Incentivos y método
A esta hora, la elección del nuevo Defensor del Pueblo parece estancada por un largo tiempo. Esta frustración es un ejemplo de que no basta con buenos deseos para lograr acuerdos políticos, hay que pensar en los incentivos que los faciliten y, cuestión no menor, en la necesidad de pensar la manera de concretarlos. Hay mucho de método o, mejor dicho, de su ausencia en este tipo de situaciones.
Pensaba que este proceso legislativo tenía visos de concluir exitosamente, es decir con el nombramiento de una persona, más o menos solvente y sobre todo honesta, por una mayoría de parlamentarios oficialistas y opositores. Por su rol en la garantía de derechos humanos para todos, es una mala noticia que no haya capacidad de ponerse de acuerdo en una autoridad que cumpla plenamente ese mandato.
Al inicio, tampoco la cosa pintaba tan mal con la excepción del pintoresco pugilato inicial en la discusión de su reglamento. Por varias semanas, unos y otros jugaron el partido en la comisión y se hizo una preselección razonable, que quizás no fue óptima no tanto por las controversias partidarias sino por la notable falta de candidatos con trayectoria. Esto último, señal preocupante del desinterés o temor de muchos ciudadanos para meterse en esos embrollos.
Teniendo una lista corta, la cuestión no era muy complicada teóricamente si los grupos parlamentarios tenían claras las premisas que viabilizaban el acuerdo. En simple, la persona elegida tenía que dar garantías mínimas de no parcialización tanto a oficialistas como opositores. Había pues que sacar del juego a los que eran vistos, justa o injustamente, como alineados claramente con uno u otro bando. Conste que, en eso, la subjetividad iba a necesariamente ser la norma. Quedarían, por tanto, algunos personajes no perfectos, pero a los que se les podía atribuir una duda razonable de comportamiento equilibrado, entre esos estaría la buena o el bueno.
Ese procedimiento implicaba una negociación, es decir hablar, poner nombres en la mesa, decir con claridad lo que molesta de algunos de ellos, entender las razones del otro o al menos darse cuenta de que en algún caso no había margen para seguir jalando la cuerda y poco a poco ceder en algunas cosas y acordar un “mal menor” que no sea demasiado resistido ni por moros ni por cristianos.
Ciertamente, visto de esa manera, no parece una labor muy exaltante, pero así se hace en cualquier proceso decisorio parlamentario con actores plurales que tienen poder de veto, lo cual es el caso en Bolivia para los nombramientos por dos tercios en la Asamblea. Y no hay que escandalizarse, eso es buena política y si además está inspirada en otros valores morales, fantástico.
Lo cierto es que el fracaso de este primer intento no es del todo malo. Por una parte, le debería quedar claro al oficialismo que en ciertas decisiones la aritmética manda y que no puede ser ingenuo creyendo que va a pasar un milagro y logrará reunir los votos sin negociar con los opositores. Y a los otros que, si bien tienen poder de veto, tampoco pueden imponer a quien sea o dedicarse ad eternumal bloqueo, pues su minoría parlamentaria tiene que servir para algo positivo de tiempo en tiempo o al menos parecerlo.
En caso contrario, los que ganaran algo en estos episodios son los que, por un lado, tienen definida su estrategia de profundizar las contradicciones del sistema para que así se acelere el advenimiento de un cambio violento, es decir la versión derechosa camachista de cierta vieja cultura extremista de izquierda. Y en el otro, los que piensan que se puede gobernar desde el atrincheramiento, sin tomar en cuenta la complejidad de escenarios sociales e internacionales que, hoy en día, son determinantes para la viabilidad a largo plazo de cualquier proyecto político progresista.
No hay que desesperar, asumo que estos retrocesos deben ser asumidos como aprendizajes. Tal vez se precisa mayor convencimiento en los dos actores clave de este escenario, MAS y Comunidad Ciudadana, de que podrían ganar bastante con algunos acuerdos que sean bien percibidos por la mayoría de los ciudadanos cansados de la pelea chiquita, el odio y la falta de propuestas constructivas. Pero, eso implica también que se los concrete luego mediante un método decisorio eficaz. Es que las cosas no caen del cielo porque Dios es grande, hay que laburar y ponerle ganas y algo de practicidad y realismo a la tarea.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.