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Al día siguiente del cometa

Virtud y fortuna

La política siempre estuvo íntimamente asociada a la evolución de las prácticas de consumo de información y del ecosistema de medios de comunicación. Estoy convencido de que, al respecto, estamos en un momento casi refundacional. El cometa ya cayó y todas las especies del viejo mundo, que nació con la imprenta, deben adaptarse o tal vez ya son parte del pasado, como los dinosaurios.

Pero, las réplicas de ese fenómeno afectan también a la manera como se construye y transmite el discurso, las ideas y la influencia política, es decir a la construcción del poder. Y eso es aún más vital. En ese sentido, creo que ya estamos viviendo en un mundo nuevo, que explica algunas de las paradojas que vemos a diario, entre otras, la incapacidad de las élites para conectarse con las preocupaciones de la gente, pero también con el auge del extremismo.

Gracias a las encuestas que viene presentando la FES, sabemos de la pérdida de confianza que aqueja a los medios de comunicación y la impresión que muchos tienen que son espacios partidizados. Otros sondeos indican que, pese a la histeria de algunos de esos medios en el tratamiento de la coyuntura, su capacidad para mover las fronteras políticas es, al final, bastante reducida. Eso sí, el modelo de negocio basado en complacer a su secta de seguidores radicalizados parece aún bastante rentable.

Frente a ese declive, está surgiendo un ecosistema caótico de canales alternativos, muchas veces frívolos y oportunistas, sobre todo en las redes sociales, donde ya se está informando la mayoría de los bolivianos y bolivianas.

Hace unas semanas, me entretuve con algunos instrumentos de seguimiento de redes para ver de lo que se hablaba en Facebook. El panorama me sorprendió, en primer lugar, por su masividad. Estamos hablando de un lugar en el que, en pocos días, entre dos y tres millones de personas pueden ver un video o post sobre una temática atractiva.

Pero lo más interesante es que esa viralización no está mediada por los grandes medios escritos o incluso televisivos, sino por otras opciones, muchas de ellas desconocidas, que construyen audiencias con noticias sobre violencia, vida cotidiana y entretenimiento, como una reedición digital de los diarios populares del siglo XX.

A eso se suma un cambio en las prioridades de consumo informativo. La política contingente interesa moderadamente, la atención se concentra en la entretenida vida de Albertina Sacaca, tiktoker chuquisaqueña, o los dramas y alegrías de personajes del entretenimiento cruceño. En todos esos casos, es perceptible la emergencia de una estética y preocupaciones marcadas por la cotidianidad y lenguaje de las mayorías populares jóvenes.

Alguna amiga nostálgica me dirá: ¿Y eso qué tiene que ver con la política y las cosas serias? La verdad, no tengo bola de cristal, pero la manera como esas prácticas están influyendo en las formas como la gente accede a la información, articula marcos de comprensión y define sus prioridades es tremenda. Siendo que la política tiene mucho que ver con captar la atención y estructurar la opinión pública, no es marginal.

De hecho, el triunfo en la opinión de María Galindo es un ejemplo de la posibilidad de construir influencia pública sobre temas relevantes desde esos espacios. No exagero diciendo que los millones que prestaron atención a su reciente performance son un resultado que no sé cuántos proyectos de comunicación feministas hubieran soñado tener. Y eso se logró, desde mi punto de vista, con muy poco recurso, pero sobre todo porque la señora combinó de una manera inteligente contenido sustantivo, ideas, pues, con las que podemos estar de acuerdo o no, con una estética popular y con códigos del mundo del entretenimiento, frívolos para algunos, y un gran manejo de los tiempos y formas de las redes digitales.

Así pues, ese es quizás el horizonte de la comunicación política: cada vez más digitales con nuevas combinaciones de sustancia, estética, ritmo rápido, maneras populares y otras cosas más. Un mundo en nacimiento, para lo peor, porque también hay mucho de eso, pero también para lo mejor si lo entendemos y actuamos en consecuencia.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.