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Un bosque lleno de bonsáis

En el catálogo botánico de las reflexiones públicas que tenemos en el país, últimamente vemos que se han ido cultivando y cuidando sin medida ni clemencia unos bonsáis coquetos que, de alguna forma, podríamos decir que enarbolan el criterio social de lo que entendemos por renovación. En lugar de árboles frondosos con troncos fuertes y raíces profundas.

¿De qué hablamos entonces? Recuerdo una frase del historiador Tony Judt cuando le preguntaron qué opinaba por ejemplo de intelectuales trending topic como Slavoj Žižek, decía que éste era “famoso” así como Paris Hilton era famosa… por ser famosa. O su también célebre caracterización de las capillas posmodernas en las que se adoran santos cuyos altares van rotando según coyunturas específicas.

Nosotros no somos ajenos a esto, tenemos algunos ejemplos al respecto cuya órbita gira alrededor de la tendencia de los temas coyunturales; quienes nacieron a la vida pública como personajes que jalaban una imagen intelectual con una vara alta de sus inmediatos predecesores.

Por ejemplo, más que representar una obra política que deje un calado memorable en la población como símbolo de reivindicación femenina, o como un político de peso cuya denominación sería recordada hasta el día de hoy, la señorita Sayuri Loza termina aterrizando en varias pistas en las que un denominador común para hacerlo tiene que ser necesariamente el reconocimiento y el prestigio.

Luego, otra veta explotada por otro personaje bonsaico en nuestro contexto es la que se puso a trabajar la hasta ahora célebre Quya Reyna, polemista con las élites políticas y culturales del país, pero cuya obra no termina de pasar por una moda, en la que ya antes sentó un precedente con varios trabajos analíticos publicados por Carlos Macusaya.

En la acera de la composición sociodemográfica distinta a los ejemplos mostrados antes, encontramos a un bonsái bastante activo en prensa escrita, que al leerlo sin conocerlo, a uno le da la impresión de que es un inmortal que sobrevivió en el mundo por más de 100 años cuando menos, porque la solemnidad y los valores que dice profesar no están al alcance de nadie de nuestra época; tanto que le añadió para más placer aristocrático a su apellido la palabra “De”. Junto a éste, en un plano más del activismo político- partidario encontramos también a alguien mal acomodado en su organización política, porque está demasiado al centro de lo que de verdad es, enviando tuits a tres por hora, cuyo mensaje principal es: soy antimasista y represento eso. No es, soy o busco ser la representación de un nuevo ciclo político partidario.

Antes de acabar la columna, pero especialmente antes de empezar a ser denostado en redes, el espíritu de esta columna no es para nada señalar a alguien porque sea del género femenino, tampoco es porque uno no sea respetuoso con las ideas de los demás, menos aún porque me sienta con la autoridad en los cielos como para señalar a nadie. Simplemente es una caracterización a partir de una preocupación por la desmedida importancia que le damos a la coyuntura y la excesiva aceleración queriendo que nuestros árboles intelectuales crezcan y florezcan de una vez por todas, sin reparar en que los árboles frondosos y con raíces profundas toman su tiempo en hacerlo.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.