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La moral señorial de la clase a medias

PUNCHAY

La comodidad no solo se limita a tener acceso a todos los servicios, tampoco a disponer de los recursos económicos suficientes, sino principalmente a sentirse superior y su tranquilidad señorial no tiene que ser perturbada por sectores subalternos plebeyos.

Su sensibilidad está combinada entre la tradición religiosa, las costumbres, su individualismo y el uso y abuso de su condición de sentirse superior.

Hoy se reclaman mestizos con inclinación a los gustos americanos o europeos, aunque les encanta embriagarse en las entradas del Gran Poder; eso es cultura para ellos y se sienten realizados.

Mientras estaban satisfechos con el neoliberalismo, aunque no bien pagados, estaban cómodos, se llamaban a sí mismos los inclusivos, porque tenían la generosidad de ya no marginar tanto a los plebeyos, incluso tenían un vicepresidente indígena que evolucionó tanto que pensaba y hacía lo mismo que su amo que tenía acento gringo, a veces se sentaba en el palacio republicano de la plaza Murillo.

No pelean por derechos, sino por impedir restricción a sus privilegios; tienen la posibilidad de decir lo que ellos creen que es la “verdad absoluta”, porque son propietarios, socios y amigos de los medios de comunicación; si osamos criticar sus opiniones estamos atentando al sagrado principio democrático de la “libertad de expresión”; empiezan a izar y hacen flamear la bandera de la democracia, una bandera por la que nunca pelearon, porque estaban cómodos y bien tratados por la dictadura y el neoliberalismo. Pero ahora que lo nacional popular tiene la capacidad de ser en sí mismo el sujeto soberano y democrático que decide tener a líderes indígenas anticoloniales como expresidente y vicepresidente, las clases a medias señoriales se bajan de su comodidad, salen a las calles perfumadas y maquilladas a gritar que están luchando por la democracia, que son ciudadanos que están luchando por la libertad, la libertad de golpear, insultar, agredir a los indígenas, de quemar los tribunales electorales, de saquear, quemar y destruir sedes sindicales de los campesinos, de dirigentes políticos y autoridades de gobierno, en nombre de la democracia y la libertad.

Cuando vieron entrar a Camacho y Pumari al palacio republicano sentían que la reencarnación del mesías con la Biblia volvió, envueltos en la bandera tricolor que hacen flamear las clases a medias solo cuando juega y gana la selección de fútbol; ahora el libro sagrado y la cruz que desembarcaron en nuestro continente hace 530 años estaban volviendo al lugar del que nunca debieron salir, por culpa del indígena ateo que hizo expulsar ese libro que bendecía a los poderosos y daba los santos óleos al pueblo.

A eso se debe que llamen a los subalternos plebeyos hordas alcoholizadas, delincuentes, fanáticos pachamamistas; a esos se los tiene que reprimir y educar; lo primero que tienen que aprender es inclinar la cabeza, “respetar y obedecer” a la Presidenta, al obispo, al dueño de la Tv, la radio e incluso al ministro.

La popularidad más elevada de Jeanine estuvo concentrada entre diciembre de 2019 y enero de 2020, a días de producirse las masacres de Sacaba y Senkata. Las clases a medias señoriales y urbanas veían con ojos positivos a la Presidenta que impuso mano dura para reinstalar el orden, paz y trabajo, la misma trilogía de la dictadura de Banzer.

El orgullo de sentirse superior fue tomar el poder por la vía violenta e inconstitucional, imponer la fuerza militar y policial contra la muchedumbre plebeya que enarbolaba la wiphala, detener a quien se atrevía a llamar los hechos por su nombre: “dictadura”, esa fue la plataforma para que Jeanine sea proclamada en enero candidata a Presidenta.

Pero el golpe y el gobierno no fueron proyectos, eran reacciones neofascistas que tenían que construir imagen electoral siendo gobierno; sin embargo, el esqueleto y cuerpo del gobierno de facto fue catastrófico, la silueta electoral era la corrupción.

Ahí las clases a medias la abandonaron, no soportaban que una mujer mate las ilusiones señoriales, raciales, eclesiales y oligárquicas con la corrupción, su máxima axiológica es lo ético, porque la vida de los plebeyos indígenas vale para las clases a medias menos que un comercial, si alguien muere es solo efecto colateral porque el valor supremo es la democracia, la libertad y Dios.

La moral de la clase a medias no se sonroja nunca, cambian de discurso con más facilidad que las estaciones del año; no es que adolecen de memoria, sino que les sobra el cinismo. Por eso encontraremos en cada político, analista, comentarista que se siente racialmente mestizo, que niega su pasado, quiere enterrar la realidad plurinacional porque la clase a medias señorial con su moral colonizada piensa que está a la altura americana o europea.

César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.