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El imperio del contrabando

HUMO Y CENIZAS

¿Y si les dijera que la independencia de los EEUU fue inspirada por una patriótica defensa del contrabando de molasa, materia prima para la elaboración de ron, que el yugo británico sobre las Trece Colonias hacía cada día más difícil? ¿Que su revolución industrial fue impulsada por el contrabando de patentes, tecnologías y el robo de cerebros, a costillas de Inglaterra? ¿Que sus propios ejércitos independentistas financiaban sus campañas militares con los ingresos provenientes del contrabando de esclavos y cigarrillos desde el Sur? Es decir, ¿si les dijera que el contrabando es tanto acerca de construir estatalidad, como de subvertirla?

Esa es la provocadora tesis del no tan reciente libro del politólogo estadounidense Peter Andreas, Smuglers Nation: How Illicit Trade Made America (que puede traducirse como Nación de contrabandistas: Cómo el comercio ilícito construyó América), publicado en 2013, donde hace una exhaustiva revisión de la historia del imperio del norte a través de los lentes del contrabando, explicando gran parte de su éxito por su capacidad para borrar las líneas imaginarias del comercio internacional, pero a su favor. El contrabando, nos recuerda el autor, no es más que el libre comercio llevado hasta sus últimas consecuencias, razón por la cual Adam Smith les derrochaba a los agentes de esta actividad no pocos halagos.

No es, pues, una anomalía en el sistema, sino algo intrínseco a él, debido a que las mercancías que lo componen corren por las mismas vías que las de carácter legal, muchas veces movilizadas por los mismos agentes que forman parte de la economía formal. Andreas nota, en el prefacio de su libro, cómo la producción de cocaína en Latinoamérica no sería posible sin la materia prima legalmente importada desde los EEUU, como los precursores o papel higiénico.

Es de notarse cómo en el ámbito de las economías informales se repite el patrón de la división internacional del trabajo, que separa a Estados productores de materias primas de Estados que producen bienes con valor agregado o que se benefician de su comercialización. Las millonarias ganancias del narcotráfico las reportan cárteles brasileños y colombianos, no los productores campesinos bolivianos. El contrabando, huelga decirlo, puede actuar a favor de un Estado mientras lo hace en contra de otro.

¿Cuál es la diferencia entre una forma y otra de contrabando? Siguiendo a Andreas, es de notar que, de la misma forma en cómo sucede con el narcotráfico, la priorización de algunas formas de contrabando sobre otras refleja las asimetrías de poder que pueden darse en las relaciones internacionales.

Así, advierte el autor en otro artículo académico, que mientras el desecho de desperdicios del norte al sur (veamos el caso de la ropa usada en Atacama, Chile) o de antigüedades del sur al norte no reciben mucha atención en las agendas bilaterales entre dichos Estados, el narcotráfico y la migración ilegal copan sus agendas, siguiendo los intereses de los polos dominantes de estas relaciones entre países. Nuevamente, y al igual que sucede con las drogas, se trata de determinaciones políticas antes que técnicas.

¿Y si México condicionara su cooperación en la lucha contra el narcotráfico a una respuesta proporcional desde los EEUU respecto al contrabando de armas?

Este enfoque no es aplicable a todos los casos, por supuesto. El problema del contrabando de vehículos desde Chile o de alimentos desde Perú seguramente tendrá que seguir otro tipo de enfoques, pero me atrevo a suponer que la solución a estos problemas, como casi todo en la vida, es política. Para corroborar esto solo hace falta revisar la siempre polémica historia de los EEUU, el imperio del contrabando.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.