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Timy, el caracol

La A amante

Día Internacional de la Mujer. Antiguas oficinas de LA RAZÓN en Auquisamaña. La asistente de Dirección en ese momento era una mujer inolvidable: casi siempre de buen humor, ordenada en sus tareas, alta, guapísima, ojos enormes y francos, sonrisa siempre a mano, todavía me parece escuchar el tono de su voz. Llama un colega para hablar conmigo y esta misk’isimi, antes de pasarme la llamada, le dice: “¿No me vas a felicitar?” Rápido en sus reacciones, el periodista le retruca: “¿Acaso tú eres internacional? Tu jefa, con suerte”. Cada 8 de marzo recuerdo con agradecimiento a mi compañera de trabajo y vuelvo a reír. Y como estamos con la cola de marzo todavía en nuestras manos, destaparé dos historias sobre mujeres que hoy habitan esta casa periodística.

Una es Cynthia. Asistente de Dirección, Asistente de Gerencia, receptora de todos los pedidos del mundo, salvadora de las urgencias de Redacción, guardiana de las actas de directorios, memoria de la empresa, organizadora de los cumpleaños, mirada de paz en tiempos de guerra, paciencia de chinos. Es, además, mamá de la gatita Cloe que, como buen ejemplar siamés, tiene ojos bizcos que le dan identidad y cierto atractivo. Se lució públicamente cuando su retrato salió en la contraportada del suplemento de LA RAZÓN, Como perros y gatos. Por lo visto la fama se le subió a la cabeza. Semanas después, Cloe se había ido de casa. Cynthia era una embajadora de la tristeza; justo comentaba días atrás que la gata se había vuelto su sombra y que dormía pegada a su pecho. Semanas de buscar, llamar, alertar en redes y sufrir con las inclementes lluvias de marzo. La contacté con una amiga que se comunica con los animales y confirmamos que la fugitiva estaba viva. A seguir sufriendo. “¿Apareció?” era la pregunta de cada mañana. Nada. Y nada. Hasta el gran 21 de marzo: que la vecina la vio, que se fue hacia el cerro, que es, que no es, que los milagros existen. Suena el teléfono y la voz quebrada de mi compañera anuncia el retorno de Cloe. La alegría nos recordó que todo es posible. Su emoción me confirmó que Cynthia tiene la cabeza en su lugar y el corazón en pleno funcionamiento. Por eso lamentamos, como equipo, que marzo sea el punto final de casi veinte años trabajando en esta empresa periodística. De repente ella es como Cloe y en algún momento su mirada celeste vuelve a acompañar los días y sobre todo las noches de este entrañable barco de la montaña.

Otra compañera de nuestra casa que me hizo pensar en las esencias femeninas es Karen. Pertenece al equipo de gerentes pero su vocación es más bien la magia. Hay que ser maga para lograr recaudar cuando más lo necesitamos. Hay que ser maga para cabalgar al mismo tiempo sobre nuestros compromisos bancarios, la compra de materia prima, los arreglos de la tubería que volvió a fallar o el pago urgente de los salarios. Y contrariamente al estereotipo que se tiene de una gerente, Karen no pierde el buen talante, la risa colegiala, la permanente referencia a las películas animadas que mira el fin de semana. O sea, garantía de profesionalismo y seriedad. Hace como una semana viajamos a Santa Cruz para hacer dos programas Piedra, papel y tinta, coordinar con nuestro equipo periodístico en el oriente y supervisar asuntos administrativos. Pasamos una noche lejos del Illimani y eso significó para Karen una operativa compleja. Había que administrar la agenda Santa Cruz, controlar las tareas de La Paz y monitorear el hogar, dulce hogar. En las conversaciones de avión reímos como pepinos: el esposo y los tres hijos de Karen se quedaron “encerrados afuera”, como dice la metafísica popular. Ninguno sacó la llave de la casa y al final de la tarde la gerente Karen seguía la resolución del caso desde el aeropuerto. Lo mejor sucedió en el taxi que nos llevaba al hotel. Interrumpíamos nuestra planificación con las llamadas a casa. Yo, a mi hijo, para saber si le salió bien su sándwich para el colegio. No se acordó que su madre había comprado queso laminado y jamón. “Tranquila, hice un revuelto de huevo”. Karen, a su hijo menor, las recomendaciones del día y el último y subrayado pedido: “hazme un favor, dale agua al Timy”. ¿Timy es tu caracol?, pregunté. Y sí. Me acordé de Timy, un caracol que Karen y sus hijas encontraron en alguna acera. Un caracol con el caparazón rajado que fue adoptado hace ya dos años. Un caracol al que no le faltará su hoja de lechuga ni su agua mientras una guerrera como mi compañera esté a cargo.

Cloe y Timy están a salvo. El periódico está en las mejores manos. Viva marzo y sus mujeres internacionales.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.