‘El gran movimiento’
Kiro Russo explicó la génesis de su laureada película El gran movimiento con un deseo: hacer una sinfonía de la ciudad para “pensar en el sistema, la colectividad y sus relaciones”. Examinemos la película con ese deseo en la mente y el corazón.
La ciudad de La Paz es el espacio nacional donde las tensiones y contradicciones del sistema capitalista dependiente se manifiestan con particular intensidad. Ese sistema, perverso y astuto, ha configurado una espacialidad urbana densa donde la colectividad se relaciona topográficamente, como en un “pentagrama urbano” donde se superponen notas musicales de múltiples sonoridades culturales que representan los grupos sociales de esta ciudad del delirio.
En el siglo XX, cuando la ciudad no era tan intensa, preparar una película requería los instrumentos clásicos del oficio, y todo el proceso se iniciaba con un guion. Esa manera de realizar un filme no podría representar la actual enajenación urbana. Por ello, Russo compuso su obra de manera diferente. Comenzó por documentar libremente imágenes que después las ubicaría en un “pentagrama visual”, incorporando montaje, sonido y personajes en ritmos aleatorios. Por esa manera de componer cine, El gran movimiento es el triunfo de la visualidad sobre la textualidad, de la imagen sobre la literatura; una literatura que sedujo a los cineastas y artistas del siglo pasado que explotaron —hasta el empacho— el realismo mágico latinoamericano.
La actual sinfonía urbana no deja espacios entre las notas. Es el horror vacui donde las relaciones humanas son todo menos recatadas. Siguiendo esos compases, Russo y Paniagua gozan visualmente de esta ciudad pasando de paisajes urbanos brillantes —de nuestra modernidad caótica y ruidosa—, a los ambientes sórdidos y sombríos de las zonas populares y comerciales donde recalan los personajes más densos de la sociedad. Allí, en la penumbra, Russo concibe el grupo humano más saenziano de la cinematografía boliviana. Y todos en el grupo, incluidas las caseras del mercado o el fantasmagórico perro blanco, se mueven bajo la batuta de Max. Él es el director de la sinfonía urbana que aspiraba Russo. Max Bautista Uchazara no actúa, vive su condición extrema de mago y curandero, haciendo gala de una paceñidad tan solemne como divertida.
Kiro Russo (La Paz, 1984) nos representa en esos personajes entrañables que deambulan por el abigarrado espacio urbano. Así estamos en esta oquedad andina. Una oquedad espacial y social que no penetramos, porque los grandes movimientos urbanos de la sinfonía del nuevo milenio nos zarandean entre la luz andina más intensa y la más profunda oscuridad del ser.
Carlos Villagómez es arquitecto.