Voces

Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 03:58 AM

Putin no puede retroceder

/ 15 de marzo de 2022 / 03:16

El teórico de la ciencia militar Carl von Clausewitz dijo célebremente que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La invasión rusa de Ucrania es la continuación de la política de identidad por otros medios.

No sé ustedes, pero los textos de los expertos en relaciones internacionales no me han resultado muy útiles para entender de qué se trata esta crisis. En cambio, los textos de especialistas en psicología social han sido de gran ayuda.

Esto se debe a que Vladimir Putin no es un político convencional de una potencia mundial. En esencia es un emprendedor de la identidad. Su gran logro ha sido ayudar a los rusos a recuperarse de un trauma psíquico —las secuelas del fin de la Unión Soviética— y darles una identidad colectiva para que sientan que importan, que su vida tiene dignidad.

La guerra en Ucrania no se trata tanto de un territorio, se trata más bien de estatus. Putin invadió para que los rusos sientan que otra vez son una gran nación y para que él mismo sienta que es una figura mundial de la historia, algo así como Pedro el Grande.

Quizá deberíamos ver esta invasión como una modalidad fúrica de la política de identidad. En los primeros años de su régimen, reconstruyó la identidad rusa. Reivindicó aspectos del legado soviético como algo de lo que sentirse orgulloso. En general, su visión de la identidad rusa giraba en torno a él. Al ostentarse en el escenario mundial como una figura poderosa, lograba que los rusos se sintieran orgullosos y parte de algo grande. Vyacheslav Volodin, entonces jefe de gabinete adjunto del Kremlin, supo captar la mentalidad del régimen en 2014: “Hoy no hay una Rusia sin Putin”.

Esta gran estrategia parecía justificarse plenamente ese año con la exitosa invasión de Crimea. Una vez recuperado este territorio, Rusia podía pavonearse otra vez como una gran potencia. Cada vez más, Putin se presentaba a sí mismo no solo como un líder nacional, sino como un líder de la civilización, que encabezaba las fuerzas de una moral tradicional contra la depravación moral de Occidente.

Pero todo se ha salido de control. La política de identidad de Putin es tan virulenta porque es muy narcisista. En este momento, es imposible separar la identidad de Putin de la identidad de los rusos. La pregunta de los mil millones de rublos es la siguiente: ¿cómo reacciona un tipo que se ha pasado la vida luchando con complejos de vergüenza y humillación cuando gran parte del mundo lo humilla y degrada con justa razón? ¿Cómo reacciona un tipo que se ha pasado la vida tratando de parecer poderoso y sagaz cuando cada vez se muestra más débil y miope?

Yo supongo que, al menos durante un tiempo, Putin podrá recurrir a aquel discurso de los rusos de “la fortaleza sitiada”: Occidente siempre nos acecha. Pero al final siempre ganamos.

Ha habido indicios de que Putin a lo mejor está dispuesto a llegar a un acuerdo y retirarse de Ucrania, pero eso sería sorprendente. Destruiría la hinchada y frágil identidad personal y nacional que ha estado construyendo todos estos años. En general la gente no hace concesiones cuando su identidad está en juego.

Mi temor es que Putin solo conoce una forma de enfrentarse a la humillación: culpando a los demás y desquitándose con ellos. Hace un par de años, mi colega Thomas L. Friedman escribió una columna premonitoria sobre la política de la humillación en la que citaba a Nelson Mandela: “No hay nadie más peligroso que alguien que ha sido humillado”.

Putin se provocó esta humillación a sí mismo y a su país. Hablando como alguien que admira profundamente tantas cosas de la cultura rusa, creo que es un crimen enorme que una nación con tantas vías hacia la dignidad y la grandeza haya elegido la que conduce tan vilmente a la degradación.

David Brooks es columnista de The New York Times.

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La cura para nuestra democracia

David Brooks

/ 17 de febrero de 2024 / 07:27

Estados Unidos es económicamente próspero pero políticamente disfuncional. Tenemos los recursos materiales, tecnológicos y militares para seguir siendo la principal superpotencia del mundo, pero el Congreso actual es incapaz de tomar decisiones sobre cuestiones básicas, como cómo arreglar el sistema de inmigración o qué papel debemos desempeñar en el mundo.

¿Qué tenemos que hacer para rectificar esta situación? Muchas cosas, pero una de ellas es ésta: más de nosotros tenemos que abrazar una idea, una forma de pensar que es fundamental para ser ciudadano en una democracia. Esa idea se conoce como pluralismo de valores. Está más asociado con el filósofo británico Isaiah Berlin y se basa en la premisa de que el mundo no encaja perfectamente. Todos queremos perseguir una variedad de bienes, pero desafortunadamente, estos bienes pueden estar en tensión entre sí. Por ejemplo, es posible que queramos utilizar el gobierno para hacer que la sociedad sea más igualitaria, pero si lo hacemos, tendremos que expandir el poder estatal hasta tal punto que afecte la libertad de algunas personas, que es un bien en el que también creemos.

Como señaló recientemente Damon Linker, que imparte un curso sobre Berlín y otros en la Universidad de Pensilvania, este tipo de tensiones son comunes en nuestra vida política: lealtad a una comunidad particular versus solidaridad universal con toda la humanidad; respeto a la autoridad versus autonomía individual; progreso social versus estabilidad social. Yo agregaría que este tipo de tensiones abundan dentro de los individuos: el deseo de estar involucrado en una comunidad versus el deseo de tener el espacio personal para hacer lo que uno quiere; el deseo de destacar versus el deseo de encajar; el grito de justicia versus el grito de misericordia.

Si elegimos un bien, estamos sacrificando una parte de otro. El hecho trágico de la condición humana es que muchas decisiones implican pérdidas. Día tras día, el truco consiste en descubrir qué estás dispuesto a sacrificar por el bien más importante. Claro, hay algunas ocasiones en las que la lucha realmente es entre el bien y el mal: la Segunda Guerra Mundial, el movimiento por los derechos civiles, la Guerra Civil. Como argumentó Lincoln, si la esclavitud no está mal, entonces nada está mal. Pero estas ocasiones son más raras de lo que podríamos pensar.

Creo que detesto a Donald Trump tanto como cualquier otro, pero el populismo trumpiano representa algunos valores muy legítimos: el miedo a la extralimitación imperial; la necesidad de preservar la cohesión social en medio de una migración masiva; la necesidad de proteger los salarios de la clase trabajadora de las presiones de la globalización.

La lucha contra Trump como hombre es una lucha entre el bien y el mal entre la democracia y el autoritarismo narcisista, pero la lucha entre el liberalismo y el populismo trumpiano es una lucha sobre cómo equilibrar preocupaciones legítimas.

El pluralismo es un credo que induce a la humildad (incluso entre nosotros, los expertos, que nos resistimos a la virtud). Un pluralista nunca cree que está en posesión de la verdad y que todos los demás viven en el error. El pluralista tarda en afirmar su certeza, sabiendo que incluso aquellas personas que lo denuncian enérgicamente probablemente tengan parte de razón. “Me aburre leer sobre personas que son aliadas”, confesó una vez Berlin.

Berlin argumentó que si hubiera un conjunto final de soluciones, “un patrón final en el que se pudiera organizar la sociedad”, entonces “la libertad se convertiría en pecado”. Pero no hay respuestas definitivas y correctas a las cuestiones políticas, por lo que la historia sigue siendo una conversación que no tiene fin.

Muchos votantes estadounidenses recompensan a políticos que les ofrecen una guerra santa. Si hubiera más pluralistas, elegiríamos a más personas interesadas en mejorar la vida de forma gradual y constante.

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Sobre Elon Musk y su determinación maniática

El aparente apego de Musk al mito del héroe parece hacerlo intrépido y también, con frecuencia, una especie de monstruo

/ 1 de octubre de 2023 / 06:56

OPINIÓN

En su biografía de Alexander Hamilton, Ron Chernow escribe que Hamilton “siempre tuvo que luchar contra la tristeza residual del hombre determinado”. Esa frase se me ha quedado grabada porque también me he dado cuenta de que puede haber algo triste en las personas extremadamente ambiciosas: como si se esforzaran con furia por llenar un hueco que les dejaron experiencias traumáticas durante la infancia, y nunca lo hubieran logrado del todo.

Algunos historiadores y psicólogos se han maravillado de cómo muchos de los personajes más significativos de la historia perdieron a uno de sus padres a una edad temprana, bien por muerte o abandono: desde George Washington y Thomas Jefferson hasta Bill Clinton y Barack Obama. Son lo que un psicólogo denominó “huérfanos eminentes”.

Es fácil incluir a Elon Musk en esa categoría. Tuvo una infancia miserable en Sudáfrica, marcada por los abusos verbales y físicos de un padre que le decía en repetidas ocasiones que no valía nada, según la nueva biografía de Musk que escribió Walter Isaacson. No tenía amigos y vivía en un mundo en el que intimidabas o te intimidaban. Un entorno así podría crear una sensación de inseguridad existencial, que podría inducir en algunos una vida de dudas autoinfligidas o en otros una ambición maniaca por demostrar que los bastardos se equivocaban, por ganarse el amor, la importancia y la seguridad.

Sin embargo, el relato de Isaacson sugiere que este no es el único, ni siquiera el principal, impulso de la ambición extrema de Musk. En medio de esa infancia sombría, Musk se sumergió en la ciencia ficción, los juegos de computadora y los cómics, y en cierto sentido nunca los abandonó. En ese mundo, Musk parece haber quedado atrapado por una historia con el mismo fervor que una persona religiosa queda atrapada por un libro sagrado.

Creo que la mayoría de nosotros contamos una historia sobre nuestras vidas y luego vivimos dentro de esa historia. No puedes saber quién eres a menos que sepas contar una historia coherente sobre ti. Solo puedes saber qué hacer a continuación si sabes de qué historia formas parte. “El hombre siempre es narrador de historias”, observó el filósofo Jean-Paul Sartre. “Vive rodeado de sus historias y de las historias de los demás, ve todo lo que le ocurre a través de ellas, e intenta vivir su vida como si estuviera contando una historia”.

La historia que Musk llegó a habitar es una de las más antiguas de nuestra civilización: un héroe masculino de reputación incierta surge de un lugar oscuro para salvar mediante actos de audacia a un pueblo condenado. Es la historia de Moisés, Jesucristo, Superman, las películas del oeste de John Wayne, Luke Skywalker, Harry Potter y El Señor de los Anillos.

“Mientras otros empresarios luchaban por desarrollar una visión del mundo, él desarrolló una visión cósmica”, escribe Isaacson. El concepto que Musk tiene de sí es que está construyendo empresas para salvar a la humanidad, según Isaacson. SpaceX pretende convertir a los humanos en una especie multiplanetaria, para que podamos escapar a Marte si algo apocalíptico ocurre en la Tierra. La misión de Tesla es llevar a la humanidad más allá de una economía de hidrocarburos, hacia un futuro sustentable. Su nueva empresa xAI está ahí para ayudar a evitar que la inteligencia artificial se apodere del mundo. Neuralink, que implanta tecnología en el cerebro de las personas, está ahí para ayudar a los ciegos a ver y a los paralíticos a caminar. No se puede ser más salvador.

“En Silicon Valley la gente no suele hablar con un aire tan superheroico, casi homérico”, le dijo Peter Thiel a Isaacson.

A veces, la historia que Musk cuenta sobre sí mismo parece tan grandiosa que entra en el terreno del mito épico. Una persona tan consumida por un mito no busca tener un éxito convencional, afirma Dennis Ford en su libro The Search for Meaning; lo que intenta es “ser fiel al modelo mítico”.

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Esa persona no ve el mundo que vemos los demás, sino su propio mundo mítico, e intenta reclutar a la gente para su propia realidad. “No paraba de hablar de fabricar un cohete que pudiera ir a Marte”, le dijo a Isaacson uno de los amigos universitarios de Musk. “Por supuesto, no le presté mucha atención, porque pensé que estaba fantaseando”. Décadas después, en su segundo día de trabajo en SpaceX, un empleado asistió a una reunión del consejo de administración y se quedó boquiabierto: “Están sentados discutiendo seriamente planes para construir una ciudad en Marte y qué vestirá la gente allí, y todos actúan como si fuera una conversación totalmente normal”.

Una persona dentro de esa conciencia mítica puede distorsionar la realidad con facilidad, confabular y mentir. Una persona así puede tener la grandiosa sensación de que es indispensable para nuestra especie. La perenne mentalidad de crisis/urgencia de Musk, que lo lleva a comportarse como un imbécil crapuloso con la gente que lo rodea y le sirve de racionalización cuando lo hace, también encaja.

La gente que ha conocido a Musk a veces dice que es como si no fuera un ser humano completo, sino que parece un personaje que interpreta un papel. Una de las fuentes de Isaacson dice: “Conserva un lado infantil, casi atrofiado”. Quizá se deba a que sigue habitando una historia de aventuras.

A veces en la vida la imaginación es tan importante como la inteligencia. El aparente apego de Musk al mito del héroe parece hacerlo intrépido y también, con frecuencia, una especie de monstruo. La mente mítica es egocéntrica y nunca puede considerar a los demás como personajes tan importantes como el héroe. De hecho, el Musk del libro de Isaacson se encuentra en una serie de búsquedas épicas, y es lo suficientemente complejo como para ser héroe y villano al mismo tiempo.

 David Brooks Periodista y coluumnista especializado en política

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Teoría del impulso maníaco de Musk

/ 23 de septiembre de 2023 / 00:28

Algunos historiadores y psicólogos se han maravillado al ver cómo muchas de las figuras más importantes de la historia perdieron a uno de sus padres a una edad temprana, ya sea por muerte o por abandono, desde George Washington y Thomas Jefferson hasta Bill Clinton y Barack Obama. Estos son los que un psicólogo denominó “huérfanos eminentes”.

Es fácil poner a Elon Musk en esa categoría. Tuvo una infancia miserable en Sudáfrica marcada por el abuso verbal y físico de un padre que repetidamente le decía que no valía nada, según la nueva biografía de Musk escrita por Walter Isaacson. No tenía amigos y vivía en un mundo en el que o acosabas o eras acosado. Un trasfondo como ese podría crear una sensación de inseguridad existencial, que podría inducir en algunos una vida de dudas o en otros una ambición maníaca de demostrar que están equivocados: ganarse amor, importancia y seguridad.

Pero el relato de Isaacson sugiere que este no es el único, ni siquiera el principal, impulso detrás de la extrema ambición de Musk. En medio de esa infancia sombría, Musk se sumergió en la ciencia ficción, los juegos de computadora y los cómics y, en cierto sentido, nunca los abandonó. En ese mundo, Musk parece haber quedado atrapado por una historia tan fervientemente como una persona religiosa está atrapada por un libro sagrado.

Creo que la mayoría de nosotros contamos una historia sobre nuestras vidas y luego vivimos dentro de esa historia. No puedes saber quién eres a menos que sepas cómo contar una historia coherente sobre ti mismo. Podrás saber qué hacer a continuación solo si sabes de qué historia eres parte. La historia que Musk llegó a contar es una de las más antiguas de nuestra civilización: un héroe masculino de reputación incierta emerge de un lugar oscuro para salvar a un pueblo condenado mediante actos de audacia. Es la historia de Moisés, Jesús, Superman, los westerns de John Wayne, Luke Skywalker, Harry Potter y el Señor de los Anillos.

«Mientras otros empresarios luchaban por desarrollar una visión del mundo, él desarrolló una visión cósmica», escribe Isaacson. Según Isaacson, la autoconcepción de Musk es que está creando empresas para salvar a la humanidad. SpaceX pretende hacer de los humanos una especie multiplanetaria, para que podamos escapar a Marte si algo apocalíptico sucede en la Tierra. La misión de Tesla es llevar a la humanidad más allá de una economía de hidrocarburos hacia un futuro sostenible. Su nueva empresa xAI está ahí para ayudar a evitar que la inteligencia artificial se apodere del mundo. Neuralink, que incorpora tecnología en el cerebro de las personas, está ahí para ayudar a los ciegos a ver y a los paralíticos a caminar. No hay nada más salvador que eso. A veces, la historia que Musk cuenta sobre sí mismo parece tan grandiosa que entra en el ámbito del mito épico. Una persona así no ve el mundo que vemos el resto de nosotros, sino su propio mundo mítico, y está tratando de reclutar personas para su propia realidad. A veces en la vida la imaginación es tan importante como la inteligencia. El aparente apego de Musk al mito del héroe parece hacerlo intrépido y también con frecuencia una especie de monstruo. La mente mítica es una mente involucrada en sí misma, que nunca puede considerar a otras personas como tan importantes como el héroe/yo. De hecho, el libro de Musk de Isaacson trata sobre una serie de misiones épicas y es lo suficientemente complejo como para ser simultáneamente héroe y villano.

David Brooks es columnista de The New York Times.

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Generosidad

Construimos sistemas inhumanos en los que los incentivos materiales anulan los incentivos sociales y morales

David Brooks

/ 1 de septiembre de 2023 / 08:00

¿Son los seres humanos fundamentalmente buenos o fundamentalmente malos? ¿La gente es en su mayoría generosa o en su mayoría egoísta? A lo largo de los siglos, muchas de nuestras principales figuras han adoptado la opinión de que la gente es básicamente egoísta. Maquiavelo argumentó que las personas son engañosas, ingratas y codiciosas. La economía clásica se basa en la idea de que la gente persigue implacablemente su propio interés. En el público, solo el 30% de los estadounidenses dicen que pueden confiar en las personas que los rodean, lo que sugiere una visión bastante sombría de la naturaleza humana.

Pero, ¿qué pasa si esta visión oscura de nuestra naturaleza no es cierta? En un experimento reciente dirigido por los psicólogos Ryan J. Dwyer, William J. Brady y Elizabeth W. Dunn y el curador de TED Chris Anderson, 200 personas en siete países alrededor del mundo recibieron $us 10.000 cada una, gratis, y luego informaron cómo gastaron el dinero. ¿Se lo quedaron todo ellos mismos? No. En promedio, los participantes gastaron más de $us 6,400 para beneficiar a otros, incluidos casi $us 1,700 en donaciones a organizaciones benéficas. De ese gasto prosocial, $us 3,678 se destinaron a personas fuera de su hogar inmediato y $us 2,163 se gastaron en extraños, conocidos y donaciones a organizaciones.

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La gente utilizó el dinero para invitar a amigos a comer o para apoyar a familias que habían perdido a sus seres queridos. Me parece generoso. En general, los investigadores concluyeron que a las personas les resulta gratificante gastar dinero en otros. Este estudio no es un caso atípico.

La humanidad no ha prosperado durante todos estos siglos porque seamos despiadadamente egoístas, hemos prosperado porque somos muy buenos cooperando. Pero supongamos que eres una buena persona y tienes que competir con bastardos egoístas y despiadados. ¿No estás obligado a seguir las reglas de perro come perro? Bueno, no necesariamente. En su libro Give and Take, el psicólogo organizacional Adam Grant identificó en las organizaciones a las personas centradas en los demás (los dadores) y a las personas egocéntricas, las que siempre están buscando lo que pueden extraer para sí mismos (los tomadores). Encontró que muchos de los trabajadores de bajo rendimiento eran donantes. Se dejaron pisotear y aprovecharse de ellos.

Pero cuando Grant observó a los empleados con mejor desempeño en las organizaciones, descubrió que los donantes también dominaban esos rangos. Estos donantes tenían una reputación dorada, redes sociales más amplias y mejores relaciones: la gente quería trabajar y colaborar con ellos. Lo mejor es ser un donante que sabe, en casos extremos, cómo defenderse.

Yo diría que muchos de nuestros pensadores públicos han subestimado enormemente la importancia de las motivaciones morales y sociales entretejidas en la naturaleza humana. Damos propina en restaurantes a los que nunca volveremos. Saltamos para ayudarnos unos a otros durante los desastres naturales. Anhelamos no solo ser admirados sino también ser dignos de admiración. Diría que muchos de nuestros pensadores públicos han terminado creando una profecía autocumplida. Al decirle a la gente que son egoístas por naturaleza y que están rodeadas de otros que son egoístas por naturaleza, nos hemos animado unos a otros a magnificar el lado egoísta de nuestra naturaleza.

Por último, diría que en Occidente nos hemos excedido al crear sistemas que intentan motivar a la gente apelando principalmente a sus propios intereses económicos. Construimos sistemas inhumanos en los que los incentivos materiales anulan los incentivos sociales y morales. Y nos hemos hecho miserables en el camino.

(*) David Brooks es columnista de The New York Times

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La era del espectáculo

/ 24 de junio de 2023 / 06:59

Si entro al campo del Dodger Stadium en Los Ángeles y pisoteo el uniforme de los Dodgers en el plato, espero que los Dodgers y sus fanáticos se molesten. Esta es la camiseta que usó Jackie Robinson, junto con leyendas de los Dodgers como Sandy Koufax, Orel Hershiser, Tommy Lasorda y Roy Campanella. No deshonres los uniformes de otras personas. En una era con una sociedad pluralista, la gente decente no deshonra lo que otros encuentran sagrado.

Esta es una de las razones por las que creo que los Dodgers se equivocaron al honrar a las Hermanas de la Indulgencia Perpetua el viernes pasado.

Como habrás leído, las Hermanas son un grupo de activistas LGBTQ que han brindado servicios invaluables a las personas de su comunidad, especialmente durante la crisis del SIDA, pero que también se visten como monjas exageradas, y que se sabe que se burlan de la crucifixión al organizar una recreación de ella como un baile de tubo.

Están justificados en protestar contra una iglesia cuya enseñanza no reconoce su derecho a ser quienes son, pero lo hacen de una manera que deshonra a las monjas que viven en la pobreza sirviendo a los pobres. Lo hacen de una manera secundaria diseñada para ofender. En una sociedad saludable, tratamos de afirmar las diferencias sin menospreciar las identidades de los demás.

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Además, los métodos de las Hermanas son contraproducentes. Los derechos LGBTQ han progresado tanto durante la última década porque los miembros de esas comunidades han mostrado su propia dignidad, no porque hayan denigrado la dignidad de los demás.

Los Dodgers se equivocaron al honrar a un grupo que deshonra los uniformes de otras personas y los compromisos sagrados que representan esos uniformes. Pero ese no es mi verdadero problema con los Dodgers. Mi verdadero problema es que deberían estar en el negocio del béisbol, no en el negocio de la guerra cultural. Cuando cruzan ese límite, están erosionando algo fundamental para una sociedad saludable.

El espectáculo es la esfera que logra la excitación pública a través del combate público. Las Hermanas de la Perpetua Indulgencia realizan activismo en forma de espectáculo. El objetivo del espectáculo no es resolver diferencias; es para llamar la atención. En el espectáculo prosperas ofendiendo a la gente. Se premia el narcisismo, se prohíbe la humildad. Inflamar el odio es parte del plan de negocios.

Otra era

El béisbol existe en el ámbito del deporte, pero no del espectáculo. Los jugadores compiten para emocionar a los fanáticos y honrar el juego, no para humillar u ofender a sus oponentes. El béisbol está entretejido en muchas de nuestras vidas porque es esa esfera donde se desarrollan los sueños de la infancia y se crean recuerdos para toda la vida, donde las comunidades se unen en el triunfo y la decepción.

Cuando los Dodgers abrazaron el espectáculo de la guerra cultural, aunque sea un poco, erosionaron la integridad de su esfera. Personalmente, creo que es genial que los equipos honren a grupos en su base de fanáticos, como en la Noche del Orgullo o la Noche de la Herencia Hispana; pero creo que está mal que los equipos honren a las organizaciones que ridiculizan a otros grupos en su base de fans.

Es un recordatorio para el resto de nosotros. A cada uno de nosotros se nos ha encomendado proteger una esfera u otra, una confianza que violamos cuando nos convertimos en hermanos y hermanas en la guerra cultural, demostraciones de autocomplacencia perpetua.

David Brooks  es columnista de The New York Times.

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