Icono del sitio La Razón

Detrás del furor

Virtud y fortuna

Desde hace ya varios años, la política nacional se ha vuelto cada vez más melodramática, envuelta en el furor de la polarización, el azuzamiento cotidiano de los sentimientos negativos y malestares, la búsqueda constante de culpables y la sensación de que cada evento es un paso más hacia la catástrofe. Las élites partidarias y mediáticas convergen en eso, ese es su mundo y dicen que es también el nuestro. Pero ¿si eso no fuera cierto?

Una reciente encuesta me llamó la atención, no por sus novedades sino por la ratificación de algunas tendencias que ya se veían desde hace mucho y que las élites polarizadas se resisten a tomar en cuenta. En pocas palabras: el apoyo al oficialismo y sobre todo al Presidente se mantienen intactos y el vacío opositor sigue ahí. Incluso, pese al clima polarizado, la gestión del Primer Mandatario es valorada como buena por el 36%, mala por el 30% y “ni buena o mala” y “no sabe” por el 34%.

Es decir, los dos tercios clásicos, con ventaja para el masismo, y con un porcentaje grande de gente escapándose de la novela de amor y odio en la que algunos han convertido a la política. Es un mundo, sin tantos dramatismos, odios o batallas del todo o nada. Gente razonable, que no da muchos cheques en blanco pero que espera a ver para opinar sobre el Gobierno.

Arce logra un balance de imagen personal favorable después de más de año y medio de gestión: 52% de entrevistados con opinión positiva versus 39% con una negativa. Incluso, al denostado Evo Morales tampoco le va tan mal considerando el hostil contexto mediático en que vive: 43% dice tener buena imagen del expresidente y al 50% le cae mal. Sabiendo que, por diseño, esa encuesta, realizada a personas con conexión a internet, tiene un sesgo desfavorable a los ciudadanos rurales y de menores ingresos, esas son cifras alentadoras para los azules.

Los números son, al contrario, preocupantes para los líderes opositores: Mesa logra una percepción positiva del 29% y Camacho, del 24%. Datos tampoco demasiado raros, ambos siguen arrastrando esos desafectos desde su fracaso electoral. Lo interesante es que ni la exacerbación de la confrontación ni un centrismo inaudible parecen ser la receta para posicionarse, incluso en su propio campo, pues un porcentaje relevante de electores opositores no los ve bien, sino superarían al menos el 30% de opiniones positivas. El mundo opositor sigue huérfano de dirigencia.

Hace unos ocho meses, otras mediciones apuntaban más o menos a lo mismo. Por esa razón, en una columna en septiembre de 2021 dije que el saldo de apoyo al Gobierno era “ni muy muy, ni tan tan”. Después vinieron conflictos, controversias, dramas varios, peleas internas, derrumbes pronosticados y furor mediático de todo calibre. Al final del camino, la opinión pública aparece imperturbable. Apoyo mayoritario, pero sin grandes entusiasmos. Y esa persistencia de los sentimientos de gente es en sí misma un dato potente que se debe resaltar.

Si la cosa sigue así, la polarización podría acabar en un ejemplo de la extraña tendencia de los bolivianos al “falso afán” o en una demostración de la ineficacia política de la mayoría de los operadores mediáticos y partidarios dopados a la hipérbole y el exceso. Porque la cuestión que parece emerger, justamente, es la incongruencia entre una esfera político-comunicacional dominada por la confrontación y la suposición que, de esa manera, se construye poder, frente a otro mundo que está quizás en otras cosas, que se ocupa de la política sin tanto drama ni obsesión.

Pero, cuidado, eso no quiere decir que ese panorama será eterno, la polarización es, al final, un malestar secundario en la vida de las mayorías, el empleo, la seguridad o el futuro de los hijos son las cosas que movilizan y preocupan en serio, ahí está el germen de los potenciales malestares futuros.

Por lo pronto, en tiempos de crisis, como en las tragedias griegas, mientras el coro de los malos augurios grita en una esquina del escenario, el protagonista enfrenta la tempestad y promete que saldremos vivos de ella. La mayoría le cree al héroe que aporta al menos una esperanza y algo de calma en medio del furor. Eso durará, mientras el temor a la crisis siga siendo lo esencial. Al tiempo.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.