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Cara y cruz del periodismo

La A amante

Érase una vez un reino de medios de comunicación en el que, junto a la Iglesia Católica, se anotaban altos niveles de credibilidad en la población. Pero una mañana de marzo rompieron las ventanas como piedras los resultados del último estudio Delphi de la Fundación Friedrich Ebert. El pasado domingo, el columnista José Luis Exeni puso sobre la mesa las manzanas hechizadas que quedaron al descubierto frente a la audiencia boliviana: hay cada vez más desconfianza; muchos medios informan desde sus particulares intereses cuando no manipulan la información; más del 80% de las personas consultadas piensan que desde el campo mediático se promueven los enfrentamientos y el conflicto; los medios dejan de ser medios para convertirse en actores políticos. Valía la pena repetir estos insumos para invitar a los colegas periodistas a sacudirnos las penas, los enconos y las malas intenciones. Ir un paso más allá de pregonar el derecho a la libre expresión; respetarla con hechos y ponerle un marco cuando ésta se levanta sobre la cabeza de otros derechos igual de fundamentales. Veamos dos casos de los últimos tiempos.

El primero es Sebastián Moro. Un argentino que cruzó la frontera para hacer periodismo y acompañar, desde sus posiciones, la historia última boliviana. Trabajó para varios medios internacionales. Fue un testigo cercano de los momentos más violentos que desató la elección de 2019. Cubría los hechos desde distintos puntos del país. Sebastián murió después de una evidente persecución durante la instalación del gobierno transitorio de Jeanine Áñez. Volvió el caso en esta semana porque un reportaje que cuenta sus últimos días acaba de ganar el premio Libertad de Expresión a Periodistas de Investigación de la Fundación Espacio Público. La autora de la investigación, Noelia Carrazana, reconstruye el escenario político, social y diplomático que rodea la muerte de Moro. A más de dos años de lo ocurrido, la investigación sigue sin identificar a los culpables. El domingo 10 de noviembre de 2019 ya no lo pudieron ubicar en su teléfono. Lo encontraron más tarde agonizando en su casa del barrio paceño de Sopocachi. ¿Cuántos nombraron a Sebastián en este tiempo? ¿Qué medios, cuántos periodistas se manifestaron por su derecho a hacer periodismo, a expresarse? ¿Quién reclamó tras su muerte? ¿Quiénes exigen investigar la violencia contra este periodista argentino?

La otra cara de la moneda se llama Viviana Canosa. Hace periodismo en el canal de televisión argentino A24. Se la nombró en medios bolivianos por esta perla: “La Matanza tiene un Vicecónsul boliviano (se ríe) que está cortando la Riccheri junto a los ciudadanos bolivianos que usurparon la reserva arqueológica y ¡exigen luz! ¡Los tipos usurparon un terreno y quieren luz! (…) Y el Vicecónsul boliviano de La Matanza usurpó terrenos y aparte quiere que le paguen los servicios, le conecten la luz. Es una cosa… es una joda… Volvete a Bolivia, flaco, y déjate de romper las pelotas. Vicecónsul boliviano en La Matanza. ¡Miren al Vicecónsul con un ramo de flores! ¡La señorita! Tráiganmelo, que le voy a enseñar cómo hay que hacer para pagar los impuestos. Vuélvase a Bolivia, no sea delincuente. Usted chorea una tierra que no es suya y encima quiere… ¡pero qué manera de cagar a la clase media no dejándolos ir a laburar! Somos un rebaño de pelotudos. ¿Cómo nos aguantamos que el Vicecónsul boliviano de La Matanza nos corte la Riccheri porque quiere luz en sus terrenos usurpados?” No leyó en ningún lado, la periodista, que en el conflicto se dice que hay 720 familias (3.000 personas) que viven un promedio de 10 años en este municipio y rechazan que les llamen avasalladores. Canosa tampoco sabe que hay bolivianos que pagan tributos, que poseen un Certificado de Vivienda pero no acceden a agua ni a energía eléctrica. Canosa tampoco sabe de la boliviana que bebe el agua del pozo que ella misma perforó y que vive hace 18 años en Argentina. Canosa no menciona que existe un proceso judicial entre ese municipio y la Administración de Bienes del Estado de Argentina. Canosa no habla del número de familias bolivianas que sí cuentan con documentos al día. Canosa no sabe que Pinaya negó haber participado del famoso bloqueo. Canosa tampoco habló del aporte de las familias bolivianas a la economía argentina. Canosa sí debe intuir que su histriónica interpretación es tierra fértil para reacciones del tipo “Es una periodista que no le teme a los Kirchner y dice lo que tiene que decir”. Más leña al fuego de la crisis de este reino mediático que necesita menos periodistas muertos por ejercer el oficio y más periodistas dispuestos a mirar un poquito más allá del tweet de la tarde o un poquito más allá de su respingada nariz.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.