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La otra ciudad, la oculta o invisible

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La ciudad de La Paz muestra distintos rostros, el del día que denota la imagen de una urbe diversa en cuanto a su cotidianidad, donde sus habitantes son parte de una vida citadina singular. Una dinámica que expresa la conceptualización de una región conquistada y apropiada por un ciudadano que no solo le dota de sentido, sino que demuestra cómo la corporalidad no tiene otra forma de operar que practicar la ciudad.

Así, esa imagen muestra a La Paz como una urbe invadida por distintos valores, sin olvidar que todo desarrollo trae consigo nuevas situaciones, por lo que no deja de ser subordinada al movimiento. Subordinación del tiempo al movimiento local, que es la forma más pura del cambio.

Con ello aparece otro rostro que trata de ser invisible y que debiera preocupar a quienes dirigen esta urbe y se refiere al porcentaje de la población que ha bifurcado el valor del sentido de su existencia, adoptando otra dirección que es dependiente del habitar en la vida subterránea.

Claramente coexisten dos ciudades: la pujante y la oculta. La primera semeja una inmensa telaraña sobre la que se asienta la urbe visible. En tanto que la oculta nació de los sectores menos imaginados. Hoy, este es uno de los problemas más preocupantes de la sociedad y de quienes tienen la responsabilidad de hacer ciudad.

Una situación que sin duda es el resultado de la falta de ingresos, agudizada por la realidad que aún atraviesa el planeta después de más de dos años de ausencia de movimiento económico y que ha repercutido en que una parte de la población no cuente con respaldo financiero. Esto, agravado por la escasa oferta de empleo en casi todas las ciudades del orbe y que tiene como resultado que el porcentaje de desocupados en la actualidad sea mayor a lo imaginado en su momento.

Este contexto tiene como consecuencia el crecimiento desmedido de la ciudad invisible, cuyos lugares ocultos hoy no solo forman parte de la periferie, sino también del centro urbano. Allí, la noche encierra realidades preocupantes, no por la transformación que vive la ciudad, sino porque la vida oculta se mueve entre las tinieblas, olvidando toda productividad.

En definitiva, los lugares invisibles fomentan una vida plena de alcohol y deterioro del ser humano. Esos rincones oscuros parecieran no necesitar siquiera de espacios de tránsito en su interior para sus asiduos visitantes. Una verdad indiscutible que demuestra que el valor del espacio ha muerto en lo cualitativo.

Asimismo, aunque la ciudad oculta se encuentra también en lugares importantes de la urbe, no es percibida ya que esos recintos desaparecen entre las tinieblas. Allí, los consumidores han olvidado su condición de seres humanos, ya que perdieron toda motivación hacia la vida, que en otro tiempo de seguro estaba llena de cualidades. Reiteramos: en esos lugares ocultos el espacio ya no cuenta como valor, ni siquiera para la circulación de los usuarios, ya que lo que prevalece es lo mínimo.

Evidentemente, abordar este tema obligó a mencionar una serie de aspectos que ilustran esta situación, además de utilizar imágenes al servicio de un realismo bastante preocupante para la sociedad. Sin embargo, el dualismo de lo real positivo frente a lo oscuro y preocupante debería ser analizado desde lo causal de sus realidades.

Deleuze afirmaba que eso implica una subordinación del tiempo al cambio, al movimiento, al curso del mundo. Tiempo circular, cíclico.

Patricia Vargas es arquitecta.