A propósito de las tensiones en el MAS
En su celda fría de una cárcel italiana, bajo el régimen fascista de Benito Mussolini, Antonio Gramsci reflexionaba sobre la reforma moral e intelectual de los grupos subalternos de la sociedad, dirigida a construir una nueva hegemonía. Estas reflexiones gramscianas brotan en la coyuntura política a propósito de las fricciones internas del Movimiento Al Socialismo (MAS).
Más allá de las críticas superfluas de la oposición —donde confunden sus deseos con la realidad— y de la propia estructura del partido gobernante, esas tensiones en el MAS son más profundas que aquellas que salen a flote. En su afán de presagiar la hecatombe del MAS, varios políticos opositores —incluidos sus analistas— dicen que es el “principio del fin del MAS”, mientras en el oficialismo se esgrime la justificación discursiva que el “MAS es un partido grande” y, en consecuencia, son naturales esos roces internos. A nuestro juicio, estas lecturas intentan esquivar el tema de fondo de esas refriegas en el partido oficialista.
Obviamente, el MAS no es un partido convencional, sino más bien un movimiento político; esta caracterización más sociológica que politológica da cuenta de un archipiélago amplio de corrientes y movimientos sociales en el interior del MAS. En un afán meramente analítico de ese abigarramiento de corrientes hay dos que públicamente se manifestaron: “evistas” y “no evistas”.
Esta tensión entre estas dos corrientes se da en un contexto político posgolpe de Estado. Este dato no es menor. En rigor, la ruptura constitucional generó efectos políticos al interior del MAS. Por un lado, los “evistas” urden que “ellos fueron los principales perseguidos políticos del golpismo” y, por lo tanto, en sus discursos hay un mensaje subyacente: la restitución de sus privilegios, para eso el liderazgo carismático de Evo Morales es decisivo; y por otro lado, los “no evistas” apuntan a los “evistas” —que se extiende al propio expresidente— como los culpables de los errores políticos (la obsesión de la reelección presidencial de Morales, quizás el mayor yerro) que generaron las condiciones propicias para el desemboque golpista, y hoy los “no evistas” consideran a los “evistas” un “estorbo” para la gestión gubernamental. Dicen, además, que ellos recuperaron la “democracia”, entonces, se sienten en el derecho de gobernar.
Más allá del “recambio generacional” (dixit Álvaro García Linera) imprescindible para la renovación de los liderazgos, lo que ocurre en el MAS tiene una trizadura más profunda. Estas disputas internas —inclusive por espacios de poder— revelan que en el MAS no hubo una reflexión profunda sobre las propias equivocaciones políticas internas que, en noviembre de 2019, llevaron al quiebre constitucional. O sea, no hay una mirada estratégica (como diría Fernando Mayorga) necesaria para reencauzar el “proceso de cambio”.
Al igual como sucedió posreferéndum constitucional, en 2016, en el MAS no existió una deliberación de las razones de la derrota y, todo lo contrario, se sumergieron en buscar “salidas constitucionales” para hacer realidad —lo que el voto no pudo en el referéndum— la reelección de Morales. Hoy sucede lo mismo, sin percatarse, tanto “evistas” y “no evistas” no perciben que hay temas centrales (profundización del Estado plurinacional, preocupación del Pacto de Unidad, por ejemplo) para que las fisuras internas no afecten al bien mayor. Esa mirada estratégica, al fin y al cabo, necesita una reforma intelectual y moral previa. Aquí, el meollo del asunto. Es una cuestión clave para el debate, que todavía no hay en el MAS.
Yuri Tórrez es sociólogo.