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Reflexiones sobre los acontecimientos en Ucrania

CIUDAD FUTURA

La invasión militar de Ucrania por parte de Rusia constituye una violación del derecho a la autodeterminación de los pueblos, y trae consigo una escalada en los niveles de inestabilidad e inseguridad de alcance mundial, y multiplica asimismo las tensiones geopolíticas y rivalidades hegemónicas derivadas del fin de la Guerra Fría primero, y alentadas luego por la emergencia de China en cuanto potencia desafiante del efímero orden internacional unipolar.

Es verdad que Rusia y China acaban de suscribir un tratado de amistad y asistencia recíproca, pero algunos comentaristas dudan de que esta alianza pueda prolongarse indefinidamente, así como tampoco es probable que los países europeos se mantengan alineados a largo plazo en un bloque encabezado por los Estados Unidos.

Aunque el agotamiento del orden internacional unipolar parece evidente, lo que sigue ahora es un desorden geopolítico mayúsculo, que tardará en generar un sistema multipolar y multilateral equilibrado de relaciones internacionales, el cual sería lo más apropiado para la distribución internacional del poder político, económico y tecnológico en los años venideros.

La instalación de bloques rivales encabezados por grandes potencias con sus respectivas zonas de influencia constituye un escenario que demanda una reflexión profunda respecto de sus consecuencias generales, su implicación para los países latinoamericanos y para Bolivia en particular.

La descripción de los acontecimientos, la búsqueda de explicaciones y la elaboración de escenarios probables en los próximos meses ocuparán seguramente los titulares de los grandes medios y los noticieros de las cadenas de televisión. En un mundo tan interdependiente como el actual, no basta sin embargo con recoger la información que circula en tiempo real por los medios de comunicación y las redes sociales. Es preciso en cambio contar con una robusta interpretación propia.

Por principio de cuentas, todo indica que América Latina no instrumentará una posición concertada frente a los acontecimientos en Ucrania, y tampoco parece probable que Brasil y México expresen en el Consejo de Seguridad de la ONU una posición consensuada regionalmente.

Bolivia tampoco cuenta con una posición de consenso amplio sobre los actuales problemas internacionales y sus perspectivas, no obstante que la política exterior debe ser una política de Estado y no del gobierno de turno.

Las voces expresadas por los líderes políticos apuntan en direcciones contrapuestas, y algunos comentaristas se han limitado a señalar que la situación es beneficiosa porque trae consigo un aumento sustancial de los ingresos de divisas en vista del alza de los precios de los alimentos, minerales e hidrocarburos.

Aunque dicha perspectiva podría aliviar temporalmente las estrecheces del financiamiento externo, es más probable que tenga consecuencias negativas.

El enorme aumento del precio internacional del oro no genera excedentes susceptibles de financiar inversiones reproductivas en gran escala, pero provoca la contaminación de los ríos con mercurio, además de que propicia la profundización de la informalidad, la corrupción y la violencia.

El aumento del precio de la soya induce a la ampliación de la frontera agrícola en las tierras bajas, con las consecuencias de atropello a los territorios indígenas de la zona y los inevitables daños ambientales.

El alivio que traería una mejora en los ingresos de exportación del país implica, por último, el riesgo de que se vuelva a postergar la necesaria transformación del modelo de desarrollo extractivista hacia un modelo fundado en aumentos sistemáticos de la productividad.

Éste y otros temas conexos tendrían que ser objeto de sendos debates en los ámbitos apropiados de la sociedad civil y, en particular, de las universidades.

Horst Grebe es economista.