Orden y naturaleza
Si nos atenemos a la distinción que hacían algunos griegos entre las nociones de physis y nomos, o entre el orden que proviene de la naturaleza y el que es establecido desde la genialidad de nuestra especie, podemos caer en el error de contraponer ambos sentidos hasta hacerlos casi antagónicos, y derivar de ello que las instituciones y normas que regulan nuestra vida son creaciones artificiales y, hasta cierto punto, falsas.
Tal distinción opera en cierta forma de anarquismo libertario que considera la libertad individual como última razón de ser de la política, que se sobrepone a todos los demás aspectos de la vida social o de los intereses colectivos y que refuerza la idea de que es la suma de egoísmos lo que permite el buen funcionamiento de la sociedad. Posición que hoy es defendida por algunos mal llamados liberales en Bolivia, quienes intentan pasar por originales y provocadores con argumentos provenientes del siglo XIX, pero que pueden ser fácilmente desmentidos cuando se consideran los desastres provocados por el modelo neoliberal durante los años 90 del siglo pasado.
Si partimos, por otro lado, de una comprensión del ser humano como uno esencialmente político y social (dos facetas inseparables entre sí en el pensamiento griego), es decir, que no puede sobrevivir fuera de la comunidad de su misma especie y que encuentra la realización de su ser justamente en ese contexto, veremos entonces a las instituciones y el surgimiento del propio Estado como fenómenos casi naturales de la vida en sociedad. Tal es la concepción aristotélica del ser humano, desarrollada en las primeras páginas de su obra La Política.
En dicho texto se explica que la Polis, que hoy podríamos equiparar de alguna forma con el Estado moderno, es el resultado inevitable de la agregación de varios hogares o unidades familiares en una comunidad y de varias comunidades en algo más grande que, para funcionar, requiere necesariamente de ciertas reglas, es decir, de ciertas limitaciones a la acción humana, al igual que concepciones mínimas de lo que es bueno y lo que es malo, es decir, de moralidad, que el controvertido filósofo alemán Friedrich Nietzsche rechazaba por ser supuestamente un invento de los débiles para eludir el dominio de los fuertes.
La antinomia entre lo natural y lo artificial es, por lo tanto, falsa, puesto que no existe un solo ejemplo de sociedad de ningún tipo que no haya establecido normas de convivencia obligatorias para sus miembros, jerarquías entre grupos sociales y parámetros para la asignación de recursos y oportunidades, desde las más sencillas hasta las más complejas. La tendencia hacia el establecimiento de determinado tipo de instituciones es tan generalizada en la historia de nuestra especie que se podría decir que es casi una ley natural que el ser humano busque imponer orden al caos.
Sin embargo, no han sido pocas las veces en la historia que el caos se presentó a sí mismo como una forma de orden, limitando los derechos de muchos para permitir la arbitrariedad de pocos, como sucedió, por ejemplo, con el régimen de facto de Jeanine Áñez, que impuso un Estado de excepción para disponer la eliminación política y física del sujeto indígena originario campesino a través del Decreto 4078, que legalizaba el genocidio, y que pretendió prorrogar indefinidamente por medio de una cuarentena más militar que sanitaria so pretexto del COVID-19.
Para demostrar el carácter disruptivo, desinstitucionalizante y caótico de su presidencia, deberían bastar las dos masacres y los asesinatos selectivos denunciados por la comisión del GIEI, pero también nos sirven como ejemplos ilustrativos de su criminal desorden los numerosos casos de corrupción perpetrados en tiempo récord por aquellos que se llenaban la boca con conceptos como Estado de derecho, democracia e institucionalidad, mientras se hacían de la vista gorda frente a un grupo de personas que utilizaban los aviones del Estado como taxis personales, al estilo Carolina Ribera, quien debería ser juzgada junto a su madre.
¿Qué otra cosa podría derivarse de un golpe de Estado que no sea caos? Un golpe de Estado es, por definición, la ruptura del orden institucional, que no sucede por decreto, sino de jure. Por ello, aquellas posiciones que reclaman reconocer la presidencia de Áñez como legítima o constitucional pasan de largo que porque algo sea ilegal no quiere decir que no sea real.
Carlos Moldiz es politólogo.