El uso de mascarillas se politizó
Cuando el anterior lunes una jueza federal de Estados Unidos revocó el mandato de usar cubrebocas en aviones, autobuses y otros medios de transporte público, la mayoría de las principales aerolíneas no perdieron tiempo y eliminaron el requisito de su uso. Incluso los pasajeros celebraron en pleno vuelo cuando les anunciaron que podían quitarse las mascarillas. La ciencia sobre el uso de cubrebocas no cambió en la semana, pero los expertos en salud pública y los legisladores estadounidenses ahora se ven obligados a conformarse con lo que muchas personas ya no harán para proteger a las demás.
El Departamento de Justicia presentó una notificación para apelar el fallo después de que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) advirtieran que es necesario extender el requisito del uso de las mascarillas. Pero no está claro cuánto tiempo permanecería vigente el mandato en caso de que se restableciera, pues de cualquier manera expiraba el 3 de mayo.
Es desafortunado que los mandatos del uso de cubrebocas, y los cubrebocas mismos, se hayan politizado y sean impopulares para muchas personas. Es por esa razón que varios gobernadores y empresas levantaron los requisitos mucho antes de que el número de casos de coronavirus disminuyera, y probablemente es la misma causa por la que las aerolíneas también lo hicieron tan rápido. Estos grupos tienen intereses que compiten con la ciencia. Las personas que quieran vivir como lo hicieron en 2019 pueden influir en esos grupos si son lo suficientemente ruidosos, incluso si no son la mayoría.
Pero la realidad es que, a pesar del deseo de vivir como si el COVID ya no fuera una amenaza, ahora mismo Estados Unidos no tiene las protecciones necesarias para que eso sea posible. Las acciones que hacen que sea más seguro volver a vivir con normalidad, como el acceso a pruebas y medicamentos para tratar el COVID, no están disponibles para todos de manera equitativa. Y las tasas de vacunación y de refuerzos no son tan altas como deberían ser.
Esta pandemia no ha terminado. Una nueva variante podría surgir en cualquier momento y los casos están aumentando en algunas partes del país. Demasiada gente, según los CDC, todavía está en riesgo. La resolución de la jueza puede argumentar que la organización se ha excedido en su autoridad legal, pero eso no quiere decir que estemos fuera de peligro.
Todavía no es el momento de renunciar a las medidas que podrían proteger a la población y hacer que los espacios y las actividades sean más seguros para quienes no pueden protegerse solos. Sin embargo, en lugar de seguir discutiendo sobre temas que se han politizado sin remedio —como los mandatos de uso de cubrebocas—, las autoridades de salud pública podrían concentrar sus esfuerzos en medidas que hagan una diferencia más significativa. Una posibilidad sería identificar y respaldar claramente políticas y herramientas que tengan un mayor impacto potencial y un menor riesgo de polarización.
Una de las más importantes es lograr que los edificios en el país tengan una mejor ventilación. Otra política, que era importante revisar antes del COVID pero que ahora es imprescindible, implica tener un buen sistema de permisos o licencias laborales por enfermedad. La legislación también debe respaldar mejores condiciones y adaptaciones laborales para quienes de verdad aún corren un gran riesgo, especialmente los pacientes inmunocomprometidos.
Es inadmisible que todavía persistan disparidades en el sistema de atención médica que impiden que los tratamientos para el COVID- 19 estén disponibles para todos de manera equitativa. Es necesario liberarlos, pero no es suficiente. Las pruebas, las recetas médicas y el abastecimiento deben ser de fácil acceso a todas las personas y, sin embargo, muchas de quienes necesitan más ayuda les está costando trabajo obtenerlos.
En materia de inmunización, la persuasión ha llevado a Estados Unidos tan lejos como es posible. Los mandatos de vacunación obligatoria funcionan, pero también se han vuelto políticamente tóxicos. El aparato de salud pública estadounidense necesita ser mucho más innovador con las campañas de vacunación. Los trabajadores de la salud podrían ir a las comunidades de puerta en puerta o acudir a donde la gente trabaja o pasa su tiempo y ofrecerles inmunización inmediata. Podríamos obtener resultados más prometedores si logramos explicar mejor que las vacunas son gratuitas, seguras y fáciles de recibir. Los departamentos de salud pública deberían capacitar a una legión de voces confiables dentro de las diferentes poblaciones para ayudar con este esfuerzo.
Comprometerse con esfuerzos a gran escala que sean menos polémicos y más efectivos parece una opción sencilla. Pasamos demasiado tiempo enfrentándonos entre nosotros y no lo suficiente luchando contra la pandemia. Cada día que lo hacemos, todos perdemos.
Aaron E. Carroll es columnista de The New York Times.