Putin no puede retroceder
El teórico de la ciencia militar Carl von Clausewitz dijo célebremente que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La invasión rusa de Ucrania es la continuación de la política de identidad por otros medios.
No sé ustedes, pero los textos de los expertos en relaciones internacionales no me han resultado muy útiles para entender de qué se trata esta crisis. En cambio, los textos de especialistas en psicología social han sido de gran ayuda.
Esto se debe a que Vladimir Putin no es un político convencional de una potencia mundial. En esencia es un emprendedor de la identidad. Su gran logro ha sido ayudar a los rusos a recuperarse de un trauma psíquico —las secuelas del fin de la Unión Soviética— y darles una identidad colectiva para que sientan que importan, que su vida tiene dignidad.
La guerra en Ucrania no se trata tanto de un territorio, se trata más bien de estatus. Putin invadió para que los rusos sientan que otra vez son una gran nación y para que él mismo sienta que es una figura mundial de la historia, algo así como Pedro el Grande.
Quizá deberíamos ver esta invasión como una modalidad fúrica de la política de identidad. En los primeros años de su régimen, reconstruyó la identidad rusa. Reivindicó aspectos del legado soviético como algo de lo que sentirse orgulloso. En general, su visión de la identidad rusa giraba en torno a él. Al ostentarse en el escenario mundial como una figura poderosa, lograba que los rusos se sintieran orgullosos y parte de algo grande. Vyacheslav Volodin, entonces jefe de gabinete adjunto del Kremlin, supo captar la mentalidad del régimen en 2014: “Hoy no hay una Rusia sin Putin”.
Esta gran estrategia parecía justificarse plenamente ese año con la exitosa invasión de Crimea. Una vez recuperado este territorio, Rusia podía pavonearse otra vez como una gran potencia. Cada vez más, Putin se presentaba a sí mismo no solo como un líder nacional, sino como un líder de la civilización, que encabezaba las fuerzas de una moral tradicional contra la depravación moral de Occidente.
Pero todo se ha salido de control. La política de identidad de Putin es tan virulenta porque es muy narcisista. En este momento, es imposible separar la identidad de Putin de la identidad de los rusos. La pregunta de los mil millones de rublos es la siguiente: ¿cómo reacciona un tipo que se ha pasado la vida luchando con complejos de vergüenza y humillación cuando gran parte del mundo lo humilla y degrada con justa razón? ¿Cómo reacciona un tipo que se ha pasado la vida tratando de parecer poderoso y sagaz cuando cada vez se muestra más débil y miope?
Yo supongo que, al menos durante un tiempo, Putin podrá recurrir a aquel discurso de los rusos de “la fortaleza sitiada”: Occidente siempre nos acecha. Pero al final siempre ganamos.
Ha habido indicios de que Putin a lo mejor está dispuesto a llegar a un acuerdo y retirarse de Ucrania, pero eso sería sorprendente. Destruiría la hinchada y frágil identidad personal y nacional que ha estado construyendo todos estos años. En general la gente no hace concesiones cuando su identidad está en juego.
Mi temor es que Putin solo conoce una forma de enfrentarse a la humillación: culpando a los demás y desquitándose con ellos. Hace un par de años, mi colega Thomas L. Friedman escribió una columna premonitoria sobre la política de la humillación en la que citaba a Nelson Mandela: “No hay nadie más peligroso que alguien que ha sido humillado”.
Putin se provocó esta humillación a sí mismo y a su país. Hablando como alguien que admira profundamente tantas cosas de la cultura rusa, creo que es un crimen enorme que una nación con tantas vías hacia la dignidad y la grandeza haya elegido la que conduce tan vilmente a la degradación.
David Brooks es columnista de The New York Times.