Ponerle a la historia horarios de oficina
Este 9 de abril se recuerdan 70 años de —lo que fue— “la Revolución del 52”, gesta heroica del proletariado boliviano contra la “rosca-minero-feudal” que saqueaba la riqueza nacional en detrimento de las grandes mayorías empobrecidas del país.
Es a partir de este hecho y tras la acumulación de fuerzas previas que se gestaron antes, durante y después de la Guerra del Chaco hasta el gobierno de Gualberto Villarroel, que se forjó la conciencia de clase necesaria de lo nacional popular.
Algunos análisis, tanto de politólogos como de diputados, tienden a buscar similitudes entre el Movimiento Al Socialismo (MAS) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Vale la pena estudiar lo que se nos presenta como hechos similares entre ambos partidos, así como entre sus actores.
Era Marx quien decía que los hombres no hacen su historia “a su libre arbitrio, sino bajo aquellas circunstancias, que han sido legadas por el pasado”, y como todo proceso histórico es cíclico, también los actores pueden volver, “algunos como tragedia y otros como comedia…
” Teniendo en cuenta estas premisas, algunos analistas y políticos tratan de ponderar la etapa “centrista” del MNR a modo de fungir de panegíricos del establishment. Entonces, analizaremos esta segunda etapa (1982-2002) del primer partido de masas de Bolivia.
Después del golpe de Estado del general Barrientos, el MNR empezó a concretar lo que se gestaba en el segundo gobierno de Paz Estenssoro, es decir, un partido condicionado por intereses foráneos que ejercían presión y poder en la región. Es aquí donde sucede lo que llamamos la construcción de los gobiernos tapones y los partidos condicionados.
Los gobiernos de facto estaban en el dilema de proscribir a los partidos populares como el peronista en Argentina y el nacionalista revolucionario en Bolivia, por lo cual se necesitaba empujar algunos resortes de dichos partidos para hacerlos más digeribles, y así condicionar su existencia y supervivencia a cambio de que se adecuaran al status quo.
El largo proceso dictatorial que se vivió en América Latina sirvió para endeudar gravemente a nuestros países y, al mismo tiempo, disciplinar a la clase trabajadora que se rebelaba al orden de facto que se imponía por la fuerza.
La etapa del establecimiento (1977-1985) que se denominó como el inicio de la democracia formal y burguesa, “un cambio para que nada cambie” y “democracias viables” como lo concebía Marcelo Quiroga Santa Cruz, es el proceso de transición y entrega del mando militar al mando civil con elecciones fallidas y un golpe sangriento de 16 días de por medio.
Entonces surgió el liderazgo de don Hernán Siles Zuazo al frente de la UDP, instaurando un gobierno para contener a las masas y, al mismo tiempo, legalizar las deudas contraídas por las dictaduras, viabilizando así la institucionalización de la desigualdad.
Un gobierno tapón es esto. Bajo el discurso nostálgico del partido de masas logró, con una táctica envolvente, lo que las dictaduras no pudieron con las armas: instaurar la dictadura del capital mediante la democracia formal. Tanto Alfonsín en Argentina como Hernán Siles en Bolivia, concluyeron la tarea del programa de transición dictatorial previo: legalización de las deudas millonarias con el FMI. Posteriormente, Menem en Argentina y Goni en Bolivia, concluyeron el proceso de privatización.
Ñuflo Chávez Ortiz rescataba esta última etapa del MNR como la capacidad de adaptarse a la historia. En cambio, René Zavaleta afirmaba que el MNR centrista había omitido “todas las experiencias históricas (reemplazando) la Revolución con un desordenado plan de obras públicas”.
Almaraz Paz lo llamó el tiempo de las cosas chicas, “sensatas y realizables”. Otros lo llamamos “ponerle a la historia horarios de oficina…”
Nicolás Melendres es politólogo y maestrante de la FLACSO.