Nuevas facetas de la crisis global
La crisis global adquiere cada vez nuevas dimensiones y abarca un número creciente de damnificados, aumentando de esta manera la inestabilidad del sistema de relaciones internacionales, por una parte, y acrecentando la incertidumbre sobre las condiciones de vida de millones de personas en el mundo, por otra.
En efecto, el aumento de la temperatura media del planeta y la consecuente propagación de sequías severas está afectando a la producción agrícola y a las actividades agropecuarias. El Secretario General de las Naciones Unidas y los directores de otras organizaciones multilaterales como la FAO y el Programa Mundial de Alimentos han venido anunciando que está en marcha una crisis alimentaria en gran escala debido a un conjunto de circunstancias que se refuerzan recíprocamente. Se menciona, en primer lugar, a las consecuencias de la sequía, lo que tiene que ver con el cambio climático; en segundo lugar, está la interrupción de los abastecimientos tradicionales de alimentos y fertilizantes, atribuibles a la guerra en Ucrania; en tercer lugar, se añade el problema de la inflación, que tiene que ver, entre otras causas, con la interrupción de las cadenas de suministros, agravada por el abarrotamiento de los puertos en China y por el confinamiento forzoso de millones de personas en la principal ciudad de ese país, para controlar la propagación del COVID-19.
La inflación ha alcanzado niveles inéditos en varias zonas del mundo, y a título de ejemplo se pueden mencionar cifras preocupantes, como es el caso de España (8,3%), Alemania (7,4%), Reino Unido (9%), Estados Unidos (7%), México (7,7%), Chile (8,9%) y Argentina (58%). En todos los casos, los componentes de combustibles y alimentos registran las mayores alzas de precios.
Frente a la escasez de alimentos que traen consigo las mencionadas circunstancias, algunos países están prohibiendo las exportaciones de dichos productos, con lo cual se restringe aún más la oferta de alimentos en los mercados internacionales.
El alza de las tasas de interés, con miras a combatir la inflación, afecta también negativamente a la recuperación de las actividades económicas y del empleo. Dicha medida repercute además sobre la orientación de los flujos internacionales de capitales, y ocasiona asimismo un aumento del costo del financiamiento externo.
No es de extrañar por todo eso que muchos observadores informados anticipen como posibilidad muy próxima la instalación de un periodo de estanflación a lo largo y ancho de la economía mundial, lo cual configura una de las peores situaciones para encarar colectivamente los grandes problemas que afectan a la economía internacional.
Es conveniente recordar al respecto que se ha criticado hace tiempo los problemas de la desigualdad que ha ocasionado la globalización sin gobernanza y la consiguiente apertura irrestricta a los movimientos internacionales de bienes, servicios y capitales, característicos del periodo comprendido entre el fin de la Guerra Fría y la gran crisis financiera de 2008-2009, lo que se ha traducido en la demanda por un sistema multilateral y multipolar más equilibrado. Lo que pasa en estos momentos consiste en un formidable desorden internacional, y lo que parece más probable a corto plazo consiste en un sistema internacional fragmentado en bloques regionales o de otro alcance, cada uno con valores y normas diferentes, así como con mecanismos de pagos internacionales diferenciados.
A pesar de todo lo anterior, cabría esperar que se logren algunos acuerdos en diferentes geometrías internacionales con miras a atender problemas prioritarios como los del cambio climático, el abastecimiento de alimentos en el mundo, la creación de empleos y el control de la inflación, sin que en algunos países se imponga la tentación de solucionar problemas internos descargándolos sobre sus socios comerciales y vecinos.
Horst Grebe es economista.