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El uso de mascarillas se politizó

/ 25 de abril de 2022 / 00:31

Cuando el anterior lunes una jueza federal de Estados Unidos revocó el mandato de usar cubrebocas en aviones, autobuses y otros medios de transporte público, la mayoría de las principales aerolíneas no perdieron tiempo y eliminaron el requisito de su uso. Incluso los pasajeros celebraron en pleno vuelo cuando les anunciaron que podían quitarse las mascarillas. La ciencia sobre el uso de cubrebocas no cambió en la semana, pero los expertos en salud pública y los legisladores estadounidenses ahora se ven obligados a conformarse con lo que muchas personas ya no harán para proteger a las demás.

El Departamento de Justicia presentó una notificación para apelar el fallo después de que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) advirtieran que es necesario extender el requisito del uso de las mascarillas. Pero no está claro cuánto tiempo permanecería vigente el mandato en caso de que se restableciera, pues de cualquier manera expiraba el 3 de mayo.

Es desafortunado que los mandatos del uso de cubrebocas, y los cubrebocas mismos, se hayan politizado y sean impopulares para muchas personas. Es por esa razón que varios gobernadores y empresas levantaron los requisitos mucho antes de que el número de casos de coronavirus disminuyera, y probablemente es la misma causa por la que las aerolíneas también lo hicieron tan rápido. Estos grupos tienen intereses que compiten con la ciencia. Las personas que quieran vivir como lo hicieron en 2019 pueden influir en esos grupos si son lo suficientemente ruidosos, incluso si no son la mayoría.

Pero la realidad es que, a pesar del deseo de vivir como si el COVID ya no fuera una amenaza, ahora mismo Estados Unidos no tiene las protecciones necesarias para que eso sea posible. Las acciones que hacen que sea más seguro volver a vivir con normalidad, como el acceso a pruebas y medicamentos para tratar el COVID, no están disponibles para todos de manera equitativa. Y las tasas de vacunación y de refuerzos no son tan altas como deberían ser.

Esta pandemia no ha terminado. Una nueva variante podría surgir en cualquier momento y los casos están aumentando en algunas partes del país. Demasiada gente, según los CDC, todavía está en riesgo. La resolución de la jueza puede argumentar que la organización se ha excedido en su autoridad legal, pero eso no quiere decir que estemos fuera de peligro.

Todavía no es el momento de renunciar a las medidas que podrían proteger a la población y hacer que los espacios y las actividades sean más seguros para quienes no pueden protegerse solos. Sin embargo, en lugar de seguir discutiendo sobre temas que se han politizado sin remedio —como los mandatos de uso de cubrebocas—, las autoridades de salud pública podrían concentrar sus esfuerzos en medidas que hagan una diferencia más significativa. Una posibilidad sería identificar y respaldar claramente políticas y herramientas que tengan un mayor impacto potencial y un menor riesgo de polarización.

Una de las más importantes es lograr que los edificios en el país tengan una mejor ventilación. Otra política, que era importante revisar antes del COVID pero que ahora es imprescindible, implica tener un buen sistema de permisos o licencias laborales por enfermedad. La legislación también debe respaldar mejores condiciones y adaptaciones laborales para quienes de verdad aún corren un gran riesgo, especialmente los pacientes inmunocomprometidos.

Es inadmisible que todavía persistan disparidades en el sistema de atención médica que impiden que los tratamientos para el COVID- 19 estén disponibles para todos de manera equitativa. Es necesario liberarlos, pero no es suficiente. Las pruebas, las recetas médicas y el abastecimiento deben ser de fácil acceso a todas las personas y, sin embargo, muchas de quienes necesitan más ayuda les está costando trabajo obtenerlos.

En materia de inmunización, la persuasión ha llevado a Estados Unidos tan lejos como es posible. Los mandatos de vacunación obligatoria funcionan, pero también se han vuelto políticamente tóxicos. El aparato de salud pública estadounidense necesita ser mucho más innovador con las campañas de vacunación. Los trabajadores de la salud podrían ir a las comunidades de puerta en puerta o acudir a donde la gente trabaja o pasa su tiempo y ofrecerles inmunización inmediata. Podríamos obtener resultados más prometedores si logramos explicar mejor que las vacunas son gratuitas, seguras y fáciles de recibir. Los departamentos de salud pública deberían capacitar a una legión de voces confiables dentro de las diferentes poblaciones para ayudar con este esfuerzo.

Comprometerse con esfuerzos a gran escala que sean menos polémicos y más efectivos parece una opción sencilla. Pasamos demasiado tiempo enfrentándonos entre nosotros y no lo suficiente luchando contra la pandemia. Cada día que lo hacemos, todos perdemos.

Aaron E. Carroll es columnista de The New York Times.

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La vacunación de los hijos pequeños

/ 24 de agosto de 2022 / 01:26

Podríamos pensar que los centros de vacunación estarían abarrotados de padres apresurados por vacunar a sus hijos pequeños contra el COVID-19 después de que en junio la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) autorizó la vacunación para menores de cinco años. Pero para principios de agosto, solo 5% de los niños menores de cinco años que cumplían los requisitos habían recibido la primera dosis del esquema de vacunación. Lo que es peor, la cifra de niños vacunados ha ido disminuyendo.

Algunas personas podrían argumentar que es más difícil vacunar a sus hijos porque no todas las farmacias vacunan bebés y niños pequeños, pero el hecho de que la aceptación siga siendo tan baja, a pesar de que los pediatras y los médicos de cabecera pueden proporcionárselas, sugiere una falta de urgencia. Además, solo el 30% de los niños de 5 a 11 años tiene el esquema completo de vacunación, cuando las vacunas para ese grupo están autorizadas desde el otoño de 2021 y están disponibles en cualquier lugar donde se apliquen vacunas.

La mejor manera de acabar con la pandemia y mantener a todos a salvo es la vacunación. Entonces, ¿qué significa que la mayoría de los padres no hayan vacunado a sus hijos contra el COVID? ¿Incluso si, como sugieren los datos, ellos mismos se han vacunado en índices mucho más elevados? Me temo que se trata de una señal de la pérdida de confianza de los estadounidenses en el sistema de salud pública. Gran parte de ello se debe a la información errónea y a la desinformación difundidas acerca de la seguridad y la eficacia de las vacunas, pero otra parte se debe a una comunicación científica inconsistente y, con frecuencia, de bajos estándares por parte de los expertos en salud pública.

Parte de la información es en realidad muy confusa. Varios países europeos no recomiendan la vacunación contra el COVID en los niños pequeños porque consideran que no corren un riesgo tan alto al enfermarse. No estoy de acuerdo con esa decisión, porque, aunque es poco frecuente, sí hay menores que mueren a causa de esta enfermedad (al igual que de la influenza). No tengo ningún problema en recomendar que también los vacunemos contra la influenza.

Es más, hay otros resultados sobre el COVID que justifican la intervención, y ese es quizá un mejor argumento para la inmunización infantil. Los niños vacunados tienen menos probabilidades de enfermar, y si enferman, pueden tener menos probabilidades de enfermar de gravedad, desarrollar SMIC o ser hospitalizados. También podrían tener menos probabilidades de verse afectados por el COVID persistente. Estas consecuencias son mucho más comunes en los niños que los fallecimientos.

Además, lograr que más personas se vacunen reducirá la prevalencia general del COVID en la comunidad y beneficiará a toda la población. A menudo nos vacunamos para proteger a quienes no pueden protegerse. Deberíamos desear que la mayor cantidad de personas, incluidos los niños, se vacunen lo antes posible para que todos estén más seguros. Centrarse en los beneficios colectivos en lugar de los riesgos individuales podría dar mejores resultados. Reconocer que hay un peligro continuo mientras se pide una respuesta colectiva para proteger a los más expuestos podría ser más lógico que reducir otras medidas mientras se sigue considerando a la pandemia como una emergencia.

Los mensajes basados en el miedo pueden ser contraproducentes. Avergonzar a las personas por no estar de acuerdo con tus políticas de prevención contra el COVID endurecerá sus posturas, no hará que coincidan contigo.

La pandemia no ha terminado. Los casos siguen proliferando, demasiadas personas están muriendo y sectores extensos del mundo siguen sin vacunarse. Si los expertos en salud no pueden convencer a las personas de que los verdaderos peligros del COVID-19 existen, entonces habrá poca voluntad pública no solo para vacunarse, sino también para tomar otras medidas, como mejorar la ventilación y aumentar la inversión en salud pública en general. Sin duda, estas cosas mejorarían la salud y la seguridad, pero sería necesario invertir energía y recursos.

Además de la vacuna contra el COVID-19, muchos padres no están vacunando a sus hijos contra otras enfermedades infecciosas. La poliomielitis (una enfermedad que está erradicada en Estados Unidos) se ha detectado ahora en las aguas residuales de Nueva York.

La ciencia de la salud pública no se decide por votación. Sin embargo, requiere que la mayoría de la gente entienda y apoye un plan general para tener éxito. Quienes dirigen nuestras acciones para luchar contra la pandemia tienen que cambiar sus tácticas para conseguir ese respaldo, porque lo que están haciendo no está funcionando. Estados Unidos no es un país dividido en cuanto a los peligros del COVID, sino un país que quizá ya no esté escuchando.

Aaron E. Carroll es columnista de The New York Times.

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