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Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 03:28 AM

Ponerle a la historia horarios de oficina

/ 9 de abril de 2022 / 02:50

Este 9 de abril se recuerdan 70 años de —lo que fue— “la Revolución del 52”, gesta heroica del proletariado boliviano contra la “rosca-minero-feudal” que saqueaba la riqueza nacional en detrimento de las grandes mayorías empobrecidas del país.

Es a partir de este hecho y tras la acumulación de fuerzas previas que se gestaron antes, durante y después de la Guerra del Chaco hasta el gobierno de Gualberto Villarroel, que se forjó la conciencia de clase necesaria de lo nacional popular.

Algunos análisis, tanto de politólogos como de diputados, tienden a buscar similitudes entre el Movimiento Al Socialismo (MAS) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Vale la pena estudiar lo que se nos presenta como hechos similares entre ambos partidos, así como entre sus actores.

Era Marx quien decía que los hombres no hacen su historia “a su libre arbitrio, sino bajo aquellas circunstancias, que han sido legadas por el pasado”, y como todo proceso histórico es cíclico, también los actores pueden volver, “algunos como tragedia y otros como comedia…

” Teniendo en cuenta estas premisas, algunos analistas y políticos tratan de ponderar la etapa “centrista” del MNR a modo de fungir de panegíricos del establishment. Entonces, analizaremos esta segunda etapa (1982-2002) del primer partido de masas de Bolivia.

Después del golpe de Estado del general Barrientos, el MNR empezó a concretar lo que se gestaba en el segundo gobierno de Paz Estenssoro, es decir, un partido condicionado por intereses foráneos que ejercían presión y poder en la región. Es aquí donde sucede lo que llamamos la construcción de los gobiernos tapones y los partidos condicionados.

Los gobiernos de facto estaban en el dilema de proscribir a los partidos populares como el peronista en Argentina y el nacionalista revolucionario en Bolivia, por lo cual se necesitaba empujar algunos resortes de dichos partidos para hacerlos más digeribles, y así condicionar su existencia y supervivencia a cambio de que se adecuaran al status quo.

El largo proceso dictatorial que se vivió en América Latina sirvió para endeudar gravemente a nuestros países y, al mismo tiempo, disciplinar a la clase trabajadora que se rebelaba al orden de facto que se imponía por la fuerza.

La etapa del establecimiento (1977-1985) que se denominó como el inicio de la democracia formal y burguesa, “un cambio para que nada cambie” y “democracias viables” como lo concebía Marcelo Quiroga Santa Cruz, es el proceso de transición y entrega del mando militar al mando civil con elecciones fallidas y un golpe sangriento de 16 días de por medio.

Entonces surgió el liderazgo de don Hernán Siles Zuazo al frente de la UDP, instaurando un gobierno para contener a las masas y, al mismo tiempo, legalizar las deudas contraídas por las dictaduras, viabilizando así la institucionalización de la desigualdad.

Un gobierno tapón es esto. Bajo el discurso nostálgico del partido de masas logró, con una táctica envolvente, lo que las dictaduras no pudieron con las armas: instaurar la dictadura del capital mediante la democracia formal. Tanto Alfonsín en Argentina como Hernán Siles en Bolivia, concluyeron la tarea del programa de transición dictatorial previo: legalización de las deudas millonarias con el FMI. Posteriormente, Menem en Argentina y Goni en Bolivia, concluyeron el proceso de privatización.

Ñuflo Chávez Ortiz rescataba esta última etapa del MNR como la capacidad de adaptarse a la historia. En cambio, René Zavaleta afirmaba que el MNR centrista había omitido “todas las experiencias históricas (reemplazando) la Revolución con un desordenado plan de obras públicas”.

Almaraz Paz lo llamó el tiempo de las cosas chicas, “sensatas y realizables”. Otros lo llamamos “ponerle a la historia horarios de oficina…”

Nicolás Melendres es politólogo y maestrante de la FLACSO.

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Reforma o revolución de la justicia

No solo tenemos un código penal aprobado durante un gobierno de facto, sino también uno civil.

Bolivia reforma su justicia desde hace al menos 30 años; por supuesto con avances y retrocesos; el punto hoy día es continuar, acelerar.

Por Nicolás Melendres

/ 16 de abril de 2023 / 06:15

DIBUJO LIBRE

Quedan pocos días para que los “juristas independientes” presenten sus firmas al Órgano Electoral Plurinacional (OEP), para pedir que se abra la posibilidad constitucional de una “reforma” de la justicia. Sin embargo, no queda claro qué es lo que se pide o pretende reformar de la misma. El problema de este tipo de “iniciativas” políticas es que muchas veces, si no todas, es para ejercer una vieja práctica del ámbito político que se conoce como el gatopardismo: cambiar todo para que nada cambie.

Cuál es, entonces, el verdadero problema y la verdadera finalidad de quienes en la actualidad estarían pidiendo una supuesta “reforma de la justicia”. No olvidemos el contexto en el que se pide este cambio estructural: prisión de los involucrados en los casos Golpe de Estado I y II. Llama la atención que en este grupo de “activistas” existan docentes universitarios que tienen la potestad de inocular su ideología en universidades públicas.

Es necesario recapitular cómo era el antiguo sistema judicial y en qué se diferencia con el vigente.

En el antiguo sistema político “republicano” había un sistema de elección de magistrados judiciales en el que se ejercía la “democracia pactada”; es decir, los partidos políticos se ponían de acuerdo para hacer la selección de los mismos; es decir, los cargos de la administración judicial del país eran “cuoteados” por los partidos. Habría que preguntar a los “juristas independientes” si sus verdaderas intenciones son retornar a ese sistema.

Con la nueva Constitución se modificó el sistema de elección de magistrados y se le dio la potestad al pueblo boliviano de conocer y elegir a los administradores de justicia del país, previo filtro de la Asamblea Legislativa, compuesta por partidos políticos. Es decir, se habría “democratizado” la forma de selección de los jueces.

La pregunta que debemos hacernos es si esta modificación que hubo del sistema de elección modificó nuestras vidas, y si una reforma del mismo sistema para volver al antiguo mejoraría o cambiaría en algo nuestro transcurrir de los días.

Cada vez es más claro que la “reforma judicial” que se plantea, se circunscribe e incumbe más a las élites políticas que al ciudadano común.

Una verdadera reforma de la justicia no solo plantearía un cambio de la forma de selección de los administradores de la justicia, sino una revolución de la aplicación de la misma. Por ejemplo, hace poco se conoció que el responsable de la muerte de una madre por conducir en estado de ebriedad solo recibiría 8 años de cárcel como máximo, lo que generó una extendida indignación; al mismo tiempo, hace pocos días un turista de un país donde el consumo de marihuana es legal y forma parte de su cultura, fue condenado a 10 años de prisión por detentar una cantidad mínima para su propio consumo en Bolivia.

Este tipo de problemas tiene que ver con el sistema penal boliviano, regulado por una ley promulgada en la dictadura de Hugo Banzer, o por otra aplicada a petición de la intervención extranjera para contener políticamente a una región productora de coca. Justos pagan por pecadores, dice un dicho.

No solo tenemos un código penal aprobado durante un gobierno de facto, sino también uno civil. Habría que preguntarse si los mismos responden a las demandas de la tan cambiante sociedad en la que hoy vivimos; por ejemplo, el tema del aborto, polémico y muy poco abordado desde el ámbito jurídico. Podríamos decir que incluso el Código Santa Cruz es mucho más “liberal”, por no decir “progresista”, respecto a la actual ley (aprobada en 1976) que regula la relación entre las personas y las cosas.

Por último, tenemos un sistema legal administrativo demasiado entrampado, donde un paso en falso impide a cualquier autoridad administrativa servir de la mejor manera y voluntad en favor del país. Si bien leyes, como la Marcelo Quiroga Santa Cruz, buscaban castigar la corrupción en la función pública, penalizan cualquier actividad que busque el normal desenvolvimiento del servicio estatal en favor de la ciudadanía en general.

Estos ejemplos, entre otros, como la pérdida de la presunción de la inocencia en algunos ámbitos jurisdiccionales, sino en todos, han hecho de nuestro sistema judicial un entramado penal donde existen leyes que violan incluso convenios internacionales, que protegen los derechos de los individuos in bonam partem (cuando el resultado del análisis es más favorable al condenado) para cualquier tipo de persecución con fines inquisitivos que haya prescrito. Prerrogativas que son violadas por dogmas que se nos presentan “progesistas”, pero que no logran el fin que dicen tener; al contrario, sirven para perseguir, incluso políticamente, aplicando el maleus meleficarum, que significa instalar una emergencia en la sociedad para justificar aprehensiones en función del poder.

Una verdadera reforma no buscaría solo una reforma, buscaría una revolución de toda la justicia. Incluso desde las aulas de la universidad, donde se enseñan dogmas vetustos, sin reflexión alguna, donde los estudiantes no se cuestionan la parte reflexiva de la ciencia jurídica, sino que repiten las leyes como si fueran el Corán. Esto establece una lógica en los futuros juristas: terminan pensando que al fabricar más leyes solucionaran los problemas de la sociedad, cuando la realidad nos demuestra que tenemos una sobrecarga legislativa, contradictoria, de poca efectividad y que si se aplica no logra sus verdaderos fines.

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Los “juristas independientes” en vez de criticar a presidentes como Nayib Bukele, deberían ponderarlo por crear nuevas y grandes cárceles que no solo evitan el hacinamiento de las prisiones, sino que brindan condiciones más salubres para los mismos reos. Dicen defender los derechos humanos de los detenidos; sin embargo, no les interesan los derechos de las víctimas de los reos.

Cuando se pretendió reformular los códigos redactados en el régimen dictatorial de Banzer, se erigió una conspiración para impedirlo. Esto explica que hasta hoy en nuestro sistema penal un joven de 16 años es imputable, pero, según el sistema civil, no es sino hasta los 18 años que no es capaz de obrar por cuenta propia.

Esperamos que nuestros futuros juristas y destacados estudiosos del derecho puedan debatir estos temas antes de llevarlos al plano de la disputa política. Tenemos buenos cientistas de la justicia, solo tienen que salir de las cuevas donde están escondidos.

(*)Nicolás Melendres es politólogo.

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Discursar en verso y gobernar en prosa

/ 15 de agosto de 2022 / 00:04

En un reciente artículo publicado por un colega da entender que la gestión de una autoridad municipal pasó de la calle al escritorio y que, por el contrario, la gestión del Gobierno nacional pasó del escritorio de la gestión a la “calle” de la política. Dándole de esta manera la imagen de fortaleza.

Si bien es cierto lo que menciona este artículo, creo que hay más cosas que se pueden aportar al análisis de su discurso. Existe un dicho en el que se valora a los discursos de autoridades como acciones “de verso” en referencia al estilo poético de endulzar el oído, y por el otro lado, existirían también las poesías “en prosa”, las cuales se caracterizarían en no tener un ritmo, cadencia y mucho menos rima de contenido, éstas son las acciones concretas-reales, las acciones políticas.

Estas analogías aplicadas al mundo del Estado sirven para entender que existen acciones que no necesitan ser descritas para ejercer una performatividad de la realidad. “Es mejor no hablar de ciertas cosas”, reza una canción de Luca Prodan. Y es en este sentido, creo yo, que se debe reconocer la gestión política del Gobierno nacional en los últimos meses.

El Censo con consenso ha sido una buena consigna para generar el pretexto del pacto y acercamiento con las fuerzas opositoras otrora confrontadas con el polo izquierdo nacional. Es posible construir una democracia pactada cuando existen actores —o en este caso adversarios y no enemigos en el sentido empleado por la politóloga Chantal Mouffe— , cuando están dispuestos a dialogar sin amenazas de por medio.

Por otro lado, cuando existen los extremos del fascismo, pues no hay mucho que negociar, mucho menos dialogar, ya que los métodos de sus representantes acuden a las viejas tácticas del terror para tratar de intimidar al adversario y someterlo a sus caprichos.

Creo sinceramente que este saltar del escritorio a la calle no es solo gestionar en verso y gobernar en prosa, sino también la aplicación de una táctica y estrategia inteligente, con una lectura coherente de la realidad nacional, y sin caer en la falsa narrativa planteada por el adversario.

Ya lo decía por ahí un portavoz de aquellas plataformas que aparecen en algunas radios que a diferencia de anteriores esquemas, éste es de menos bla bla, y por el contrario, de más acciones reales-políticas.

Nicolás Melendres es politólogo.

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