Un paseo por Buenos Aires

La avenida Corrientes luce como siempre: hay una frondosa cartelera de teatro y cine, librerías de segunda mano y turistas brasileños. Delante de algunos restaurantes cerrados a cal y canto, hay personas que duermen a plena luz del día bajo unas frazadas, sobre unos cartones. Tomaron posesión de la calle cuando el coronavirus vació por completo la arteria más larga de Buenos Aires.
“Antes los pobres saqueaban los supermercados; ahora es al revés, el súper saquea a los pobres”, me cuenta Fabián, que semana que pasa, paga el doble para comprar las cuatro cositas que lleva para la casa. “Es la primera vez que una persona con un trabajo formal sufre para llegar a fin de mes”, me dice. La inflación se lo come todo.
El virus que llegó para quedarse se llama desigualdad. En uno de los kioscos de prensa de la calle Florida leo la tapa de la revista Forbes: hay seis argentinos entre los 2.500 multimillonarios de todo el mundo. Los súper/ricos han visto crecer sus dineros en plena pandemia gracias a la defraudación fiscal. La ciudad de Buenos Aires está inundada de afiches con un mensaje claro: que la deuda sea pagada con los dólares fugados a los “paraísos”.
Camino por el barrio de Monserrat y me tropiezo con un plantón inédito: una movilización de cineastas se enfrenta a la Policía de la Ciudad en la calle Lima. Exigen la destitución del presidente del INCAA (el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales) y más presupuesto para el cine argentino. “No queremos que nuestras historias las cuente Netflix o Amazon”, me dice un joven documentalista con cámara al hombro. Los pacos se llevan a tres cineastas detenidos.
No va a ser la primera marcha que me voy a encontrar. La “Unidad Piquetera” bloquea el microcentro y demanda más planes sociales, más trabajo. La respuesta del alcalde opositor de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, parece salida de una novela de George Orwell. El burgomaestre, apodado Berreta por el oficialismo, ha lanzado una idea de “Gran Hermano”: se usarán las cámaras de seguridad para identificar facialmente a los marchistas que bloqueen y se quitarán los bonos sociales que reciben. La pobreza se combate matando de hambre a los pobres.
En la marcha no se charla de lo que hablan los canales de televisión a todas horas: las internas del oficialismo. La política ha logrado su objetivo: alejarse de los problemas cotidianos de la gente. Con tres millones de indigentes en las calles (la extrema pobreza crece y crece), lanzo una pregunta a un compañero llamado Pablo: ¿Por qué no explota todo como en 2002? La respuesta es sencilla y compleja a la vez: “Es la frivolización. Todo se ha frivolizado, la ideología, los medios de comunicación, la lucha en la calle, todo”.
El presidente Alberto Fernández no se habla con su vice, Cristina Fernández. Es la grieta interna del peronismo/kirchnerismo. Son como el dúo Pimpinela, que vuelven al Luna Park en mayo. Cada bando cree que se puede salvar solo. El “albertismo” está concentrado en “militar la gestión” y defender lo que se gobierna (acuerdo/sapo con el FMI incluido). El “cristinismo” quiere que el crecimiento (macro)económico rebalse y llegue a los bolsillos de la gente. Mientras tanto, la derecha (mediática) aplaude, alienta y disfruta con la pelea. Cualquier parecido con Bolivia, es pura coincidencia. Los votantes/militantes del oficialismo están con bronca; sienten que son bombardeados desde adentro.
La caminata me lleva hasta Palermo para ver la catedral ortodoxa más importante de Sudamérica pintarrajeada. Es la Iglesia Ortodoxa Rusa del Patriarcado de Moscú (en su denominación oficial). Está en la calle Bulnes, al 700. Una de las pintadas dice: “Putin=Stalin=Genocida”. No importa que Putin se parezca más al Zar. Lo ruso (como antes lo comunista y lo islámico) es sinónimo de diablo.
La tapa del periódico Página 12 me pega un susto. Uno de los titulares principales dice: “Llega Francisco”. No, no es el esperado viaje del compañero Bergoglio a su país natal. Es el nacimiento del hijo de la Primera Dama, la periodista/ actriz Fabiola Yáñez (40 años) y Alberto, el presidente de la nación (63 años). El club Argentinos Juniors lo inscribe al toque: es el socio número 45.142. Cristina manda saludos por Instagram y envía flores al Sanatorio Otamendi. La guerra de las Malvinas —ahora se recuerdan 40 años— duró apenas 74 días. La guerra contra los pobres no termina nunca en la Argentina. Algunos han decidido darse un “lujito”: vivir para contarla en plena calle Corrientes.
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo