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No quieren parar la guerra

SIMPLE Y CLARO

En estos momentos se libra una guerra en Ucrania y Europa junto a Estados Unidos no la pueden parar. Hay civiles muertos, ataques a hospitales, centros comerciales, falta de alimentos, miles de refugiados que se reparten por el mundo y los poderosos no pueden detener la barbarie que significa la guerra, ni pueden solucionar los problemas que conlleva un conflicto bélico, no pueden o no quieren.

Asimismo, todos los días mueren por hambre miles de personas en África, Asia y América principalmente, y los países más poderosos no pueden solucionar ese problema. No pueden, no quieren o es que el hambre, la pobreza, les sirve para alimentar la maquinaria que mueve su industria, su burocracia, sus fuentes de empleo, el sistema que se mantiene gracias al desequilibrio, a la inequidad.

En un mundo más igualitario los poderosos perderían poder, podrían fácilmente ser sucedidos por los que ahora son menos beneficiados. En una sociedad más equilibrada en el reparto de la riqueza, los poderosos no serían el modelo inalcanzable al que aspiran, serían como todos.

La guerra en el continente con mayor riqueza, con mejores índices de desarrollo, como es Europa, se traduce en subir la producción, la venta y la compra de armas. En mentes perversas este es el método más rápido y seguro de reactivación económica después de dos años de pandemia. Por algo Europa, estos últimos años se convirtió en el mayor importador de armas en el mundo, según el informe anual del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), siendo Estados Unidos el mayor proveedor de armamento a nivel mundial.

El poder, venga de donde venga, se alimenta del conflicto, de las desigualdades, de las injusticias. Decide sobre el destino de los menos favorecidos pretendiendo ser generoso en el reparto de las dádivas, callando, ocultando que la riqueza es para sí y la limosna para los demás. Mientras tanto los de este lado del mundo, como meros espectadores, voraces consumidores de redes sociales, cumplen a cabalidad el papel de transmisores de información sin discriminar la verdad de la mentira, esa es la otra parte de la guerra, del conflicto, de la desigualdad, donde unos manejan los hilos y otros son las marionetas.

Desde esta parte del mundo puestos a pensar quién es quién, si el dueño de los hilos o el muñeco que se mueve a gusto y sabor del titiritero, lastimosamente no hay dónde perderse. Sin embargo, todavía queda la posibilidad de darse cuenta de lo que en realidad está pasando en el teatrín donde se desarrollan las escenas, no para suicidarnos como Stefan Zweig, por no ver cómo el mundo se destruye a sí mismo, sino para, de vez en cuando, enredar los hilos de la marioneta y advertirle al que los maneja que también podemos darle un susto y sorprenderlo con una maroma no planificada de desobediencia, de desacuerdo.

Lucía Sauma es periodista.