Villarroel o la historia repetida
Walter Benjamin acude al Ángel de la Historia para decir que su rostro está vuelto hacia el pasado. O sea, “donde nosotros percibimos una cadena de hechos, él solo ve una única catástrofe que sigue acumulando derrumbe tras derrumbe y los apiña a sus pies”. Esta idea de este filósofo alemán está asociada a que la historia tiende a repetirse, especialmente, la tragedia de los oprimidos. Quizás, esta aura benjaminiana inspiró al extinto historiador Gustavo Rodríguez, que en sus últimos días de vida decidió militantemente escribir el libro Villarroel, Un anhelo truncado.
Ciertamente, este libro recientemente publicado da cuenta que la historia parece no ser lineal, y más bien es circular, esa historia retorna martillando la memoria. Rodríguez si bien se concentra en la figura del expresidente Gualberto Villarroel —ahorcado en el faro de la plaza Murillo por sectores políticos y sociales alentados por sectores conservadores, en 1946—, empero, fiel a su estilo historiográfico, hace una historia social. Villarroel concentra —simbólicamente, diríamos— toda esa energía movilizadora de los sectores populares —obreros, mineros e indígenas/campesinos— que, luego, René Zavaleta llamaría el bloque nacional-popular.
Ese momento de alta polarización —al parecer es una constante— que vivía Bolivia se sintetizaba en dos polos: la elite oligárquica (minera/feudal) y el bloque popular (minero/indígena-campesino). Obviamente, Rodríguez da cuenta que no se puede comprender la irrupción del gobierno de Villarroel sin la masacre de Catavi perpetrada contra los mineros —al igual que todas las masacres a mineros e indígenas—, que tenía el propósito político de disciplinar a éstos, pero resultaron con el efecto adverso: sirvió para la acumulación de la conciencia de lucha.
El libro y la historia no se acaba con el capítulo del asesinato de Villarroel provocado por una tramoya golpista armada en alianza entre los sectores conservadores de la derecha y la izquierda radical —Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR) y el Partido Obrero Revolucionario (POR) —, algo parecido sucedió en los prolegómenos del golpe de Estado en Bolivia, en 2019, sino que continuó con las movilizaciones de los sectores proletarios/mineros y las asonadas indígenas/campesinas que, luego, desembocarían en la revolución nacionalista del 9 de abril de 1952.
Esta publicación, además, explora el papel de la prensa oligárquica de la época —Los Tiempos, El Diario y La Razón— que recurrentemente tildaba a Villarroel como “dictador”. Allí también —en palabras del historiador— se juega esa idea que no es un golpe de Estado y que es una algazara popular. Claro, no fue un golpe de Estado clásico en el sentido de un pronunciamiento militar, pero lo dejaron solo a Villarroel a merced de la turba. Según sus pesquisas, Rodríguez concluyó taxativamente: fue un golpe de Estado. En todo caso, el factor militar —como aconteció también en 2019— fue decisivo para los afanes golpistas.
¿Por qué Rodríguez dedicó sus últimos días a escribir este episodio dramático de la historia de Bolivia? Él mencionaba constantemente que se adentra en el pasado, a partir de las angustias del presente. En el momento que escribía o culminaba el libro, esa angustia eran días posgolpe de Estado de 2019. Quizás, aquí está no solamente el valor historiográfico de este libro sobre Villarroel, sino su significación política: la historia se repite. Entonces, rescatando esa aura del Ángel de la Historia, Rodríguez insistía: “Somos militantes del pasado para intervenir en el presente”.
Yuri Tórrez es sociólogo.