Pelotazos, guerra y política
El espectáculo-ritual deportivo que seduce a un público masivo, siempre estuvo ligado a la vida política y a los intereses de las potencias mundiales y sus castas que la dirigen. Esto se reproduce en los Estados en magnitudes menores, con otros ingredientes que inclusive rozan la delincuencia.
Hace unos días subí a un minibús para dirigirme a la zona Sur, resignado como estaba a la sesión de cumbias que acompañan estos viajes urbanos, escuché —en cambio— una andanada de quejas y lamentos de comentaristas deportivos que el maistrito escuchaba en su radioemisora. Las deplorables actuaciones de la selección y los equipos clasificados a una copa internacional eran la recurrente causa. Cuando tocaron el tema de las medidas de exclusión contra los deportistas rusos por la FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociado), la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y la Unión Europea, sus comentarios develaban desconcierto porque no sabían para qué se habían creado estas organizaciones político militares y deploraban que la política haya contaminado el deporte.
“Por historia del deporte se extiende como un hilo rojo la relación entre política y deporte dentro el marco de condicionamientos y del proceso de la sociedad en su conjunto. Esta relación se manifiesta ya en las actividades deportivas de todo tipo de los primeros pueblos civilizados de Mesopotamia y muy particularmente en el imperio faraónico de Egipto, donde los soberanos practicaban los deportes (tiro al arco, caza del león) para su gloria y prestigios propios, y los ejercicios físicos (maratón, remo, esgrima con bastones) ocupaban un lugar muy importante en la política cultural educativa”, dice el historiador Heinz Roesch. A excepción de la caza del león, las demás actividades forman parte de las competencias olímpicas hasta hoy, cuyo origen deviene desde Babilonia, Asiria y el antiguo imperio persa que penetró en la antigua Grecia a través de Creta. Esto sirvió de cabecera de playa para la política colonialista de Agamenón en los Dardanelos. El balompié o fútbol tuvo el mismo efecto para la expansión colonial del imperio británico, convirtiéndose en un espectáculo global expandido por los medios.
Las competiciones deportivas, llamadas ágone, tuvieron su origen y motivación en la mitología griega de un mundo de dioses antropomorfos. Los espartanos asumían la dura educación deportiva dirigida al servicio del Estado, la guerra y su política.
Al igual que en Grecia, las actividades deportivas en Roma eran de exclusiva práctica de las clases altas, hasta la profesionalización de las mismas que permitió el acceso a las clases populares como un medio de ganar dinero, cautivando a un público heterogéneo ávido de sensaciones en la arena del coliseo romano, planificado por razones políticas, pan y circo (panem et circenses). Adriano y Nerón mandaron a organizar costosos juegos agonales y circenses con carreras de carros y caballos, carreras pedestres, luchas grecorromanas, pugilismo, esgrima y el plato fuerte de gladiadores luchando con leones y sacrificando esclavos y a los primeros cristianos revoltosos.
En la Edad Media, cultivaban deportes específicos de su clase, estaban distribuidos en tres estamentos: los nobles practicaban las siete destrezas (equitación, natación, tiro, escalada, luchas, esgrima y galanteo), los campesinos practicaban bolos, carreras, lanzamiento de piedras y esgrima con bastones y el Estado llano, compuesto por la naciente burguesía, imitaba a la nobleza en sus juegos a partir de sus gremios.
En 1936, cuando la Alemania nazi estaba en la cúspide, Hitler montó una maquinaria de propaganda nunca antes desplegada en estos eventos; su propósito era exhibir la supuesta superioridad racial aria. Fue un fiasco, un atleta afro se llevó la mayor cantidad de medallas de oro y derrumbó el proyecto.
Así como la guerra es la política por otros medios y la política es la guerra por otros medios, el deporte es la guerra por otros medios.
Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.