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Libre comercio: teoría sin realidad

TRIBUNA

El país está embarcado en la industrialización con sustitución de importaciones, sin embargo, existen opiniones como la de Antonio Saravia que dice “la sustitución de importaciones (…) no funcionó ni funcionará porque ignora la ley fundamental del comercio internacional: los países deben especializarse en aquello que tengan ventaja comparativa” (público.bo, 31- 01-2022), y subrepticiamente introduce la idea de mantener el statu quo del intercambio de mercancías con el resto del mundo.

David Ricardo (1772-1823) fue el creador de la teoría de los costos comparativos que consiste en que el intercambio comercial entre dos países es favorable a ambos porque cada uno tiene ventajas relativas para producir un determinado bien a pesar de que no puedan tener ventajas absolutas. Está basada en la especialización de la producción y el intercambio; y a través del cual se conseguiría el bienestar del conjunto de la sociedad y un ahorro de la cantidad de trabajo a nivel total del intercambio.

Esta teoría, a pesar de los años transcurridos desde su formulación, mantiene aún su vigencia al inicio de la segunda década del siglo XXI; diferentes economistas lo profundizaron y lo reformularon en las versiones más sofisticadas y originales, pero, en lo esencial mantuvieron los fundamentos y no pusieron en cuestión los tres principales elementos fundamentales que lo sostiene.

La teoría de las ventajas comparativas o de los costos comparativos tienen como supuestos tres elementos: la inamovilidad del capital, la inamovilidad del trabajo y la tecnología; éstos tienen que ser explicados juntos simultáneamente y no separadamente, por lo que realizaremos reflexiones acerca de su vigencia en la vida diaria de las personas como ciudadanos del mundo.

En un sistema de comercio libre, cada país invertirá su capital y su trabajo en empleos que sean lo más beneficioso para ambos. El capital tiene muchas dificultades para pasar de un país a otro cuando busca inversiones más productivas, ya que enfrenta dificultades, como ser: inseguridad, diferentes legislaciones… por lo que se da una inmovilidad del capital y, por lo tanto, debe conformarse con tasas de utilidades menores a las existentes en su país.

El trabajo no tiene la facilidad de trasladarse fácilmente de un país a otro, debido a la renuencia natural que siente cada persona para abandonar su país de origen y sus relaciones, y sobre todo por las restricciones gubernamentales de pasar las fronteras; entonces cada país produce con la calidad de hombres que tiene, es decir, que no se trabaja con la mayor productividad en cada país, por lo que el intercambio internacional es el que pierde y no podría darse la economía de trabajo.

La tecnología tendría que repartirse parejamente en la economía mundial por dos vías: por la baja de los precios o el alza equivalente de los ingresos; los países productores de materias primas mediante el intercambio tendrían que obtener su parte en aquel fruto y no necesitarían industrializarse. La falla de esta premisa es que la tecnología solo se distribuyó dentro los centros industriales, por lo que las ingentes ventajas del desarrollo de la productividad no llegaron a los productores de materias primas. Cualquiera sea la explicación, se trata de un hecho evidente que destruye la premisa.

Los supuestos de la teoría de las ventajas comparativas o costos comparativos no son los que existen en la realidad, por lo que se trata de una construcción que no tiene correspondencia con lo que sucede en la vida diaria, y que obliga necesariamente a considerarla como una afirmación a ser cuestionada, evidenciando que no es una verdad inmodificable, sino que es una construcción forzada e ideológica.

Tiene utilidad y mantiene su vigencia para el succionamiento de recursos de los países productores de materias primas hacia los centros industriales, por lo que es indispensable cambiar la idea, la concepción de la estructuración de la división internacional del trabajo. El camino a seguir es la industrialización con sustitución de importaciones. En conclusión, podemos industrializarnos.

Efraín Huanca Quisbert es economista.