Elecciones a la francesa

Nunca como ahora, después de la reciente elección de Emmanuel Macron para un nuevo quinquenio (2022-2027), cobra vigencia la alegoría atribuida a De Gaulle, cuando comentaba la dificultad que suponía gobernar un país que —como Francia— cuenta con 300 variedades de queso.
En verdad, los resultados eleccionarios dejaron la nación quebrada en tres grandes corrientes, casi iguales en dimensión: el centro que representa la macronía, atacada por dos extremos: la izquierda “insumisa” de Jean Luc Mélenchon y la ultraderecha de Marine Le Pen. Tres tajadas que medirán fuerzas en los escrutinios legislativos del 12 y el 19 de junio próximos. Los demás partidos enanos tratarán de agolparse a alguna de esas tendencias para acumular escaños. Se ha llegado a esa situación, cuando la impecable ejecutoría de Macron para enfrentar primero la crisis pandémica del COVID-19 y luego la guerra ucraniana, no fue debidamente reconocida, anteponiendo la necesidad de solucionar otras exigencias sociales. Como alguien decía, “Francia es un paraíso poblado de gente que se cree en el infierno”, pues 12 candidatos postularon a la presidencia el 24 de abril, clamando reivindicaciones de todo tipo: ecologistas, soberanistas, pro y antieuropeos, amigos y adversarios de Putin, socialistas blandos y duros, comunistas nostálgicos, trotskistas trasnochados y sobre todo antimacronistas a diestra y siniestra. Añádase a esa ensalada, la notoria división detectada en las inclinaciones políticas entre el mundo rural y las manchas urbanas del hexágono galo. De la docena de aspirantes quedaron en balotaje Macron y madame Le Pen flotando en un mar de 28% de abstenciones, lo que indujo a estudiantes irreverentes a protestar por dejar aquel camino sin otra opción que la de escoger entre “la peste y la cólera”. Apenas terminada esa contienda, comenzó la madre de todas las batallas: las elecciones parlamentarias, en las cuales Mélenchon impetra el voto ciudadano para que, imaginando una ansiada mayoría, sea ungido primer ministro y cohabite con Macron, ilusión excluida para Le Pen, por razones éticas y hasta pruritos estéticos.
Lo cierto es que la victoria de Macron está salpicada de sonoros mensajes empezando por la indiferencia de 17 millones de abstencionistas, pasando por las capas populares que prefirieron votar por los extremos, para llegar al simple peatón preocupado por la inflación o el deterioro del poder de compra y a aquellos resentidos antisistema que con chaleco amarillo o sin él, se inclinan por el caos, desdeñando el orden establecido. Algunos pretenden empañar el triunfo de Macron atribuyendo más bien su éxito al deseo de poner barrera al insoslayable ascenso de la derecha extrema representada por Le Pen. Se evoca, además, la encuesta reciente en que 56% de los votantes decía favorecer la posibilidad de una Asamblea Nacional opuesta a aquel presidente jupiteriano, caballero solo, que aplastó a los partidos tradicionales —socialistas y conservadores— y que en su primer mandato obtuvo 350 diputados de un total de 577, hazaña que hoy está lejos de repetir.
Macron termina su primer mandato el 13 de mayo y se espera que inicie su nueva misión con equipo renovado que inspire esperanza frente a la atmósfera pesimista imperante por causa de esa pandemia que no se acaba y de la guerra en Ucrania, con sus espantosas secuelas de sufrimiento humano y deterioro en la economía y el medio ambiente. Macron es también pieza fundamental en la consolidación de la Unión Europea dentro del cambiante mosaico multipolar surgido a raíz de la aventura militar desatada por Rusia, en los últimos meses.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.