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1º de mayo: Viva la clase obrera

TRIBUNA

La fecha se ha convertido en algo ritual, hasta formal. Su esencia es reafirmar la esperanza de una vida sin injusticias: la lucha continua.

El capitalismo industrial dio paso al nacimiento de la clase obrera, cuyos signos distintivos son la producción social que concentra en el taller a cientos de obreros, realizando diversas funciones, donde el resultado final es el trabajo de todos. Esta manera de producción rompió la producción individual del artesanado y parceló las tareas del trabajo para hacer de cada obrero un eslabón de la cadena productiva, creando un sentimiento de dependencia de unos y otros: sin el concurso de todos, de forma sincronizada, no hay producción. Esto, sumado a la utilización de energías no humanas, puede lograr índices de producción nunca imaginados. Sin embargo, esta inmensa riqueza es apropiada en forma individual por el patrón. El manejo de esta enorme maquinaria en forma parcelada le obligaba a explicar cada una de las tareas y su concurrencia en un solo fin, así fue conociéndose la ciencia y la tecnología.

El trabajador sometido a este sistema de trabajo fue adoptando formas de vida que le darían su propia identidad: la organización en el trabajo y sus horarios le obligaban a adecuar la vida familiar; la concurrencia de cientos de obreros en el centro de trabajo creaba una nueva comunidad: los barrios obreros. Así fue creando su propia identidad: un ser social, organizado, solidario y sediento de conocimientos, en lucha permanente contra la expropiación, por un mísero salario, de su trabajo.

La revolución industrial europea, iniciada en el siglo XVIII, llegó a nuestro país a principios del siglo XX; fueron los sectores minero y ferroviario los que merecieron la atención del capital foráneo; se introdujeron nuevos servicios como los tranvías, taxis, imprenta, etc. La organización sindical se amplió a estos sectores y tomaron nuevo carácter las asociaciones de artesanos, floristas y culinarias. Era el surgimiento del movimiento sindical boliviano. En 1919 se logró el primer acuerdo entre los trabajadores de Huanuni y la empresa Porvenir de propiedad de Simón Patiño, para establecer la jornada de ocho horas, conquista que se ampliaría a todos los sectores laborales en 1922, en el gobierno de Bautista Saavedra, y se consagraría en la Ley General del Trabajo en 1936. Al igual que todas las conquistas laborales, su logro fue fruto de una lucha larga y sangrienta.

El capítulo de la lucha por la jornada de ocho horas es un episodio en la serie de conquistas de los obreros. Salarios justos, educación para los hijos, estabilidad de los precios de artículos de primera necesidad, seguridad social, seguridad industrial, como la conquista de viviendas dignas, etc., le dieron el convencimiento de que con su lucha se podría lograr cada vez mejores niveles de vida. Sin embargo, sus conquistas eran amputadas con nuevas artimañas del patrón, así la jornada de ocho horas no tuvo sentido cuando el trabajador aceptó y luego se legalizó una remuneración doble para las horas extraordinarias, o la implantación de los trabajos a destajo, donde la jornada laboral no tiene límite y la remuneración se da por las metas de producción.

La lucha reivindicativa se convirtió en una rutina, cada año se lograba una conquista y el sistema se lo quitaba con el alza del costo de vida o nuevas leyes que limitaban las conquistas, lo que les llevó al convencimiento que el Estado tiene un sello de clase y era necesario pensar en un cambio político para garantizar la permanencia de las conquistas laborales. Es este grado de maduración que inscribió a la clase obrera en la historia nacional, luchando contra la oligarquía minero-feudal, la burocracia del capitalismo de Estado, las dictaduras militares, semejante osadía finalmente fue respondida con medidas neoliberales que socavaron las bases de sustentación de la organización sindical (DS 21060, 1985).

La lucha era por la sobrevivencia, les llevó a los relocalizados a buscar soluciones en forma asociada, se diseminaron en el amplio escenario nacional. Siguieron sus luchas por el trabajo, por la vivienda, por el agua, por el gas, la renta digna, la educación, la salud; valía mantenerse unidos, organizarse y luchar, como hijos e hijas de la clase obrera. Se convirtieron en parte del torrente del proceso de cambio.

Mientras los asalariados en su relación obrero-patrón son sometidos a un contrato civil, donde el patrón impone sus reglas, la masa laboral sindicalizada se disminuyó drásticamente y sus aspiraciones fueron reducidas a la estabilidad laboral y un salario digno. En su entorno subsiste una enorme masa de trabajadores informales cuyo sistema de contratación es la del mercado, lo tomas o lo dejas. Sindicalizarles y encontrar sus banderas de lucha, por un trabajo digno y permanente, es la tarea inmediata del ente matriz de los trabajadores: la Central Obrera Boliviana.

José Pimentel Castillo fue dirigente sindical minero.