Daños colaterales
Volver a las calles, volver al trabajo en forma presencial después del encierro por la pandemia, para muchas personas significa vencer varias barreras, el miedo al contagio, el temor a enfrentarse con las personas cara a cara, aunque medie el barbijo, el salir en horarios desacostumbrados por la pandemia, sobre todo durante la noche o el mediodía, ver con asombro calles llenas sin distancia social, sin temor al roce. El COVID- 19 ha dejado secuelas para los que contrajeron la enfermedad, pero también para los que sufrieron el encierro y el temor.
A esta altura el teletrabajo, poco a poco, va quedando atrás. Es más frecuente escuchar la alegría que sienten los que retornan a sus oficinas, a sus talleres, a sus centros laborales, los que dejan los horarios y los turnos covideanos. Asisten contentos, extrañaban el contacto humano. Sin embargo, como en todo, ese es un grupo, porque hay otro sector que ha formado hábitos que serán difíciles de romper, por ejemplo el desgano por arreglarse, la flojera de caminar hasta la parada del transporte público, enfrentarse a la luz del sol abandonando el golpe luminoso de la pantalla de la computadora o el celular. También se sienten incómodos al entablar una conversación, su voz les suena rara.
En esta época hay quienes decidieron no volver al trabajo como lo hacían antes y permanecerán encerrados, aislados y solos por decisión propia. Dicho así, parece mentira que alguien escoja tal aislamiento, no encuentran el camino del retorno. Son personas que ya eran de ese modo y la pandemia les ofreció el pretexto ideal para mantener su aislamiento como algo normal.
La pandemia también ha provocado inestabilidad laboral, un temor permanente por perder el empleo, sin importar lo precario que éste sea, ni los riesgos que pueda conllevar. Esto explica el incremento de trabajos como los delivery, motociclistas que van a gran velocidad sorteando todos los coches, buses y camiones que tienen por delante, curveando de derecha a izquierda y viceversa, es una ocupación que llegó para quedarse. El negocio de comida es otro sector que ha crecido de gran manera, desde el puesto callejero hasta el restaurante de lujo que incluye la comida de autor. Sea como sea estos emprendimientos, casi en su totalidad, están comandados por jóvenes, a quienes el mercado laboral relega y obliga a inventar.
De cualquier modo, con temor o sin él, día a día vemos cerrarse los negocios de material de bioseguridad y cambiar por nuevas demandas como material escolar, ropa para estrenar o a medio uso, ópticas, peluquerías para mascotas y casas de cambio. El jueves y viernes de Semana Santa, las calles y los templos volvieron a poblarse de fieles después de dos años de ausencias. A pesar de las diferencias hay una sentida necesidad de respirar aire en libertad.
Lucía Sauma es periodista.