Saludos a Nadia
Nadia Cruz no es amiga mía. En realidad solo la vi personalmente una vez, cuando le hice una entrevista. Sin embargo, siguiendo de cerca los días aciagos de noviembre de 2019 y el doloroso 2020, la encontré muchas veces, fuerte y presente.
No puedo pretender juzgar su gestión al frente de la Defensoría del Pueblo, ni opinar acerca de las decisiones asumidas por ella desde que le tocó suplir a quien había sido designado para ese cargo de vital importancia. Como ciudadana de a pie (o de a minibús, que es como normalmente me muevo) solo puedo atestiguar lo que he visto y escuchado. Y, como investigadora interesada en los eventos recientes, lo que he leído y averiguado en mi esfuerzo de entender y superar las rupturas que a todos nos duelen.
Y debo decir que, entre octubre de 2019 y octubre de 2020, cuando nuestra sociedad estaba dividida, cuando campeaban la impunidad y el atropello, cuando muchos callaban por temor o complicidad, Nadia estuvo presente. Hizo su trabajo, que es más de lo que se puede decir de muchos otros. En un momento en que otras instituciones llamadas a defender los derechos de las personas eran cómplices o perpetradoras de persecuciones, violencias y masacres, Nadia y su equipo hicieron lo que tenían que hacer: defender al pueblo.
No es casual que el párroco de Senkata —otro de los héroes anónimos de esta historia— la llamara a ella cuando en su capilla se acumulaban los cuerpos ensangrentados de las víctimas de la represión policial y militar. No es casual que, mientras la prensa nacional callaba o mostraba el dormitorio de Evo, los únicos informes fidedignos y con contabilidad de muertos, heridos y presos que se difundieron hayan salido de la Defensoría. No es casual que los únicos interlocutores que tenían los cientos de detenidos injustamente, hayan sido personeros de la Defensoría del Pueblo.
Por todo eso, no es casual tampoco que su oficina haya sido vandalizada y tomada por grupos paramilitares, que los amenazaron y obstaculizaron su trabajo durante semanas. No es casual que la Defensoría del Pueblo haya sido la única instancia estatal a la que se podía acudir durante el reinado macabro de Murillo y Rojas. Por supuesto: Nadia y su equipo no podían hacer mucho más que documentar, denunciar o, en el mejor de los casos, interceder. Pero en un entorno dictatorial y represivo como el que vivimos durante 2020, eso ya es mucho.
Con todos estos antecedentes, no es casual que el nombre de Nadia Cruz como candidata a la Defensoría del Pueblo en esta nueva etapa haya sido impugnado por la oposición en la Asamblea. Otra vez, como ciudadana de a pie, no tengo conocimiento ni de los justificativos para su impugnación, ni de los méritos o puntajes de los candidatos que quedaron en carrera. Si a pesar del boicot de la oposición, se define el nombre del nuevo Defensor o Defensora en estos días, le daré todo el apoyo y esperaré a que su trabajo esté a la altura de lo que el pueblo espera.
Pero creo que, como sociedad, le debemos un agradecimiento a Nadia Cruz y a su equipo en la Defensoría, a quienes les tocó uno de los momentos más complejos de nuestra historia y supieron enfrentar con serenidad y valor todos los odios, dolores y amenazas. En el clima mezquino y polarizado en el que vivimos hoy, dudo que alguien se detenga a decirlo. Así que, como ciudadana de a pie, yo lo hago: gracias, Nadia. Gracias por defender al pueblo cuando más lo necesitaba.
Verónica Córdova es cineasta.