Icono del sitio La Razón

La batalla por las identidades

A propósito del tema Censo 2022, se ha instalado una discusión que considero no es accesoria, sino principal para el actual clima de percepciones sobre las disputas sensitivas de los debates democráticos contemporáneos.

Sensible discusión porque no se trata de un debate metodológico, sino de una disputa de posición política, especialmente instalada por el antimasismo que busca nutrirse simbólicamente de un tipo de identidad política para alimentarse discursivamente en ausencia de, por ahora, representación política viable y seductora para lo venidero.

Como se trata de una disputa simbólica, defienden primero la idea de querer ser nombrados de alguna forma, no les basta con haberse quedado con la respuesta de las autoridades gubernamentales de que pueden ser los “ningunos”, esa etiqueta no llena sus expectativas porque se trata de instalar algo en oposición a otro algo.

La batalla por las identidades es defendida en estos tiempos muy ligados al discurso de la valoración meritocrática, porque es este el componente que debe de alguna forma “retornar” al poder. Esto sin duda se encuentra muy impregnado de la búsqueda por el reconocimiento y prestigio; y de yapa de una noción aritmética de la democracia, porque quienes se encuentran en la palestra de la discusión por la inclusión del mestizaje en la boleta censal son también quienes creen que constituyen el núcleo de lo que puede ser la “verdadera” identidad nacional.

Por eso el debate sobre el tema identitario no es accesorio, y se torna central. Porque en la medida en que nos asumimos como la identidad mayoritariamente congregada en un espacio territorial, eso nos da la pauta de comportarnos de alguna forma, dotándonos de un propósito y significado, e incluso aumenta la autoestima de quienes la enarbolan.

La política de la identidad es dadora de la creación de enemigos en la política, la idea de los adversarios es anulada, y lo que es más preocupante quizá, creamos a nuestro gusto y medida los enemigos contra los que decidimos enfrentarnos, así “demostramos que lo que más nos importa es la construcción de nuestra identidad. Nos preocupa mucho que se nos etiquete como lo que no creemos que somos” (Dudda, 2019:45), pero sí de aquello sobre lo cual estamos plenamente convencidos que es lo que nos define.

El proyecto nacionalista que puede emerger de esto no es poca cosa, de hecho hoy mismo a partir de estas batallas identitarias se han ido conformando actores políticos que han marcado líneas de regresión de reconocimiento y avance social en los lugares que comenzaron a competir por el objetivo último de demostrar que son la mayoría y que esa regla les brinda la competencia de sobreponerse a los demás; es decir, si no se mezcla identidad con horizonte político, lo único que tendremos como resultado es el movimiento largamente conocido por nosotros a través de la rueda de la venganza histórica.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.