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Espejito, espejito, quién tiene más poder

Virtud y fortuna

Las turbulencias en el oficialismo continúan, hay un festival de especulaciones, lo más probable es que, en realidad, nadie sepa demasiado de lo que está pasando en el hermético mundo del masismo. Sin embargo, el problema grave es quizás otro, ese partido parece obnubilado por su propia imagen, como si todo girara en torno a ellos y sus dramas, preocupándose poco de los cambios en la sociedad y particularmente en los electorados populares que les dieron lealmente su apoyo.

La telenovela politiquera de los desgarros internos del oficialismo está cansando. Francamente, frente a los falsos afanes de Cuéllar y compañía, está más sabroso preocuparse si al final la “suncha ojos” será perdonada por su ofuscación, si Los Brothers se harán más famosos que la María, o al verres, con el digipidiripi o si el éxito de la Poopó en Dubái augura un Gran Poder post COVID esplendoroso. Y si alguien no sabe de lo que estoy hablando, es que no vive en la Bolivia realmente existente.

Hace un mes, en una columna llamaba la atención sobre la degradación de las tensiones internas en el oficialismo. No tanto por la confrontación legítima y hasta sana de corrientes ideológicas o incluso de pulsiones entre renovación y tradición, sino por algunas de sus formas que denotaban la pérdida de confianzas internas y el respeto entre compañeros que son la base de la cohesión de cualquier grupo. Pero, como supongo que diría uno de los personajes del actual drama: “el puchichi ese reventó nomás”. Las escenas de estos días son una ratificación de esa deriva.

Tampoco me parece que el espectáculo tenga un desenlace rápido ni necesariamente en el sentido de los sueños de los opositores y medios que consumen su vida escrutando y pensando mal en lo que hizo, hace o hará Evo. El poder es un poderoso pegamento y a veces los chillidos y amenazas de salirse del marco son maneras de proteger su pequeño espacio de influencia a la espera de ampliarlo. Para qué salirse del boliche si al final lo que quieres es ser uno de sus dueños. Es decir, al tiempo, la cosa será más clara recién en 2024, cuando habrá que ir decidiendo.

Desde mi perspectiva, estos correteos ilustran otro problema, mucho más complejo que su dificultad de lograr una gobernanza equilibrada o un acomodo de poderes que satisfaga más o menos a todos los involucrados. Se trata de la tendencia de la principal fuerza política del país de ocuparse demasiado de sus propios problemas y de suponer que el apoyo social que les favoreció es eterno y sin condiciones. Ese no es un vicio extraño, es propio de las formaciones sociopolíticas que ejercen poder por mucho tiempo o que están encerradas en paradigmas ideológicos dogmáticos. Yo me voy más por la primera opción en el caso de los masistas. Estás en el centro del sistema tanto tiempo que al final crees que tú solito eres el sistema, grosero error.

La mayor virtud del MAS primigenio, a inicios de este siglo, cuando Evo y los masistas no eran percibidos como políticos tradicionales, fue su capacidad de entender y responder a las esperanzas, indignaciones y ambiciones de una sociedad que exigía cambio y que se había transformado en los 20 años de la democracia pactada. Por eso el MAS nunca perteneció a la izquierda esterilizada por sus dogmas, era una criatura política mutante, adaptativa a la sociedad que estaba emergiendo. Esas comprensiones básicas les dieron centralidad durante casi dos decenios.

La pregunta hoy es si entienden su propia obra transformadora, si reconocen a sus hijos e hijas que nacieron en estos 15 años. Lo que sí está claro es que, para muchos de ellos, Evo y el masismo son casi lo único de la política que conocieron en sus vidas, gran logro, pero también qué aburrido. Ellos son ya, les guste o no, la expresión del poder, de la tradición. Frente a eso, confiarse únicamente en el inmenso desubique y clasismo de las derechas para atraer esas adhesiones y mantenerse es una ruleta rusa.

El lema debería ser, pues, renovarse a toda costa, pero no necesariamente en términos de la edad de sus dirigentes, porque a veces hay más jóvenes conservadores que viejos innovadores, sino en ideas, en lecturas imaginativas de la nueva sociedad que ellos ayudaron a emerger pero que cada día los ve lejanos, obnubilados con su imagen: “espejito, espejito, dime quién es el más bonito y con más poder”.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.