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¿Nuestro futuro extractivo?

Virtud y fortuna

Parecería que estamos atrapados en un bucle de tiempo, obligados a repetir las mismas conversaciones y análisis todos los días. Es difícil ver el horizonte, a veces incluso parece una tarea inútil. Sin embargo, detrás del barullo están pasando cosas trascendentales que definirán el entorno en el cual la economía y la política tendrán que desarrollarse los próximos 20 años.

En estos días, en medio de la guerra, el aumento de los precios de las materias primas y el riesgo de un estancamiento económico con inflación en buena parte del planeta, la pregunta del millón para la gente que elabora prospectiva era si esos fenómenos iban a ser transitorios o más bien estructurales.

Es decir, la duda es si la situación volverá a sus cauces “normales” una vez pasada la crisis ucraniana o si este momento es nada más una señal, ya definitiva, del agotamiento del viejo orden liberal y globalizador que se impuso en el planeta desde fines del anterior siglo.

Como siempre, hay argumento en favor o contra esa hipótesis, no hay consenso al respecto. Sin embargo, sí hay, al menos, un par de convicciones bastante fundadas sobre el futuro que nos espera. La primera tendencia tiene que ver con el aumento del precio de la energía y de algunas materias primas, que ya, una mayoría de analistas, consideran que no se revertirá en el mediano plazo.

Las razones no tienen únicamente que ver con la incertidumbre que la guerra y las sanciones económicas que la acompañan están provocando en mercados claves como el petrolero y gasífero, o el de los cereales. Obviamente, esas situaciones agravan la situación y están acelerando los cambios, pero el problema de fondo es el elevado costo de una transición energética, a una matriz en la que la electricidad será preponderante, que implica enormes cambios en las infraestructuras, en industrias masivas como la del automóvil o simplemente en la manera como se construirán de ahora en adelante las viviendas. Eso no será barato, alguien tendrá que pagar la factura.

Pero si eso no fuera suficientemente desestabilizante, la emergencia de grandes conflictos geopolíticos, de los que la aventura de Putin es solo la trágica punta del iceberg, complica aún más el panorama debido a que el acceso a la energía y a algunos de los recursos estratégicos para esa gran trasformación ya no dependerán únicamente de la rentabilidad de su explotación o de los costos de su transporte, sino también de sus implicaciones políticas o de los equilibrios de poder globales o regionales. Sin que haya muerto la globalización liberal, el mundo que viene será más segmentado, menos abierto y la racionalidad política y militar tendrá más involucramiento en el funcionamiento de los mercados.

Para un país, como Bolivia, esta perspectiva tiene evidentes oportunidades, pero, de igual modo, grandes riesgos. Poseemos algunos recursos valiosos para la transición energética, por mencionar algunos de ellos, litio y estaño. Pero su explotación estará asociada posiblemente a definiciones geopolíticas que se deberá ir asumiendo.

Como siempre la cuestión es el papel que se quiere tener en un juego en el que somos un actor relativamente periférico y el beneficio que tengamos, la inteligencia de conseguir navegando en medio de los intereses contradictorios y egoístas de los más poderosos. Es decir, no podemos olvidar nuestra fuerza real, bastante moderada, por cierto, evitando cualquier delirio de grandeza. Realismo y pragmatismo se esperaría, pues. Palabras que a los ideólogos no les agradan.

Es decir, el futuro del país será quizás extractivo por la fuerza de esas poderosas circunstancias. Otra mala palabra, pero así es la vida, qué le vamos a hacer. Tal vez lo más sensato será saber cómo adecuarse mejor a ese mundo y no perder el tiempo en eludir lo inevitable. Habrá que pensar en cómo hacer sostenibles esas explotaciones y quizás aprovecharlas para un segundo momento (pos)modernizador que el país espera. Discutamos. Pero el previo es levantar la cabeza y ver más allá, abandonando la morbosa obsesión por los mismos temas, conflictos y tópicos que algunos vienen repitiendo desde hace cuatro años.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.