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9 de abril: 70 años después

Mi testimonio presencial de esa memorable jornada que cambió la historia de Bolivia se inició a las 06.00 del miércoles 9 de abril, cuando nos concentramos en el atrio de la UMSA los dirigentes de estudiantes de secundaria, ya comprometidos en los trajines conspirativos del MNR. Allí junto a los universitarios que habían pernoctado en las aulas nos distribuimos diversas tareas, orientados por el comando movimientista: unos se dirigían a tomar radio Abaroa, en la plaza del mismo nombre, varios opinaban la ocupación inmediata del diario rosquero La Razón que quedaba en El Prado, otros coreaban “al arsenal” y se encaminaban hacia la plaza Antofagasta. Horas más tarde llegaron las armas: viejos fusiles Mauser, un par de ametralladoras y unas cuantas bazucas. Prontamente, se instaló una metralla en el piso 11, para controlar desde esa altura la colina de Laikacota y detener el avance de los cadetes del Colegio Militar.

El caldo de cultivo para la insurrección popular comenzó a gestarse el 16 de mayo de 1951, cuando se instauró una junta militar desconociendo el triunfo electoral del binomio Víctor Paz Estenssoro-Hernán Siles Zuazo, en golpe que se denominó como “Mamertazo”. La masa de combatientes fue creciendo con la incorporación de obreros fabriles, empleados, carabineros y estudiantes.

Eran momentos de honda emoción y suspenso. El tráfico se tornó inexistente y cualquier vehículo que se atrevía a transitar era inmediatamente requisado. Los ecos del tableteo de las ametralladoras y de cuando en cuando de estridentes bombazos nos hacían vivir instantes de batalla casi cinematográficos. Pocos obedecían, todos comandaban. Los enfrentamientos prosiguieron toda la noche. El jueves 10, la zona de Sopocachi amaneció entre fuego cruzado. Mi familia ocupaba el primer piso de un edificio de tres que, en la calle Vincenti 121, era el punto mas alto del barrio. Aparentemente, desde la elevada azotea, un franco- tirador había causado bajas entre los combatientes. Esa terrible confusión, provocó nutrida balacera contra nuestra casa que quedó convertida en una especie de colmena por los cientos de orificios ocasionados por disparos de todo lado. Para colmo, creyendo en una inexistente resistencia llenaron de gases lacrimógenos nuestra vivienda, obligando a toda la familia a salir del refugio interior.

El viernes 11 nada pudo contener unirme a mis compañeros de la juventud del MNR en la plaza Murillo, festejando la victoria del pueblo. Como todos los circundantes estaban interesados en entrar al Palacio Quemado, propuse a un puñado de condiscípulos tomar la Cancillería. Llegamos a la puerta lateral de la calle Junín y no hubo necesidad alguna de “tomarla”. Al identificarnos, el portero que vivía en los sótanos del edificio, nos abrió gentilmente y nos previno que ya otros madrugadores habían revisado las instalaciones. No obstante, llaves en mano, se prestó a cooperar en nuestra ávida inspección. Quedamos deslumbrados por el lujo de los salones, las luces de las arañas, los alfombrados y los muebles de época. En esos instantes, no intuía que esos aposentos serían el escenario de mi futura carrera diplomática.

El 16 de abril de 1952, una impresionante multitud de paceños recibía alborozada a Víctor Paz Estenssoro que llegaba de su exilio en Buenos Aires. Así se dio inicio a la Revolución Nacional que dejó atrás un país rural y monoproductor; promoviendo la liberación del indio; recuperando para la nación sus riquezas naturales; diversificando la economía y consolidando la dignidad boliviana, al abolir el súper Estado minero-feudal.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.