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Jerjes, el gato

La A amante

Se llama Jerjes. Gato persa, nombre de rey persa. Este monarca nos asustó en estos días porque comenzó a hacer pipí con sangre. Nuestra doctora de cabecera trajo serenidad y recetó un tratamiento de tres pinchazos al peludo. Una tarde de esta semana lo llevé a su penúltimo pinchazo de no más de uno o dos minutos. En el pasillo del consultorio, un señor esperaba ser atendido (averiguados los hechos, no fue a la hora definida por la veterinaria y el tratamiento de su animalito era más moroso). Jerjes y su esclava (quien escribe) sí llegamos cuando se había hecho la cita. Tan así que el asistente, cuando nos acercamos a consultar, tomó la caja del felino y lo pincharon en par (sí, par) de minutos. Suficiente para que se desate la tercera guerra mundial. El señor que esperaba montó en cólera y le cayó al país: “Así somos en Bolivia”. Y que gente que se cree quién sabe qué se salta los turnos, que es una barbaridad y tres cosas más. El gato, más sereno que yo, me pidió con la mirada que me disculpe por haber dejado que el asistente haya propiciado el pinchazo al pinche paciente. Me disculpé e insistí en que eran treinta segundos. ¡Ni un solo minuto, ni un solo segundo! Pero escúcheme, señor… ¡No quiero escuchar! A ver si escribe esto. Los dos alzamos la voz y mi gato se quería meter bajo la cama. Salimos pensando que cuando la réplica está desproporcionada, termina siendo más pesada que la ofensa. Cuando un suceso de la vida cotidiana termina en semejante tensión es que hay algo más profundo que se está manifestando. Jerjes cree que son los dolores de un país que sufre la grieta profundizada de estos últimos tiempos de crisis política y pandemia. Creo que al rey persa no le falta razón. Le conté, en la tranquilidad de la noche, que me hizo pensar en lo que le ocurrió a una amiga de colegio.

Clara, nombre ficticio porque somos muy cercanas, me contó de su examen ginecológico que comprendió una serie de mediciones, papanicolau, mamografía, ecografías y temores de una paciente cuarentona. Salió al final contenta y agradecida porque todo está en orden. Pero me hizo reír media hora en el café cuando me contó lo que el médico le comentaba mientras le hacía la ecografía. Del tamaño de los óvulos pasó a lamentar lo que pasa en “esta vergüenza de país”. Se reprochó el doctor haber vuelto a Bolivia después de realizar estudios en el extranjero. Le comunicó a la temerosa paciente que él quiere irse en cuanto pueda, que no hay otra solución. Y terminó diciendo: “es incomprensible que la expresidenta Áñez no se pueda defender en libertad mientras que Evo Morales, con cargos de pedofilia, ande suelto por las calles”. Como me explicó el gato Jerjes, éste es un triste síntoma de algo más hondo, de un dolor que llega a los consultorios, a las veterinarias, a los mercados, a las ventanillas de los bancos, a los minibuses, a los pasillos de los aviones… Un colega me dijo que hasta cuando alguien hace una pavada en un semáforo un pitita grita: ¡masistaaa! (y sin la menor duda de que puede ocurrir inversamente).

Sin embargo, lo que Jerjes no toma en cuenta porque es un felino pesimista con una encantadora cara de póker es que las y los bolivianos tenemos adentro una impresionante energía cuando sabemos conectarnos. Las puertas, si sabemos abrirlas, que nos hacen pasar al corazón del otro y de la otra son más numerosas que las dos llaves del golpe o fraude. Está la puerta de la solidaridad que sale del clóset cada vez que el desastre nos sacude; está la puerta de la gran capacidad de trabajo que se hacen visibles, por ejemplo, en las interminables construcciones en ciudades y campos; está la puerta de la dulzura de nuestro trato que parece que nos da la soldadura del rojo, amarillo y verde; está la puerta de la explosiva fiesta que en estos días de Carnaval nos está inyectando de serpentina, de platillos y trompetas, de máscaras, de descontrol, de baile, de abrazos, de fruta, de risa. Que la fiesta llegue para descongestionar nuestros dolores de sociedad. Que la celebración nos vuelva a plantear el abecedario del poema que nos queda por escribir en esta Bolivia mágica y carnavalera. Mamita Cantila, que el calor de tu manto lo haga posible.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.