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Más allá del horario: semana laboral de cuatro días

SERENDIPIA

El tiempo de calidad con la familia es una necesidad urgente, más hoy en día que el dominio de la virtualidad sobre lo cotidiano va en ascenso velozmente. Los altos índices de violencia, la peligrosidad de las redes sociales y los problemas con la salud mental demandan una sociedad más respetuosa y atenta en la crianza. Pero ¿cómo es eso posible si el modelo global de reproducción de la vida es incompatible con la crianza? Está claro que las políticas públicas tienen capacidad performativa en este ámbito, por ejemplo, con el diseño de los horarios para las jornadas laborales.

Las condiciones generadas por la pandemia han dado lugar a la instalación del horario laboral continuo, con duración de ocho horas. El Ministerio de Trabajo ha dispuesto la instrucción tanto para el sector público como para el privado. Pero dicha disposición parece haber llegado a su fin. Los partidarios del horario discontinuo han argumentado que con el retorno a la escolaridad presencial en las unidades educativas primarias y secundarias, esta medida debe darse casi de forma natural. El razonamiento responde a la necesidad que tienen las madres y los padres de recoger a sus hijos de las escuelas para poder almorzar con ellos, es decir, en familia.

El horario discontinuo que opera en Bolivia se acomoda, generalmente, dividiendo la jornada de ocho horas en dos partes cada una de cuatro, con un receso para almuerzo de dos horas. Este esquema funciona correctamente en territorios pequeños y/o sin problemas de tráfico vial, por ejemplo, en ciudades como Tarija o Trinidad. Sin embargo, el hecho de que funcione no necesariamente equivale a que sea la mejor opción. En metrópolis como la sede de gobierno, claramente dos horas no son suficientes para cumplir con el objetivo de llegar a recoger niños, almorzar y volver a trabajar.

Pero además existen otras variables a ser consideradas en esta valoración. El alto tráfico vehicular que está íntimamente relacionado con la contaminación ambiental es un factor que ha influido en varias ciudades a la hora de optar por jornadas laborales continuas. De otro lado, la erogación de gasto que significa la movilización de los trabajadores cuatro veces es, obviamente, menos conveniente para las economías familiares que la movilización de ida y vuelta.

Las bondades del horario continuo, entonces, saltan a la vista fácilmente. Poder disponer de horas día para el tiempo de calidad en la crianza, sin lugar a dudas, es una de las mejores inversiones. No debiera ser necesario recordar que las obligaciones para con los menores no son únicamente materiales. Inclusive si las o los trabajadores no son responsables de la crianza de algún menor, tener la potestad de administrar unas cuantas horas al día en función del ocio, el deporte, la cultura o la recreación puede hacer la diferencia para lograr el bienestar. Pero, claramente las bondades de este esquema se desvanecen absolutamente cuando se pasa del horario continuo al “continuado”.

La reproducción de la vida requiere de mucho más que seres autómatas que vivan solo para gastar sus días en sus fuentes laborales. Hoy en día la denominada flexibilidad en los horarios laborales está logrando conciliar de mejor manera la vida laboral con la vida familiar en países como España. De hecho, la semana laboral de cuatro días y 32 horas semanales ya es una realidad en países como Islandia que luego de un plan piloto exitoso entre 2015 y 2019, optó por caminar hacia la generalización de esa política para la función pública. En la esfera privada, Microsoft en Japón determinó ese mismo esquema para sus empleados y la empresa arguye que con éste su productividad creció en hasta un 40% y aumentaron las ventas, a la vez que redujeron los gastos de electricidad y de tinta y papel, entre otros.

Ha pasado alrededor de un siglo desde que la semana laboral se redujo a cinco de seis días y los tiempos actuales demandan una nueva transición lo antes posible. Probablemente no faltarán los escépticos en este debate que sostengan que el movimiento económico depende de la gente asistiendo a sus espacios laborales más días y más horas, tanto error. El médico y político Paul Lafargue — esposo de Laura Marx y yerno de Karl— ya en 1880 escribió El derecho a la pereza, un ensayo magistral debatiendo tópicos similares a éstos.

Bolivia atraviesa un tiempo de grandes avances en lo que se refiere a la ampliación de derechos. No es una locura pensar que pronto pueda instalarse algún programa piloto en el que la semana laboral sea de cuatro días y 32 horas. A la región le vendría muy bien que este país dé las bases de un nuevo paradigma en este ámbito que tanto bien le haría a la vida cotidiana de las y los habitantes.

Valeria Silva Guzmán es analista política feminista. Twitter: @ValeQinaya