pasado ayer, con el primer impacto de la noticia y de lo que posiblemente nos pasará como parte de una enorme masa de opinión pública global en los siguientes días, semanas y meses. Salvo que optemos por lo que sí podemos hacer desde donde nos encontremos: quizá simplemente recordar que opinar y posicionarse no es obligatorio. Informarse y entender, en cambio, sí lo es.
Es realmente importante que caigamos en cuenta de que hablar de temas que uno/a no entiende, lo único que hace es dejarnos expuestos sumando más bien al ruido. Ese ruido irresponsable (y a veces risible) que en su versión más altisonante puede llegar a comparar las operaciones militares de Rusia sobre Ucrania con el bloqueo en el botadero de Alpacoma. O en su versión más despistada puede llevar a que los principales medios impresos de uno de los departamentos más importantes del país titulen principalmente, el día que inicia una guerra, que su comité cívico iniciará un paro.
Ah, bien decía Miguel Hernández: “Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes armas si no son las palabras. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes”. Tristes sí, estas guerras bélicas pero también las informativas en las que sí podemos librar nuestras pequeñas batallas.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.